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La condesa de Jaruco, nacida para amar

  • “Mujer habanera y hermosa, voluptuosa en extremo, vive entregada por completo a la pasión del amor”, fue como la describió Lady Holland

Por: Franck Fernández Estrada(*)

Fuente: Diario de Yucatán

Hace muchos años tuve una secretaria que tenía un solo hijo. El chico, un poco tonto, tuvo la desgracia de enamorarse de una chica de la isla Mauricio. Marie Hélène era su nombre. Hay que reconocer que la chica era de armas tomar. Mi secretaria, en el colmo del rencor, decía que todas las chicas de las islas son iguales. Cabe notar que yo también soy isleño y estaría muy mal visto, sobre todo en mí, llegar a tan inadecuada conclusión. Sin embargo, no se hubiera equivocado mi antigua secretaria al calificar de la misma forma a otra chica de las islas de la que les quiero hablar hoy.

Quiero hablarles de una condesa cubana. María Teresa de Montalvo O’Farril. Nació en La Habana en 1771. Era hija del primer conde de Casa Montalvo, nieta del primer conde de Macuroged y del cuarto marqués de Villalta, lo que la convertía en descendiente directa de los condes de Casa Bayona. Tuvo una niñez muy holgada, rodeada de lujos y de caprichos. Fue cuidada por nodrizas y negras esclavas que tenían como misión de vida hacerla feliz. En la vida de María Teresa todo fue precoz. Fue señorita a los 10 años. Fue comprometida a los 12 con Joaquín de Santa Cruz y Cárdenas, el hombre más rico de Cuba. Se casó a los 16 con Joaquín, conde de Jaruco, por lo que por matrimonio obtuvo valió el título de condesa de Jaruco. Jaruco es un municipio cubano que se encuentra a igual distancia de las costas del norte y del sur de la isla, en algún lugar entre las ciudades de La Habana y Matanzas. Al año de casada nacía su primera hija, Mercedes de Santa Cruz y Montalvo, que también estaría destinada a una vida de viajes y lujos. María Teresa, condesa de Montalvo, pasó a la historia con el título de su marido, María Teresa Montalvo, condesa de Jaruco.

Podemos entender que, a una mujer caprichosa y de grandes aspiraciones, la ciudad de La Habana le quedaba pequeña. En 1789 su marido es comisionado para ocupar un cargo al servicio del rey del momento, Carlos IV, por lo que el matrimonio viajó a Madrid donde estableció su residencia. A la pequeña hija la dejaron a cargo de la bisabuela materna, quien le permitió crecer de una forma casi salvaje, a gran despecho de la familia de su padre, los condes de Jaruco. Fue el momento de realizar el famoso “Grand Tour” que las personas de abolengo hacían en la época. A saber: recorrer Inglaterra, Alemania, Francia y, por sobre todas las cosas, Italia.

Los primeros años de los condes cubanos en Madrid, los pasó María Teresa ligada a la carrera social y profesional de su esposo, mientras que ella poco a poco se habría un espacio en la alta sociedad madrileña. En esta época triunfaban los salones de la duquesa de Alba, de la duquesa de Osuna y Benavente y de otras. María Teresa logró establecer su salón en su residencia de la calle de Luna número 14. Un salón era algo muy de moda en la época entre los nobles y altos burgueses. Un día de la semana, en horarios establecidos, la familia recibía en su casa a escritores y personajes famosos. Unos bailaban, otros venían a hablar de los demás, los terceros para jugar las cartas, otros para hablar de política o simplemente para escuchar música interpretada por uno de los invitados.

El primer ministro del momento era Manuel Godoy, intrigante que había llegado a ese cargo por ser amante de la reina, María Luisa, quien abiertamente llevaba a la cama a cuanto hombre de su gusto estuviera a su alcance, a vista y paciencia de su marido el rey. Godoy, que no por ello le era fiel a su amante la reina, conquistó a la condesa de Jaruco con quien tuvo dos hijos. Al primero le dio el nombre de Gabriel, nombre del primero de los condes de Jaruco y al segundo le dio el nombre de su padre, Manuel. Se puede entender el malestar de la reina María Luisa. Le gritaba a su marido: -Cornudo, ¿cómo vas a permitir que ofendan de esa forma a tu mujer? Tienes que destituirlo de su cargo. El pobre Carlos IV solo se encogía de hombros.

