Franck Fernández Estrada (*)
Fuente: Diario de Yucatán
En la narración de pequeños gestos de la vida cotidiana se encuentra la gracia de bien narrar los hechos históricos. Es la forma de aportarle vida a grandes personajes o rememorar eventos convirtiéndolos en hechos de la vida real. La dinastía Romanov durante 315 años dirigió los destinos de Rusia. La familia imperial celebró con gran pompa el 300 aniversario de su advenimiento al trono de Rusia. Las celebraciones fueron múltiples, pero hubo algo que marcó con broche de oro las festividades: una fiesta de disfraces que se celebró en San Petersburgo, en el Palacio de Invierno de los zares.
De este baile de disfraces se habla aún por haber sido uno de los eventos más emblemáticos de la historia de la Rusia imperial, no solo por su opulencia y extravagancia, sino también por el contexto en el que tuvo lugar. Esta fiesta no fue solo una celebración de la grandeza de la dinastía Romanov, sino también una manifestación del esplendor de la corte rusa en su apogeo poco antes de los grandes cambios que ocurrirían en el país en los años venideros con la Revolución de 1905 y, más tarde, la Revolución Bolchevique de 1917.
En 1903 se cumplían tres siglos desde que la dinastía Romanov había ascendido al trono de Rusia, con la coronación de Miguel I en 1613. Esta dinastía había jugado un papel crucial en la consolidación del Imperio Ruso como una de las grandes potencias europeas. Durante esos 300 años, Rusia había atravesado grandes transformaciones, desde los reformistas y modernizadores zares como Pedro el Grande hasta las inquietudes de la Rusia moderna, donde las tensiones entre la aristocracia, el régimen zarista y las crecientes demandas de los movimientos revolucionarios estaban empezando a intensificarse.
Para conmemorar este hito, el zar Nicolás II y la zarina Alejandra Fiódorovna decidieron organizar una celebración espectacular. El evento fue una clara manifestación de la opulencia imperial y un intento de fortalecer la legitimidad del trono ante un pueblo que comenzaba a mostrar signos de descontento y agitación social. El Palacio de Invierno de San Petersburgo, la residencia oficial de los zares, era la sede de la corte imperial desde la época de Catalina la Grande y era el escenario perfecto para una celebración de tal magnitud. Decorado con lujo y esplendor, el Palacio de Invierno se convirtió en el epicentro de la alta sociedad rusa, con elaborados arreglos florales, tapices y lámparas de araña, que irradiaban la grandeza de la corte imperial.
El evento fue organizado con la ayuda de la corte imperial y un comité especialmente constituido para la ocasión. Los organizadores decidieron que la fiesta sería una masiva recepción, con una mezcla de baile, música y disfraces, donde los asistentes se verían reflejados en una serie de representaciones históricas. La elección de un baile de disfraces no fue accidental. En esa época, los bailes y los eventos de disfraces eran populares entre la aristocracia europea y rusa y se utilizaban para mostrar el estatus social, la riqueza y el sentido de glamour de la corte. Sin embargo, en esta ocasión, el tema histórico subrayaba una profunda conexión entre la familia imperial y la historia de Rusia.
El tema principal de la fiesta fue la historia de los Romanov. Los invitados fueron invitados a disfrazarse como figuras de la historia rusa o de la corte imperial. Esta elección de tema reflejaba no solo la celebración de la dinastía Romanov, sino también una reflexión sobre la historia y los orígenes del poder zarista, con el fin de resaltar la continuidad de la dinastía y su papel en la Rusia moderna. La mayor parte de los disfraces eran extremadamente elaborados y de alta calidad, con detalles meticulosamente diseñados que reflejaban la riqueza y el lujo de la corte.
Se ofrecieron banquetes exquisitos, con platos elaborados y vinos finos para los asistentes, quienes pudieron disfrutar de una noche llena de elegancia y distinción. La atmósfera de la fiesta, combinada con la exquisita gastronomía, la música de la orquesta y los elaborados bailes, hizo que este evento fuera uno de los más espectaculares y recordados de la época.
Si bien la fiesta de disfraces de 1903 fue un evento glorioso y de gran significado para la familia imperial, también ha sido interpretada, en retrospectiva, como una muestra del divorcio entre la aristocracia y el pueblo ruso. Mientras que la corte disfrutaba de esta ostentosa celebración, el pueblo enfrentaba dificultades económicas, malas cosechas y una creciente insatisfacción con el régimen zarista. En este sentido, la fiesta simboliza una monarquía que, en su máximo esplendor, estaba desconectada de las realidades sociales y políticas de Rusia, una desconexión que contribuiría a su caída poco más de una década después.
Pero la descripción de esta gran fiesta es la excusa para describirles el marco de una instantánea, de esas que llenan los libros de historia. Entre los asistentes a este magno evento estuvo Xenia Alexándrona Romanova, la mayor de las dos hermanas mujeres de Nicolás II. Ella, evidentemente, se presentó al baile de disfraces con un magnífico vestido que rememoraba la moda rusa del siglo XVII. Huelga decir que el vestido fue confeccionado con los mejores tejidos y adornado con cientos de piedras preciosas y las más exquisitas perlas. Una vez terminadas las festividades estos trajes fueron conservados. A pesar de todos los avatares de la historia rusa, fueron celosamente conservados en el Museo del Hermitage.
Pues bien, 118 años más tarde, el vestido fue sacado de su lugar de conservación para una inspección y eventual reparación. Recordemos que Rusia había pasado por la guerra contra Japón, la Primera Guerra Mundial, el advenimiento de la revolución bolchevique, la guerra civil, las purgas estalinistas, la Segunda Guerra Mundial, el fin del comunismo, el periodo democrático de Rusia, la llegada de un nuevo dictador a dirigir el país… muchas cosas ocurren en un país en 118 años. Al tomar la conservadora el vestido en sus brazos, con el mayor de los cuidados, de un bolsillo escondido en una de las mangas del traje cayó algo. Un objeto que había tenido en sus manos la Gran Duquesa con la intención de llevarlo a la boca y que, por alguna distracción y con el fin de ocultarlo, había sido escondido en el bolsillo… era un bombón que la Gran Duquesa habría escondido después de probarlo para ser después olvidado.
El vestido de la hermana de Nicolás II, Xenia, estaba en excelentes condiciones: solo había que arreglar algunas puntadas. Galina Fiódorova, conservadora del museo nos cuenta: “Hemos examinado cuidadosamente cada pliegue y costura del vestido, porque es normal que se acumule polvo o que tenga alguna parte deshilachada”. Una de las mangas había sido cosida por algún motivo, pero la puntada era bastante ligera y por eso la restauradora decidió quitar el hilo, llevándose la sorpresa de que algo rosa, como una pequeña piedra, cayó sobre su mano. “Por alguna extraña razón, quizás instintivamente, lamí esa piedrecita, que resultó ser dulce”, dijo la empleada del museo. Resultó que era un bombón de principios del siglo XX: lo más probable es que, al llamado de alguien, sin saber dónde poner el bombón, Xenia simplemente lo escondió en la manga de su vestido.
La calidad del bombón debió ser excelente porque sobrevivió dentro del vestido durante 118 de años. Ni siquiera se ha visto afectado por bacterias ni moho, algo que desconcertó y fascinó a los empleados del museo. A partir de ahora, este curioso hallazgo se conservará y exhibirá junto con el vestido.
(*) Traductor, intérprete, filólogo.