Denise Dresser (*)
Fuente: Diario de Yucatán
Luis Echeverría murió pero el echeverrismo sigue vivo. El pasado se repite en el presente. A la impunidad de antes se suma la de ahora. Ante los abusos de ayer, persisten los abusos de hoy.
En México la transparencia gubernamental todavía es una exigencia incumplida y seguimos esperando. En México el fin de la impunidad todavía no es un principio apoyado desde el poder, y la permanencia de Alejandro Gertz lo constata.
La Guerra Sucia auspiciada desde Los Pinos ha sido reemplazada por la militarización decretada desde Palacio Nacional.
Al lado de las familias deshechas de 1968 están paradas las familias de los desaparecidos de 2022, entre tantas más.
Pasa el tiempo y la rendición de cuentas por los crímenes cometidos por el Estado rara vez se da. Hasta el día de su muerte, Luis Echeverría seguía desligándose de las matanzas y de los muertos. Años después continuaba guardando silencio sobre ellos.
Hombre de piedra. Hombre con ojos de serpiente. Hombre impasible. Siempre argumentó que él nada tuvo que ver. Cuando hablaba, decía que no tomó un fusil ni ordenó que otro lo disparara. Pero inauguró una forma de tapar tropelías de Estado llevadas al cabo por las Fuerzas Armadas.
Y cada Presidente a partir del echeverrismo abrazó la impunidad uniformada porque le convenía hacerlo. AMLO no es la excepción; es la continuación.
México ha sido un país de promesas incumplidas e investigaciones postergadas, de funcionarios impunes y mentiras maquiladas. Echeverría podía dormir tranquilo porque el poder lo protegía, porque las comisiones callaron, porque el Ejército ahora será ensalzado, jamás sancionado.
La impunidad persiste a más de cincuenta años del ’68 porque nunca ha sido verdaderamente combatida. Porque nunca se dieron las consignaciones a los responsables de la matanza del 10 de junio de 1971, ni de las que vinieron después, ni de las recientes.
Porque nunca hubo asignación de responsabilidades a Echeverría y a quienes han violado la ley desde la Presidencia. Porque nunca ha habido un rompimiento claro con el pasado.
En México hubo y hay muertos y heridos producto de nuestra República mafiosa, como la ha llamado Aguilar Camín. En México hubo y hay torturados y desaparecidos. Allí están sus rostros desfigurados, sus narices rotas, sus ojos amoratados, sus familiares desesperados, sus huesos en fosas en el desierto.
Aunque López Obrador lo niegue, aunque Luis Echeverría lo haya logrado eludir, aunque el Ejército no quiera reconocerlo, aunque Calderón no haya pagado un precio por ello y Peña Nieto haya logrado escabullirse hasta ahora.
Es imposible negarlo: el país tiene un pasado problemático, que ha producido un presente antidemocrático. En casos de tortura hay víctimas que caminan cojeando. En casos de desapariciones hay familiares en busca de información. En casos de asesinatos políticos hay testigos obligados a callar.
En casos de corrupción hay investigaciones anunciadas, y luego archivadas. No basta abrir algunos archivos polvosos a algunas personas con la esperanza de resolver algunos casos.
No basta presumir la constante creación de otra Comisión de la Verdad, o la apertura de una carpeta de investigación. No basta con decir que las Fuerzas Armadas ahora son “pueblo bueno” cuando no tienen las manos limpias.
No es posible construir un futuro democrático sobre los cimientos de un pasado ciego, negado y olvidado. Todas las víctimas —los familiares de periodistas asesinados y campesinos acribillados, todos los que tienen algún muerto o herido, todos los que padecieron un acto de corrupción— merecen saber que las cosas han cambiado.
Merecen saber que los torturadores y represores y desfalcadores de la Guerra Sucia y Ayotzinapa y Tlatlaya y Apatzingán y Nochixtlán y Odebrecht y la Casa Blanca y la Casa Gris serán investigados.
Merecen ser tratados como ciudadanos con derecho a obtener información sobre un Estado que los ha maltratado, o los ha engañado.
La verdad misma entraña una forma de justicia; entraña la reparación de un mundo moral en el que las mentiras son mentiras, las verdades son verdades y el Estado no es impune.
México nunca escapará de su pasado, pero por lo menos podría lograr una verdad compartida sobre él. Eso jamás sucederá mientras el echeverrismo reencarne en lopezobradorismo, y la impunidad inaugurada por Luis Echeverría sea mantenida por Andrés Manuel López Obrador.— Ciudad de México.
denise.dresser@mexicofirme.com
Periodista