martes , 23 abril 2024
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Himno contra el nazismo

Franck Fernández Estrada (*)

Fuente: Diario de Yucatán

¿Puede servir el arte de consuelo en momentos de enorme destrucción y gran dolor? ¿Puede la música aliviar al alma cuando ya las palabras pierden su sentido? La respuesta decididamente es sí.  Hoy les quiero contar la historia de una gran sinfonía, una monumental sinfonía que galvanizó no solo al pueblo al que estaba dirigida sino a toda la humanidad. Hoy les quiero hablar de la Séptima Sinfonía de Shostakóvich.Dimitri Dimítrievich Shostakóvich fue un gran compositor soviético, uno de los más grandes del s. XX.

Nació en San Petersburgo en 1906 y vio como a su ciudad natal se le cambió su nombre primero a Petrogrado y después a Leningrado. Estudió en el conservatorio de su ciudad terminando sus estudios de compositor. Podemos decir que, al comienzo, la obra de Shostakóvich fue generalmente alegre pero el cursar de la historia iría amargando su carácter, y con ello su obra. Después de la muerte de Lenin, la Unión Soviética fue dirigida por Joseph Stalin, quien realizó horribles purgas para eliminar a los “enemigos del pueblo”. El detalle es que cualquiera podía ser enemigo del pueblo. Bastaba una denuncia, que ni siquiera era confirmada, para que usted y su familia fueran deportados a campos de concentración. Incluso Stalin había dado cuotas de personas a deportar y a fusilar, por lo que los delegados políticos de las diferentes ciudades y regiones tenían que cumplimentar las cuotas, incluso con inocentes. Paralelamente, en Alemania surgía otro dictador, Adolfo Hitler. Con el fin de mantener a raya a Stalin y que no le molestara en su invasión al resto de Europa, había firmado con el soviético un pacto de no agresión.

En junio de 1941 a su vez la Unión Soviética fue invadida. Para los alemanes era muy importante conquistar la ciudad de Leningrado por su significado simbólico. Era allí donde había comenzado el régimen de los bolcheviques. Como los alemanes no pudieron conquistar la ciudad, decidieron hacer lo que se hacía antiguamente ante las ciudades fortificadas, sitiarla. Cortadas las vías de comunicación, los leningradenses no tenían la posibilidad de huir. Desde puestos cercanos, la artillería nazi constantemente bombardeaba la ciudad. Uno de los primeros objetivos fueron los almacenes centrales de comida. Todo había sido fríamente planificado.

Primero se cerraron las tiendas, después se acabó el transporte, no hubo más suministro de agua, el alcantarillado dejó de funcionar, también la electricidad y, a la llegada del crudo invierno del norte de Rusia, particularmente frío ese año (-30 °C), ya no funcionaba la calefacción. Los leningradenses tenían que calentar sus viviendas con muebles y libros. Desaparecieron los animales domésticos. Se comían las ratas, los gatos, los perros, las palomas, los animales del zoológico. Se llegó a hablar de casos de canibalismo. Las autoridades de la ciudad bajo el asedio del ejército alemán por momentos lograban sacar a personas de la ciudad y paralelamente entrar comida y material bélico. Cerca está el lago Ládoga que, al congelarse, permitía que camiones entraran y salieran, pero de forma muy limitada. Junto a los niños, también se evacuaron a intelectuales y artistas.

En un inicio, Shostakóvich no quería abandonar su ciudad natal, pero finalmente lo hizo para salvar a su familia. También habían salido todos los miembros de la Orquesta Filarmónica de Leningrado. Los artistas fueron enviados primero a Moscú y de allá, a casi 900 kilómetros al este, a una ciudad a orillas del Volga que en aquella época la habían puesto el nombre de  Kúibyshev, aunque antes y hoy en día lleva el nombre de Samara. Allá en Samara, Shostakóvich compuso la que posiblemente es la más hermosa de todas sus obras. Una sinfonía, la Séptima que escribía.

Una sinfonía generalmente está dividida en cuatro movimientos, aunque esta tenía una muy larga duración. A esta sinfonía la nombró Leningrado en honor a su ciudad. La sinfonía fue presentada por primera vez en Kúibyshev, después en Moscú. Sus partituras fueron enviadas en microfilmes a Teherán de donde volaron a Londres y después a Nueva York, donde fue interpretada bajo la batuta del gran maestro Arturo Toscanini con la Orquesta Sinfónica de la NBC. Sin embargo, lo más importante era la presentación de esta monumental sinfonía en la ciudad asediada, en la ciudad que la había inspirado, para que sirviera de acicate a aquellos que sufrían de hambre, frío y bombardeos y de lección a los alemanes.

Como los músicos de la Orquesta Filarmónica habían sido evacuados, se recurrió a la Orquesta Sinfónica de la Radio de Leningrado, pero, cuando su director llamó a sus músicos, solo 14 se presentaron al llamado. Unos había muerto, otros estaban en el frente y los terceros estaban muy enfermos para asistir a los ensayos. Resulta que, para interpretar esta obra, se necesita una orquesta con muchos músicos. En las paredes de la ciudad se pegaron carteles pidiéndole a todos los músicos de la ciudad incorporarse a los ensayos. También entre los soldados se reclutaron músicos.

