sábado , 18 mayo 2024
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La corona imperial rusa

Frank Fernández Estrada (*)

Fuente: Diario de Yucatán

Desde joven me había hecho una lista de cosas que para mí eran indispensables conocer. Una de ellas era el Fondo de Diamantes de Rusia, que se encuentra dentro del recinto del Kremlin de Moscú. Es un muy largo edificio que este fondo comparte con la Armería Estatal.

Amo las piedras preciosas, gracias a Dios que nací hombre. De haber nacido mujer no sé cómo me las hubiera arreglado para hacerme de muchas y grandes joyas y mostrarlas juntas todas en la calle, como si fuera arbolito de Navidad.

El Fondo de Diamantes en Moscú es un lugar digno de conocer y no solo para las personas a las que les gustan las joyas, sino para todos aquellos a los que les gusta la belleza y la historia.

Los reyes y emperadores personalizan su poder con toda una serie de símbolos materiales, a los que se les llama regalías, de los cuales el más importante evidentemente es la corona real o imperial. Una corona real la podemos reconocer porque tiene ocho brazos que unen la parte que va ceñida a la cabeza del rey con la parte superior de la pieza.

Entre los otros símbolos de las regalías encontramos un cetro, un orbe, una capa de armiño y otras más, en dependencia de país. Hay regalías que constituyen la esencia misma del país, que se encuentran incluso por encima del propio rey y del pueblo. Son una representación material de la Nación.

Es el caso de la célebre corona de San Esteban, regalada por el papa Silvestre II a San Esteban, primer rey católico de Hungría. Todas las regalías del reino de Hungría podemos verlas escoltadas en la sala principal del hermoso parlamento neogótico de Budapest, debajo de su gran cúpula.

En el caso de Rusia, a partir de Pedro “el Grande”, aquel que sacó a Rusia del medioevo y fundó la ciudad de San Petersburgo, comenzaron a llamarse emperadores a los zares rusos. Pedro “el Grande” fue el primer emperador, le siguió su hija Catalina Petrovna.

Para su coronación, cada emperador o emperatriz de Rusia mandaba a construir una corona hasta que llegó Catalina II “la Grande”, que fue la que instauró que se hiciera una magnífica corona y que fuera esa la que utilizaran todos los emperadores que la sucedieran en el futuro.

En esos momentos en la corte imperial rusa había dos extranjeros establecidos desde hacía tiempo en ese país. Uno de ellos era el francés Jeremy Pozier, que había sociabilizado con toda la alta nobleza rusa, y Georg Friedrich Eckart, suizo, taciturno y reservado. Entre los dos joyeros existía una enconada animadversión.

Si bien el francés se dedicaba a hacerle joyas a todo aquel que viniera a encargárselas, Eckart solo fabricaba joyas a pedido del Gabinete Imperial, para el Taller de Diamantes y para la familia imperial.

A estos dos joyeros enemigos se les dio la misión de crear una gran corona que representara al imperio ruso. El detalle está en que solo tenían dos meses y medio para realizar esta gran obra, razón por la que, a pesar de odiarse uno al otro, se vieron en la necesidad de trabajar juntos al lado de toda una serie de orfebres dedicados a ayudarlos en su tarea.

El proyecto seleccionado era una gran corona con dos hemisferios plateados, representando a Europa y Asia, Oriente y Occidente, sabiendo que Rusia tiene sus territorios a ambos continentes. Está adornada con ramas de laurel, símbolo de gloria y poder. También lleva todas en brillantes hojas de roble y bellotas, que representan fuerza e inviolabilidad. Terciopelo rojo hace que esta gran armazón descanse sobre la cabeza del (o de la) emperador (emperatriz).

Sabiendo que la corona sería utilizada para todos los emperadores que siguieran a Catalina la Grande, se tomaron de los fondos imperiales las más vistosas gemas que, por demás, en esos momentos no estaban de moda. Entre otros elementos, esta Corona Imperial está adornada con diamantes que forman una rosa de 12 pétalos sobre la cual descansa una gran cruz de diamantes con una espinela color rojo vino, cuyo peso es 399 kilates. Se considera la segunda espinela más grande del mundo. Pero detengámonos en esto de la espinela. Hasta comienzos del siglo XIX no se reconocía esta piedra, considerándolas todos un rubí, por lo que en el momento de la creación de esta Gran Corona Imperial todos, incluso los grandes joyeros, consideraban que se trataba de un rubí.

