Frank Fernández Estrada *
Fuente: Diario de Yucatán
Siempre he valorizado el trabajo. Tanto de parte de mi padre como de parte de mi madre, ambas familias lograron tener lo que lograron tener gracias al fuerzo y al trabajo. Y esa fue parte de la herencia que me dejaron: moral, que no material. Siempre he tenido claro que el dinero y los bienes materiales se obtienen trabajando. Sé que hay personas que lo logran por otros medios. Siempre he premiado a los que trabajan con mi amistad y me afecto. Esta historia la quiero contar desde hace tiempo. Tuve una gran y muy querida amiga que falleció. En herencia me dejó la amistad de sus dos hijos: uno trabajador y otro no. En casa les llamamos “la cigarra” y “la hormiga”. Esto, en alusión a una vieja fábula del escritor griego Esopo. Esopo vivió hacia el siglo V antes de Cristo. Nació en la ciudad de Mesembria. Mesembria, a orillas del Mar Negro, pertenece hoy a Bulgaria y se llama Neséber. Hoy en día, Néseber es un apacible pequeño puerto de mar que lo caracteriza un singular molino de viento a orillas del mar que es atracción para los turistas. Disfruta de los numerosos visitantes que vienen a la no lejana Varna y a sus famosas playas conocidas como “Arenas de Oro”. Esopo falleció en la antigua ciudad de Delfos, famosa porque en esta ciudad se encontraba el conocido templo de Apolo que también servía como oráculo.
Esopo se dedicó a escribir fábulas. Aparentemente retomaba historias y anécdotas del viejo folclor y de las leyendas de la antigua Grecia. Muchas de ellas fueron retomadas siglos después por otros escritores. Entre los muchos escritores que retomaron las fábulas en cuestión estuvo un escritor francés que les dio mayor difusión de la que antes tenían. Hablo de Jean de la Fontaine que vivió, evidentemente, en Francia en el siglo XVII. Una de esas fábulas habla precisamente del tema que nos ocupa hoy: aquel que trabaja y aquel que no. Seguramente todos ustedes la habrán leído en algún momento de su vida. Es la fábula de la hormiga y la cigarra.
Nos cuenta Esopo, y después la Fontaine entre otros, que mientras la hormiga se pasó todo el verano acumulando comida para el crudo invierno que vendría meses más tarde, la cigarra solo sabía cantar y bailar. No solo cantaba y bailaba, sino que se burlaba de la hormiga por tanto trabajar en vez de pasarla bien como lo hacía ella. La invitaba a disfrutar de su canto y de los días de sol. La hormiga no escuchaba las arengas de la cigarra de venir a divertirse. Solo pensaba en guardar comida para el invierno. Cuando llegaron los tiempos fríos, los cielos grises y la abundante nieve, en el calorcito de su hogar se encontraba la hormiga disfrutando de todo lo que había logrado guardar después de tanto trabajo.
Por su parte, la cigarra moría de frío y de hambre por no haber previsto este momento ya que, cuando pudo hacerlo, solo pensaba en cantar y bailar. No se dedicó a trabajar cuando podía y debía. A la puerta de la hormiga vino la cigarra pidiendo comida y alojo para no morir de hambre y de frío.
Aquí el fin de la fábula termina de dos formas según cuál versión leamos, de qué escritor, de su calidad humana, de su filosofía de vida o de su pertenencia religiosa. Cada uno de los escritores que recrearon la antigua fábula griega de Esopo optó por dos finales para la misma historia. En una de las versiones, la hormiga, dadivosa, acoge en su casa a la cigarra y comparte con ella la comida y el calor del hogar. En la otra versión la hormiga, ofendida, le tira la puerta a las narices condenando a la cigarra a morir de frío y hambre. Cuando se tiene la posibilidad de trabajar, ahorrar y guardar es necesario hacerlo. No sabemos de qué está hecho el mañana. No hay que ser avaro, pero tampoco botarate. Trabaje, disfrute y ahorre.
Traductor, intérprete, filólogo altus@sureste.com