Los ensayos comenzaron en un ambiente de gran tristeza. En estos momentos, a la población de la ciudad se le daba una ración de 200 gramos de pan que ni siquiera de harina estaba hecho, sino de corteza de abedul molida. En la obra, el compositor utilizó mucho los instrumentos de viento metal como la trompeta, el trombón, la flauta, el oboe, que exigen de los músicos el uso de sus pulmones para hacer sonar sus instrumentos. El primer ensayo, que debía durar tres horas, solo pudo durar media hora. Hasta tal punto estaban desfallecidos los intérpretes. Al director, Carl Eliasberg, le temblaban las manos al punto de parecer, como narró más adelante una de las participantes, alas rotas de un pájaro a punto de caer. La disciplina que impuso el director fue férrea y a cualquiera que llegara tarde o no asistiera a los ensayos se le retiraba su ración de pan del día, incluso si la tardanza era por ir a enterrar a uno de sus familiares.

La duración de la obra y las muy difíciles condiciones en la que se tuvieron que hacer los ensayos solo permitió un único ensayo general antes de su presentación. El lugar para tan magno acontecimiento fue el teatro de la Orquesta Filarmónica de Leningrado, en la calle Mijaílovskaya, frente por frente al Grand Hôtel de l’Europe.  Se escogió el 9 de agosto de 1942 como la fecha para la inauguración de la sinfonía en la ciudad sitiada. Y esa fecha no fue tomada al azar. Hitler, seguro de su victoria, ya tenía impresas las invitaciones para celebrar su victoria ese día en los elegantes salones del hotel Astoria, a pocas cuadras del Teatro de la Filarmónica.  Como la inteligencia soviética tenía noción de dónde se encontraban las artillerías alemanas, tres horas antes del concierto fueron severamente castigadas con cientos de obuses para que, durante la hora y veinte minutos que dura esta sinfonía, no pudieran bombardear la ciudad e interrumpir la interpretación. En toda la ciudad se instalaron grandes altoparlantes para que todos los leningradenses pudieran escuchar su sinfonía. También estaban dirigidos hacia los lugares donde se encontraban los alemanes, puesto que no estaban lejos, para que todos pudieran escucharla.

Después de la interpretación, todos, famélicos y vestidos con lo mejor que habían encontrado en sus armarios, hicieron un gran silencio, como tratando de digerir lo que acababan de escuchar. Era la música que ellos habían estado esperando para enaltecer sus decaídos cuerpos y almas. Los aplausos fueron apoteósicos, duraron incontables minutos. La séptima sinfonía de Shostakóvich fue recibida como un himno contra el nazismo y por la derrota de este odiado régimen. Solo en los EE.UU. tuvo más de 1,000 representaciones cayendo en desuso después de la guerra considerando que, a pesar de su belleza, no era más que eso, propaganda.

En cuanto a Shostakóvich, antes y después de esta sinfonía, vivía en una verdadera montaña rusa de sensaciones con el régimen de Stalin. Las purgas afectaron a muchos de sus familiares y amigos a los que vinieron a buscar una noche los militares y nunca más regresaron. Si bien la séptima le generó las simpatías del dictador comunista, la octava y la novena lo hicieron caer en desgracia. Un viernes, Shostakóvich fue citado ante la policía secreta. El interrogador quería que reconociera que él era amigo de aquellos que habían sido declarados enemigos del pueblo. Le dijo: -Váyase a su casa, piense muy bien en todo lo que tiene que denunciar, y venga nuevamente el lunes a las 9 de la mañana. No es necesario decir que el compositor pasó un fin de semana de gran angustia. Al presentarse el lunes a las 9 de la mañana, el propio interrogador había desaparecido por las purgas estalinistas.

Shostakóvich se vio obligado a componer música de segunda categoría para las películas soviéticas en las que se ensalzaba la persona de Stalin, dentro de su locura de culto a la personalidad. Esto le permitió permanecer con vida y alimentar a su familia. Sin embargo, la obra de Shostakóvich tiene dos lecturas. En lo personal, siempre tuve una gran simpatía con este compositor que falleció en 1975. Solo después de leer la autobiografía de Galina Vishnévskaya, soprano y esposa del conocido chelista Mstislav Rostropóvich, pude entender la razón de mis simpatías. Entendí que yo tenía mucho en común con el gran compositor. A pesar de todo lo que se veía obligado a decir por las circunstancias de terror, Shostakóvich era un férreo enemigo del régimen en que vivía su ciudad y su país. Solo sus muy allegados conocían sus verdaderos sentimientos. Odiaba al comunismo.

En cuanto a la séptima sinfonía, Shostakóvich claramente escribió: “Esta sinfonía está dedicada a mi ciudad natal que Stalin ha sistemáticamente insistido en destruir y Hitler ha venido a terminar su tarea”.

Traductor, intérprete, filólogo altus@sureste.com

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