domingo , 19 mayo 2024
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Alberto Santos Dumont, el pionero de la aviación

Franck Fernández Estrada (*)

Fuente: Diario de Yucatán

Si bien el primer vuelo del ser humano sobre un objeto más pesado que el aire se atribuye a los hermanos Wright, norteamericanos que lo realizaron el 17 de diciembre de 1903, otros consideran que debemos esta hazaña al brasileño Alberto Santos Dumont en un aparato de su invención que lo llevó a los aires el 7 de septiembre de 1906. Como podrán ver, unos tres años después.

La diferencia estriba en el hecho de que los Wright lo hicieron con mucho secretismo y no ante múltiples espectadores, entendidos y no en la materia.

Es que los Wright querían vender su invento a las fuerzas armadas y Santos Dumont siempre rechazó que esta invención fuera utilizada con fines militares, al punto de nunca patentar sus inventos con la idea de que toda la humanidad pudiera beneficiarse de ellos. Pero ¿quién era este Santos Dumont, brasileño por nacimiento? Hagamos un poco de historia.

Alberto Santos Dumont nació en el seno de una familia riquísima. El origen de la fortuna de la familia venía de su abuelo, inmigrante francés en Brasil y que había ganado enormidades de dinero en la explotación de minas de piedras preciosas. Este francés fue el abuelo paterno de Alberto.

No se confunda el amable lector con el hecho de que Santos, el apellido de su madre, aparezca delante del apellido paterno. Así es la costumbre en los países de habla portuguesa. Primero va el apellido materno, que es seguido del paterno.

El padre de Alberto invirtió su dinero en los ferrocarriles y creó la mayor granja agrícola del mundo, que se dedicaba al café. Contaba con más de 6 mil empleados. En la hacienda cafetalera donde nació, Alberto visitaba los talleres donde se preparaba el café para su comercialización. Ese niño estaba fuertemente impresionado por todo lo que tuviera que ver con la mecánica. Era uno de esos niños que, incluso al jugar, lo hacía con la intención de descubrir el funcionamiento de las cosas que caían en sus manos y con el fin de aprender para, en el futuro, poder aplicar sus conocimientos.

Así estuvieron las cosas hasta que por una caída del padre de Alberto de su carruaje tuvo una fuerte lesión que lo dejó parapléjico y deseó que su hijo Alberto lo llevara a París con el fin de encontrar a un médico que tratara su padecimiento.

El padre de Alberto organizó todo sus negocios, los vendió a un muy importante precio, lo que los convirtió en personas inmensamente ricas.

Al llegar a París, Alberto se quedó maravillado con la modernidad de esta ciudad que en aquel momento era el lugar donde había que estar, donde se realizaban todos los descubrimientos y las artes y las ciencias llevaban una veloz carrera para lograr el bienestar de la vida del futuro. Dicho en pocas palabras: la Capital del Mundo.

Pronto Alberto tuvo la oportunidad de tener un paseo en globo aerostático, lo que lo hizo comprender que su futuro estaría indisolublemente unido a los aires. No tardó en darse cuenta, con un ojo advertido, que el peso de estos objetos voladores era un tremendo impedimento para su desarrollo.

Preparó su propio globo al que llamó Brasil y, ante la vista de un nutrido público parisino, se elevó a los aires.

Pronto le seguirían otros equipos voladores por él calculados hasta que, en su afán de mejora, cambió el diseño de forma redonda a forma cuadrada similar a la de los zeppelines y le agregó un motor ligero para evitar que estos globos volantes fueran juguetes de los vientos dominantes.

Se sucedieron varios aparatos hasta llegar a su experimento número 14 bis con el cual realizó un vuelo el 7 de septiembre de 1906 ante cientos de espectadores. Con su aparato logró volar a una altura de 6 metros del suelo en un recorrido que alcanzó 220 metros.

Ya Santos Dumont era toda una personalidad en París. Los ricos y famosos se lo peleaban para que asistiera a sus veladas o incluso, cosa aún más disputada, ser recibido a la mesa de Alberto Santos.

Cuando descendía en las calles de París con su aparato volante era el pueblo el que le ayudaba y también realizaba algún arreglo imprevisto. A este aparato volante lo llamó “La Baladeuse”, que en español es “La Paseadora”. En él se paseaba y llegaba a comer al muy refinado restaurante Maxim’s de la Rue de la Paix a dos pasos de La Madelaine.

