lunes , 6 mayo 2024
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Rodrigo Llanes Salazar: Ante los nuevos hábitos

Mirada antropológica

Rodrigo Llanes Salazar (*)

Fuente: Diario de Yucatán

Lavarse las manos. Es decir, realmente lavarse las manos, con agua y jabón, por lo menos durante veinte largos segundos.

No saludar de mano, mucho menos de beso en la mejilla. Saludar con los codos, o tal vez con una reverencia al estilo oriental. Salir con cubrebocas. Sorprenderse de la gran diversidad de los mismos. Los quirúrgicos azules, que al inicio de la contingencia se volvieron imposibles de encontrar. Los codiciados N95, que considero deberíamos dejar a las personas que más lo requieren. Los improvisados: pañoletas o playeras amarradas en la cara. Las cada vez menos exóticas caretas y máscaras de gas. Como suele suceder, también en las mascarillas emergen distinciones.

Han surgido los cubrebocas de lujo y de alta costura, para quienes puedan pagarlos. Están los políticos, como los zapatistas; los morados, que denuncian la violencia de género; o los de arcoíris, que reivindican el orgullo LGBT. Cubrebocas con una enorme variedad de estampados, desde barbas simuladas hasta personajes de Marvel.

También —cada vez más— sorprende ver en la calle personas al desnudo, sin cubrebocas.

“Zoomear”. Ver a otros en pequeños cuadros en una pantalla. Sus fondos, sus oficinas improvisadas, sus intimidades domésticas, o, simplemente, pantallas negras con algún nombre de usuario. Desinfectar todo, o casi todo, desde el mandado del supermercado hasta los paquetes del correo y de ayuda de los gobiernos. Limpiar la casa constantemente.

Guardar distancia, por lo menos dos metros —o lo que parezca dos metros—. Sospechar de los cuerpos de los demás, de cualquier persona que tosa o estornude. Para algunos, escuela en casa y “teletrabajo” o trabajo en casa (también, como suele suceder, acostumbrarse a escuchar expresiones similares en inglés: como “homeschooling” y “home office”).

Un famoso artículo de Philippa Lally y sus colegas publicado en el “European Journal of Social Psychology” en 2009 encontró que la formación de hábitos podía tomar entre 18 y 254 días, aunque el promedio —por lo menos en las personas que participaron en su estudio— era de 66 días. Desde luego, mucho depende de la frecuencia y consistencia con la que se realiza la conducta que uno quiere que se convierta en hábito (“How are habits formed: Modelling habit formation in the real world”).

La jornada nacional de sana distancia inició en México el pasado 23 de marzo, aunque el gobierno de Yucatán se adelantó y tomó medidas —como el cierre de escuelas— por lo menos una semana antes. Así que muchos de esos nuevos comportamientos que empezamos a tener a mediados de marzo hoy se han convertido en nuevos hábitos.

Algunos prefieren hablar de “nueva normalidad”, expresión que se empleó para referirse a la situación económica después de la crisis financiera de 2008 y, unos años más tarde, a la reducción del crecimiento económico de China. Me parece que, en muchos de estos casos, la “nueva normalidad” no tuvo mayor eco más allá del ámbito financiero y político.

Ahora, en España se está hablando oficialmente de la “nueva normalidad”, como en el “Plan para la transición hacia una nueva normalidad” anunciado por el gobierno y que refiere a una “desescalada gradual, asimétrica y coordinada” de reapertura de establecimientos, comercios, restaurantes, centros comerciales, eventos deportivos, etcétera.

En este caso, la “nueva normalidad” es la meta, el escenario al que se llegará cuando haya concluido la desescalada.

Para otros —me incluyo—, “nueva normalidad” es la realidad que ya vivimos cotidianamente con toda la serie de “nuevos hábitos”.

Llama la atención que se hable de “nueva normalidad” y no de “regreso a la normalidad”, pues, hasta ahora, todo parece indicar que regresar a la “normalidad” será algo imposible. Aún no sabemos cómo será la “nueva normalidad”.

Al inicio de la pandemia, algunos filósofos y científicos sociales contemplaban la posibilidad de un cambio de fondo a nivel mundial, por ejemplo, un nuevo mundo que supere los actuales nacionalismos y proteccionismos y que apueste por una mayor cooperación internacional; un nuevo planeta que haya trascendido el capitalismo neoliberal y que construya un nuevo estado de bienestar.

También hay quienes han diagnosticado que los peligros de nuestra época se intensificarán: más proteccionismos, más endurecimiento de fronteras, más autoritarismo, más vigilancia, etcétera.

Desde luego, no sé qué nos depara el futuro, pero sé que no regresaremos a la normalidad porque, por lo menos en México, nos espera una dura situación económica con la caída del precio del petróleo, la reducción de exportaciones y la disminución de la llegada de remesas, las afectaciones al turismo, amén de las consecuencias del cierre de establecimientos, comercios y diversos eventos.

Más que contemplar un inmediato cambio de fondo en nuestro mundo —¡que debemos seguir imaginando!—, estimo que la “nueva normalidad” se apreciará sobre todo en los “nuevos hábitos” que hemos adquirido en estos últimos casi dos meses, en cosas mucho más mundanas, pero no por ello menos significativas, como cuando después el 11 de septiembre se endureció la inspección en los aeropuertos.

Después de la epidemia de SARS de 2002 y 2003, en varios países asiáticos se volvió más común que las personas usen cubrebocas.

Es probable que la “nueva normalidad” esté marcada por otras medidas de sanidad e higiene —espero que mejores— y por más actividades escolares y laborales realizadas en el hogar.

Puede que las oficinas y otros establecimientos rediseñen sus espacios y contemplen más distancia física en las personas. Sí, puede que la vigilancia digital se intensifique —ahora están comenzando a proliferar los programas que vigilan las actividades en línea que realizan los trabajadores en sus casas.

Las expresiones “nuevos hábitos” y “nueva normalidad” pueden tener un carácter conformista, que nos lleve a simplemente acomodarnos a nuevas circunstancias, o también, parafraseando al antropólogo Esteban Krotz, pueden tener un carácter “subversivo”.

Es decir, pueden recordarnos una verdad aparentemente evidente pero que constantemente pasamos por alto: que los hábitos son modificables y que somos nosotros quienes podemos modificarlos.

Que la “normalidad”, que para muchos es una “normalidad” de injusticia y sufrimiento, no es algo inevitable. Que puede cambiar, si queremos y actuamos.

rodrigo.llanes.s@gmail.com

Investigador del Cephcis-UNAM

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