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AMLO presidente

Responsabilidades

Antonio Salgado Borge (*)

Publicado en el Diario de Yucatán

Tiene razón “The Economist” cuando dice que Andrés Manuel López Obrador, presidente de México a partir de ayer, no tendrá excusas para el fracaso (01/12/2018). El argumento central de este semanario británico es que, dado el dominio de Morena en el Congreso, AMLO tiene, para bien y para mal, manga ancha para echar a andar sus proyectos sin mayores obstáculos. En estas condiciones, el fracaso es inexcusable.

Comparto en términos generales lo anterior. Sin embargo, me parece que puede ser complementado de dos formas. La primera es haciendo la conclusión más fuerte: para AMLO el fracaso no solo sería inexcusable, sino que representaría una irresponsabilidad mayúscula. La segunda es ampliando el conjunto de sujetos a los que aplica el predicado anterior: el PRI y el PAN también incurrirían en una irresponsabilidad mayúscula en caso de fracasar como oposición, y las personas que habitamos este país también seríamos irresponsables si no asumimos actitudes genuinamente reflexivas, críticas y deliberativas.

(1) Empecemos por la responsabilidad de la oposición, pues ésta ayuda a ilustrar la responsabilidad de nuestro nuevo presidente. Para ver de dónde se origina la responsabilidad del PRI y del PAN recordemos que la forma en que Morena arrasó en las elecciones de este año no se explica sin los fracasos de Felipe Calderón y de Enrique Peña Nieto. Hace cinco meses el electorado mexicano envío un mensaje insoslayable: es imposible aceptar más de lo mismo. El mensaje difícilmente pudo ser más claro; AMLO se convirtió en el primer presidente desde que hay elecciones democráticas en México que fue elegido por más de la mitad de las personas que emitieron su voto y su partido obtuvo la mayoría en ambas cámaras. El arrastre de AMLO fue tal, que el candidato de Morena obtuvo más del doble de los votos que llevaron a Felipe Calderón a la Presidencia en 2006 —es decir, ¡100% más votos que el panista!— y alrededor de 50% más votos que los obtenidos por Enrique Peña Nieto en 2012.

Que el PAN y el PRI estén en ruinas es, sin duda, merecido. Pero este derrumbe no es una buena noticia para México en estos momentos, pues no contamos ahora con un partido capaz de ser contrapeso moral y legal de Morena. Esto significa que si el PAN y el PRI planean ser esta oposición tienen necesariamente que reinventarse y esto claramente no ha ocurrido. Para ser claro, PRI y PAN siguen en manos de algunos de los grupos que llevaron a estos partidos y a sus gobiernos al fracaso. Lo que es peor, ante su falta de credenciales presentables —con notables excepciones—, el discurso de ambos partidos como oposición ha sido tan estridente como poco serio o sustancioso.

En este sentido, se equivocan el PRI y el PAN si piensan que con una estrategia de choque y polarización podrán llegar lejos a corto o a mediano plazo. Tomo como evidencia de ello los resultados de la más reciente encuesta de “Reforma” —el mismo medio que pronosticó acertadamente los resultados de las dos elecciones presidenciales más recientes—. De acuerdo con “Reforma” (30/11/2018), AMLO inicia su sexenio con 63% de opiniones favorables y 21% de opiniones negativas. Eso no es todo: siete de cada 10 habitantes de nuestro país se sienten optimistas con el nuevo gobierno. Es decir, nada de lo ocurrido durante el período de transición parece haber impactado negativamente en la imagen del nuevo presidente. Por ejemplo, apenas dos de cada 10 personas están en desacuerdo con las consultas hechas hasta ahora.

A México le urge una oposición seria y competitiva. Pero esto no va a ser posible si los dos principales partidos y las élites que los cobijan no son capaces de ejercer la autocrítica, de renovarse y de plantearse como auténticos revulsivos del sistema que ellos construyeron y del que por tantos años se beneficiaron. Pensar que el triunfo arrollador de Morena se debe exclusivamente a una suerte de fanatismo de masas equivale a querer tapar el sol con un dedo.

(2) Pasemos ahora a la responsabilidad del nuevo presidente y de su partido. La más grande irresponsabilidad que Morena podría cometer es fallar a la confianza que México les ha brindado. Esto aplica, desde luego, para cualquier gobierno. Sin embargo, cobra especial relevancia cuando se considera que si el proyecto de Morena fracasa nuestro país estaría literalmente saltando al vacío. Para ver por qué, vale la pena considerar que de acuerdo con una encuesta de “El Financiero”, ocho de cada 10 personas rechazan a los partidos políticos en México (28/11/2018). Esto es, con el PRI y el PAN inmutados, y todo lo demás constante, si AMLO fracasara la puerta quedaría abierta para su sucesión por un populismo encabezado por un individuo sin escrúpulos, antiderechos y violento, como los de Brasil —desde la derecha— o Venezuela —desde la izquierda—.

