Franck Fernández Estrada (*)
Fuente: Diario de Yucatán
Desde la antigüedad, a las mujeres les ha gustado mantener su aspecto juvenil y un cutis lozano. En excavaciones en el sitio de Pompeya se han encontrado potes con cremas faciales, cuyo principal elemento es el aceite de oliva. Esto no era típico de las romanas ni de los romanos. Otros ya en el pasado, sumerios, chinos y egipcios, usaban el maquillaje. Después llegó la cirugía plástica, que contribuyó mucho a arreglar lo que la edad y la ley de gravedad hacen a los rostros.
No nos equivoquemos, hay también muchos hombres a los que les gusta también cuidar su rostro con cremas protectoras, incluso con cirugía plásticas. Sabemos de casos de personas que se han convertido en adictos al bisturí y terminan desfigurándose el rostro. Hay quienes llevan este deseo de permanecer eternamente joven al extremo, como lo hemos visto en varios momentos de la historia.
Toda esta reflexión es para hablarles de una condesa húngara, de la zona de Transilvania, que vivió de finales del siglo XVI a comienzos del XVII. Su nombre era Isabel Báthory y que ha pasado a la historia con el sobrenombre de la Condesa Sangrienta.
Para comenzar les quiero decir que en húngaro primero se coloca el apellido y detrás el nombre de pila y, en el caso que nos ocupa, es Erzsébet. Su nombre en húngaro es Báthory Erzsébet. Era de muy alto linaje. Entre sus familiares cercanos encontramos a príncipes y reyes. Era extremadamente rica y también bella.
A los 13 años la casaron con Ferenc Nádasdy (Francisco en húngaro) que se destacó en batallas contra los turcos, principales enemigos de Hungría en ese momento. Durante estas batallas se mostraba tan valiente que le dieron el sobrenombre de Caballero Negro, por ir siempre vestido de ese color.
No olvidemos otras historias procedentes de Transilvania en relación con la sangre humana, la vida eterna y los vampiros. El exponente mayor es Drácula que todos conocemos por la múltiples versiones que hemos visto en los cines.
Tuvieron cinco hijos, de los cuales tres sobrevivieron hasta la edad adulta. El detalle de nuestra Isabel o Erzsébet es que era una mujer de gran crueldad. Sus empleadas, o mejor dicho siervas, porque es lo que se usaba en esta época, por la más mínima indisciplina, el más mínimo descuido o la más pequeña falta eran sometidas a horribles golpes y torturas.
Le encantaba introducir en la piel de sus esclavas grandes agujas y tijeras para hacerles daño. Cuentan que una vez le dio una bofetada tan fuerte a una de sus esclavas que la sangre salió de su rostro y vino a caer sobre la mano y el rostro de la condesa. Poco después, al verse en el espejo, pudo apreciar cómo, en el lugar donde había caído la sangre, la piel se veía más sana, más hermosa. De ahí a concluir que para mantener su gran belleza tenía que recurrir a sangre humana solo había un paso. Las especulaciones fueron muchísimas, una de ellas, la más famosa, es que llenaba una tina de sangre para bañarse dentro de ella. Pero seamos un poco sensatos. Para llenar una tina se necesita la sangre de por lo menos 30 personas y sabemos que la sangre, al ponerse en contacto con el aire, se coagula. Por lo que veo mal cómo se pudieran realizar esos baños con sangre ajena estancada en una tina. Lo cierto es que durante esa época y en las regiones colindantes desaparecían jóvenes que nunca volvían a aparecer.
Las quejas fueron muchas, tanto a las autoridades de la iglesia como a las judiciales, pero debido a la alta cuna de Erzsébet nadie quería hacer ningún tipo de investigación. Pero llegó el momento en que los rumores y sospechas eran tan grandes que desde Viena mandaron un investigador para recabar todo tipo de testimonios y buscar cadáveres de jóvenes doncellas.
Muchos fueron sus empleados y siervos que vinieron a declarar y presentar sus testimonios sobre la violencia de los actos de la condesa. Debido a su alto linaje no se le podría castigar con la pena de muerte ni llevar la presión. Esta es la razón por la que decidieron empotrarla en un espacio muy reducido de su propio castillo dejando solo un pequeño hueco para poder pasar el aire, los alimentos y el agua. Hollywood y los escritores se han regodeado con esta historia, pero los historiadores actuales están revisando la situación. No podemos entender cómo es que si era tan déspota y cruel con las chicas se preocupara por el bienestar de sus siervos, pues en realidad era el caso. Había creado muchos hospitales, escuelas para niños y había mandado a construir varias capillas, todo lo contrario a la forma de actuar de una mujer malvada.
Los entendidos han llegado a la conclusión de que en vida su esposo le había prestado una cantidad importante de dinero a Matías II de Habsburgo, Emperador de Austria, y ella insistía mucho ante el emperador para que ese dinero le fuera devuelto. Quizás todo esto fue un complot para deshacerse de aquella que reclamaba el cobro de un elevado préstamo. Esta historia de la condesa sangrienta nos deja una moraleja.
Es cierto que es feo verse envejecer, y no específicamente con los rasgos faciales, sino con todos los achaques que la edad causa sobre el cuerpo, pero la vida es un regalo y hay que vivirla cada día y, por mucho que nos duela, tenemos que aprender a vivir con los años con lo que contamos.
(*) Traductor, intérprete y filólogo.