Por aquellas épocas, se había establecido en Madrid una conocida noble inglesa, Elizabeth Vassall-Fox, conocida como Lady Holland. Ella describió para la posteridad cómo fueron estos años convulsos en Madrid y también describió cómo era María Teresa Montalvo. Decía: “mujer habanera y hermosa, voluptuosa en extremo, vive entregada por completo a la pasión del amor”. Otros la describirían en estos términos: “Una mujer conservadora, intrigante, poderosa, escandalosa y afrancesada. Hermosa habanera en extremo voluptuosa condicionada posiblemente por la belleza física y el atractivo que irradiaba su brillante personalidad junto a sus dotes de seducción que sabía manejar en su beneficio con gran maestría”. En un momento determinado, el conde tuvo que regresar a Cuba de donde se trajo a su pequeña ya de cuatro años Mercedes. Más adelante su marido por tener que atender los negocios de la familia regresa a Cuba, donde murió de altas fiebres.

Los momentos que estoy narrando fueron muy convulsos no solo en España sino en toda Europa. Napoleón Bonaparte pretendía adueñarse de toda Europa so pretexto de imponer las ideas de la revolución francesa no sin antes haberse autoproclamado emperador. Él, emperador del mundo. Le había pedido permiso a Carlos IV, el rey español, para atravesar sus tierras con la intención de invadir Portugal. Napoleón no encontró mejor solución que desterrar a los reyes españoles a la ciudad francesa de Bayona y colocar en su lugar a su hermano José que ocupó el trono con el título de José I.

José I estaba casado con una hermosa marsellesa, hija de riquísimos mercaderes de seda, Julie Clary. Sabemos que los Bonaparte eran muy aficionados a las hermosas mujeres, por lo que José de inmediato quedó prendado de esta mujer hermosa, cubana, rica, viuda y elegante. Juntos vivieron uno de los más importantes romances del francés durante su estancia en España. Los amoríos entre el rey José I y María Teresa condesa de Jaruco dieron tanto que hablar que él le construyó una casona en la calle Clavel. María Teresa nunca vivió en esta casa. Era el lugar donde se encontraban por las noches para vivir su amor. De esa época data la famosa copla: La Condesa de Jaruco tiene un plumero/donde moja su tinta José Primero…

María Teresa murió en 1812 de una afección pulmonar a la edad de 42 años. José I, cumpliendo la promesa que le había hecho en vida, la misma noche del entierro mandó a sacar su cadáver de la tumba y lo llevó al jardín de aquella casona de la calle Clavel que para ella había construido, al pie de un frondoso olmo, mudo testigo de su amor. El dolor de José I duró poco. Muy pronto se enredó en otra aventura amorosa, con otra cubana… con Mercedes, la hija de María Teresa. Para ello la casó con uno de sus oficiales y le otorgó el título de Conde de Merlín. Con la caída de precario régimen de José I, los condes de Merlín tuvieron que huir a Francia. Allá Mercedes se convirtió en una gran escritora, una de las primeras cubanas en publicar sus escritos.

Ni remotamente piense el amable lector que María Teresa de Montalvo solo fue amante de Manuel Godoy y de José I. Luciano Bonaparte, Napoleón Bonaparte e incluso el famoso pintor aragonés Francisco Goya estuvieron en la no poco delgada lista de invitados a su cama. Si está de paso por Madrid ni intente buscar este palacete de la calle del Clave, nido de amor del francés y la cubana. Durante el reinado de Alfonso XIII fue una de las más de 200 construcciones que necesariamente fueron demolidas para dar lugar a la muy conocida avenida madrileña de la Gran Vía.

*Traductor, intérprete y  filólogo; correo electrónico: altus@sureste.com

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