Entre las amistades de Alberto en París había una rica heredera cubana, Aída de Acosta de Alba, a quien en una ocasión le prestó su máquina voladora haciendo de ella la primera mujer piloto de la Historia.

Otra de las amistades de Alberto en París era Louis Cartier, propietario de la joyería del mismo nombre. Alberto ya le había dicho a Cartier lo difícil que era maniobrar sus máquinas volantes y consultar su reloj de bolsillo al mismo tiempo.

Fue durante una de las muy selectas cenas en casa de Santos Dumont en la Rue de Washington, a dos pasos de la avenida de los Campos Elíseos, que Cartier le regaló a Santos Dumont el primer reloj de brazalete de la Historia. Aún hoy en día, la famosa casa de joyas sigue fabricando este modelo de reloj de brazalete para caballero con el nombre de Santos.

En estas cenas, con el pretexto de que sus invitados se habituaran a las alturas, los comensales se tenían que encaramar con una escala a una mesa de dos metros de altura con sillas del mismo tamaño.

Ya con el equipo número 15, al que le puso el nombre de “La Damoiselle”, realizó un paseo que lo llevó a 30 kilómetros al oeste de París. Allí descendió en los jardines de un castillo y regresó tranquilamente la mañana siguiente a la capital con “La Damoiselle” sobre un camión. Lo que no sabía Santos Dumont es que ése, su primer viaje en un equipo más pesado que el aire con fines recreativos, también sería el último. Poco tiempo después se le diagnóstico esclerosis en placas.

Otros vendrían a realizar nuevas hazañas. Louis Bleriot sería el primero en atravesar el Canal de la Mancha uniendo por primera vez dos países con un avión, realizando un vuelo poco más largo que el que ya había hecho Santos Dumont en “La Damoiselle”.

Roland Garros, el famoso tenista de los campeonatos de tenis, fue el primero en cruzar el Mediterráneo y Charles Lindbergh el primero en cruzar el Atlántico.

Con su enfermedad avanzando, Santos se retiró de su vida mundana a un pequeño pueblo al borde del mar en Normandía y se dedicó a su nueva pasión: la observación de los astros.

Poco tiempo después llegó la Primera Guerra Mundial. Roland Garros había inventado la forma de montar una ametralladora sobre un avión, sincronizando el movimiento de las hélices del motor con el disparo del arma, surgiendo así los primeros aviones de guerra.

De objetos de observación, los aviones pasaron a tener una activa participación en los combates surgiendo aviones de caza y aviones para bombardear ciudades.

Una mañana, mientras él miraba por su telescopio, un vecino lo denunció a la policía como agente del enemigo. La policía vino, registró la casa dejando un gran desorden. Ese mismo día Alberto Santos Dumont quemó todos sus documentos, no quedando ni uno solo para la posteridad.

Una vez terminada la guerra, se dedicó a viajar en la medida en que su enfermedad se lo permitía. Allí donde llegaba era recibido con mucha veneración. En el momento de la creación de la Sociedad de las Naciones, antecedente de las Naciones Unidas de nuestros días, envió una carta solicitando que la aviación que él había ayudado a crear nunca más fuera utilizada como un arma.

Al final de su vida se retiró a su Brasil natal donde en el año 1932 se declaró una guerra civil entre dos facciones enemigas.

Un día, sentado frente al mar en un balneario elegante cerca de Río, vio salir unos aviones de guerra con la intención de bombardear el bando enemigo. Eso fue un duro golpe para Santos Dumont. Fue a su habitación, escogió dos corbatas, con una de ellas se hizo el impecable nudo que siempre lucía y que le era propio y con la otra se colgó, dando así fin a una vida de aventuras.

Más tarde Brasil decidió cambiar en su honor el nombre de la ciudad cercana a la hacienda donde había nacido, Palmira, para darle el nombre de Santos.

Cuando se creó el primer aeropuerto de la ciudad de Río de Janeiro naturalmente se le dio el nombre de Alberto Santos Dumont, aquel niño que había soñado volar.

Traductor, intérprete, filólogo.altus@sureste.com

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