¿Qué tendría que hacer Morena para no ser irresponsable? De acuerdo con la última encuesta de “Reforma”, los dos temas que son considerados más importantes son el combate a la inseguridad y el crecimiento económico. Antes de las elecciones, en este mismo espacio califiqué a la redistribución y la pacificación como los principales cambios de enfoque que prometía y podía realizar Morena. También mencioné que sería ingenuo creer otras promesas de Morena, como el combate frontal a la corrupción o la transformación radical del sistema político mexicano. Con base en la encuesta de “Reforma” y reafirmando que con estos dos temas un cambio sustancial es en principio posible, Morena estaría en condiciones de no generar una decepción rotunda si lograse reducir significativamente los niveles de violencia que ha heredado y mejorar las condiciones de vida de las personas que las han visto profundamente deterioradas durante los últimos años.

Morena tiene también la enorme responsabilidad de no generar una regresión democrática en México. Las preocupaciones en este sentido —las reales, no las basadas en contenidos chatarra o en cadenas de WhastApp— se fundamentan en los distintos anuncios de AMLO que apuntan hacia una centralización del poder alrededor del presidente y su equipo, y hacia nombramientos en instituciones que, aunque nunca llegaron a funcionar en los hechos de manera adecuada, fueron diseñadas para ser contrapesos del Poder Ejecutivo.

La preocupación aumenta cuando se considera que, quizás fruto de una mezcla entre desesperación y renovada esperanza, 55% de las personas en México consideran que es mejor “hacer cambios, aunque las instituciones desaparezcan” y que, aunque 63% está contra la reelección, 50% de las personas encuestadas creen que AMLO, el mismo individuo que es altamente aprobado, intentará reelegirse. Es difícil interpretar con certeza esto último, pero me parece que cuando menos refleja una cierta tolerancia a la centralización del poder siempre y cuando ésta ofrezca resultados. Es decir, algo no muy distinto a lo publicado en años recientes por Latinobarómetro.

(3) Por último, las personas que habitamos este país tenemos la enorme responsabilidad de construir capital social positivo y de participar en discusiones de asuntos públicos, evitando caer en las redes de la polarización o el fanatismo. Por ende, es conveniente iniciar identificando a los dos lados más extremos de la polarización que tendríamos que evitar a toda costa.

(a) El primer extremo está conformado por personas que no tienen duda de que AMLO será el gran transformador que enderezará el rumbo de México y reconstruirá un país que para las mayorías se cae en pedazos. Quienes integran este grupo suelen aplaudir todo lo que el nuevo presidente ha hecho durante los meses de transición. De esta forma, incluso algunos de sus principios más preciados —como el combate a la impunidad o la defensa de los pueblos indígenas— pueden ser puestos entre paréntesis con tal de no “traicionar” al proyecto.

(b) En el otro extremo están aquellas personas que juran que AMLO es lo peor que pudo pasar a México y que difunden compulsivamente cada nota o declaración del nuevo presidente como si se tratara del peor error de la historia o como si el ayer no hubiera existido. Entre los síntomas más visibles del fanatismo de este grupo se encuentra una marcada obsesión con la figura del nuevo mandatario. De esta forma, para algunos individuos que integran este grupo AMLO es, antes de haber gobernado, el peor presidente de nuestra historia.

Ambos grupos comparten ciertas dinámicas y ninguno ayuda a fortalecer nuestra democracia. El resultado es uno y el mismo: un sinsentido que solo beneficia a quienes intencionalmente alimentan esta polarización desde la derecha o desde la izquierda. Así, por un lado personas que nunca se interesaron en la vida pública o en la historia ahora descubren las aberraciones de nuestro Congreso o de nuestra arena política y piensan que iniciaron con el triunfo de AMLO, mientras que, por el otro lado, personas que siempre criticaron estas aberraciones optan ahora por guardar silencio.

El nuevo gobierno ha llegado al poder con legitimidad, cuenta con amplia aprobación y tiene control de ambas cámaras. Esto es, tiene todo en sus manos para lograr la distribución y la pacificación que mejoren las condiciones de vida de millones de personas. No hacerlo sería irresponsable. Sin embargo, para que cualquier proyecto sea sostenible se requiere, aun en el mejor de los casos, de una democracia fuerte que, guste o no, pasa por la construcción de una oposición seria y de una ciudadanía informada, congruente y crítica en el sentido más amplio del término. En cualquier caso, la inacción implicaría una irresponsabilidad mayúscula.— Edimburgo, Reino Unido.

asalgadoborge@gmail.com

Antonio Salgado Borge

@asalgadoborges

Candidato a doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Maestro en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y maestro en Estudios Humanísticos (ITESM)

 

 

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