Esta gran corona fue utilizada para la coronación de los siete emperadores que sucedieron a Catalina la Grande. El último de ellos fue Nicolás II, fusilado por los bolcheviques, y la última vez que se presentó al público fue en 1906 para la creación de la Duma. Solo para grandes ocasiones salían de sus fondos las regalías imperiales: coronaciones, funerales o eventos de gran importancia. Esto debido a varias razones, la primera de ellas por la gran solemnidad que representaba estas regalías que no son para mostrar a diario. Otro de los motivos es el propio peso de la corona, de casi 2 kg. Los joyeros que la fabricaron tuvieron la genial idea de hacer que la zona que encaja con la cabeza del portador pueda ser ampliada o estrechada para ajustarla para los futuros emperadores. Esta Gran Corona del Imperio Ruso está adornada con 4936 diamantes que pesan en total 2858 kilates, 75 grandes perlas de la India y, la más famosa de todas las gemas, la gran espinela de la que ya he hablado.

A la llegada de los bolcheviques se reunió a toda una serie de expertos para evaluar lo que más adelante Stalin denominó “las baratijas del Zar”. Esto con la finalidad de conocer su verdadero valor y utilizar una buena parte de este material como garantía o incluso para venderlo para las necesidades urgentes del nuevo gobierno. Como jefe del Departamento de Oro y del Depósito Estatal de Materiales Preciosos fue nombrado Yákov Yurivski, declarado confeso director del paredón de fusilamiento que asesinó a la familia imperial rusa junto a sus cinco empleados. De aquella época se concluyó que, en 1920, el valor estimado de la Gran Corona Imperial de Rusia era de 52 millones de aquella época. Durante el régimen bolchevique, la imagen de esta corona, encarnación misma del zarismo, se convirtió en un gran tabú, por lo que dejó de utilizarse su representación de cualquier forma que fuese. Fue durante el periodo de Nikita Jrutchev que las cosas se relajaron un poco y dejaron de representar al zarismo del pasado.

Se cuenta que en 1922, a través del embajador soviético en los Estados Unidos, se le pasaron varios brillantes de la Gran Corona Imperial a Michael Collins, líder de la guerra civil irlandesa, como garantía para el préstamo de 20 000 US $. Collins ni siquiera las quiso tocar, alegando que esos diamantes estaban “manchados de sangre”. Se los entregó a guardar a su madre. A partir de ello, fue pasando a escondidas estas hermosas gemas de mano en mano hasta que se decidió venderlas en pública subasta en Christie’s. El Estado soviético, para no crear escándalo, pago la deuda más sus intereses a cambio del retorno de esas piedras que durante décadas estuvieron ocultas en Irlanda. Ya hacía años el gobierno soviético había dejado de vender joyas del Imperio al extranjero porque con cada transacción se hacía gran escándalo en la prensa internacional.

Con motivo del 250 aniversario de la coronación de la emperatriz Catalina II, el 400 aniversario de la dinastía Romanov y el 200 aniversario de la Gran Guerra Patria de 1812, joyeros de la ciudad rusa de Smolensk fabricaron una réplica que han podido presentar en algunas ciudades rusas. No se utilizó plata esta vez sino platino, utilizando brillantes de Yacutia y perlas de la India. Al terminar la corona se la aseguró por 100 millones US $. Eso hace considerar que la original, aquella que se encuentra en el Fondo de Diamantes del Kremlin, tiene un precio que no se puede estimar, de la misma forma que no se puede estimar la luz del sol ni la luz de las estrellas.

Para aquellos que tengan la fortuna de visitar el Kremlin, esta sección de la Cámara de los Brillantes es una visita obligatoria. No solo allí se presenta la Gran Corona Imperial, sino el resto de las regalías imperiales y buena parte de la colección de las joyas que durante siglos acumularon los zares y después emperadores de esta gran nación. Incluso podemos ver hecho con hilos de plata, el vestido de novia de Alexandra Fiódorovna, la última emperatriz. Por decreto de la Constitución rusa esta colección, incluso la corona, forma parte de una colección indivisible de joyas, única propiedad estatal y que no está sujeta a ningún tipo de enajenación. La Constitución ni siquiera autoriza salir la Corona Imperial de la vitrina detrás de la cual se le muestra al público. La única excepción es una expresa orden presidencial y en el caso específico de una guerra que amenace la seguridad de la capital rusa, la gran y hermosa Moscú.

(*) Traductor, intérprete y filólogo.

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