sábado , 20 abril 2024
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Después de la elección

Qué sigue

Dulce María Sauri Riancho (*)

El PRI perdió, por tercera ocasión desde 2000, la presidencia de la república. Ocho de cada 10 elector@s se inclinaron por una opción distinta. El partido más antiguo de México fue asociado por una importante porción del electorado a los actos de corrupción más escandalosos entre la clase política. Como es el partido gobernante, la derrota adquiere también visos de censura y rechazo a la actual administración federal. Entre los seguidores de Andrés Manuel López Obrador hay justificada alegría. “A la tercera, la vencida”, dice el refrán. Así sucedió. Un amplio movimiento social amparado bajo las siglas de Morena logró capturar descontento y esperanzas entre la ciudadanía. No es, por tanto, una organización política la que logró desbancar al PRI, PAN y PRD, los partidos que han dominado la escena electoral por 30 años. Explicaciones para esta insurgencia ciudadana hay y habrá muchas en los meses por venir. Ahora me concentro en la situación de las tres fuerzas vencidas a fuerza de votos.

El PRI tomó la trascendente determinación de postular a un ciudadano sin militancia partidista a la presidencia de la república. Para lograrlo cambió sus estatutos, con el acuerdo unánime de su Asamblea General de agosto pasado. Se trataba de ofrecer a los electores una opción distinta, más fresca y alejada de la imagen de corrupción e ineptitud que asociaba con sus colores una importante franja de electores. Meade, una especie de Pípila, aceptó cargar la loza que representaba el partido que lo postulaba. Al igual que el héroe de Guanajuato, Meade caminó entre el graneado fuego opositor para llegar al 1 de julio. No fueron suficientes su bonhomía y su ánimo, ni sus conocimientos e inteligencia. Pudo más la pesada piedra que lo protegía y que le impidió avanzar al ritmo necesario para ganar la plaza. Ahora el PRI debe realizar una profunda autocrítica de su actuación como partido y como gobierno, si es que quiere extraer verdaderas lecciones de su amarga derrota. Reducido a su mínima expresión territorial, con una drástica caída del número de legisladores federales, el partido gobernante hasta el 1 de diciembre tendrá que actuar si no quiere ser condenado a la irrelevancia política en las elecciones de 2022, cuando habrá de renovarse la mayoría de las gubernaturas que actualmente encabeza.

El PAN también tomó una decisión sorprendente cuando aceptó construir una alianza con fuerzas políticas antagónicas de una parte sustancial de sus principios tradicionales. Unidos primordialmente por el afán de triunfo, su candidato presidencial tendrá que rendir cuentas por los “platos rotos” que dejó tras de sí. Es posible que Anaya intente regresar a completar su periodo como dirigente nacional del PAN. Ignoro si las corrientes panistas se lo permitirán, pero sí puedo aseverar que encabezaría un partido muy distinto del que dejó cuando impuso su candidatura presidencial.

Si el PRI y el PAN la tienen difícil, la situación del PRD es aún más complicada. Su trasvase hacia Morena se antoja incontenible. Pero lo más importante es que al aliarse con el PAN y formar el Frente desdibujó sus principios y perdió su identidad. El resultado en las urnas lo dice todo: escasos legisladores, derrota en el gobierno de Ciudad de México, su bastión tradicional desde 1997, rebasado en la mayoría de los casos por excompañeros, como en las alcaldías de la capital.

Morena tiene sus propios retos. Es un movimiento, aunque se llame partido. Depende de una persona desde su fundación, López Obrador, quien será a partir del 1 de diciembre presidente de la república y tendrá que gobernar para tod@s. ¿Vivirá Morena un proceso de institucionalización? ¿Se mantendrá como una especie de federación de fuerzas ligadas por la relación con su fundador y jefe político? ¿Cómo procesarán el amplio apoyo recibido en todo el país? ¿Cómo habrán de conciliar los variados —y algunas veces contradictorios— intereses que concurrieron al triunfo del 1 de julio?

Los resultados preliminares se volverán oficiales a partir del cómputo que arrancó este miércoles en todo el país. La más importante fuente de tensión fue eliminada la misma noche del domingo pasado. En un gesto de civilidad que mucho los enaltece, tanto Meade como Anaya reconocieron su derrota y llamaron a sus seguidores a apoyar a quien ganó la elección. No es un gesto usual, aunque es cierto que ayudó la contundencia de las cifras. Contrasta con lo que vivimos en Yucatán, cuando el PREP (Programa de Resultados Electorales Preliminares) local, en vez de ser apoyo, oscureció las cifras y obstaculizó el comportamiento civilizado entre competidores. Otra cosa hubiera sido si con actas computadas se hubiese demostrado fehacientemente una diferencia entre contendientes que, si bien preliminar, marcara tendencias.

La jornada electoral del domingo pasado trajo, entre otras novedades, una cantidad inédita de mujeres alcaldesas, regidoras, diputadas que cambiarán la faz política de Yucatán y de todo el país. Se entreveran generaciones. Fue electo presidente de México una persona que cumplirá 65 años (13 de noviembre) antes de asumir el cargo el 1 de diciembre. Por otro lado, cientos de jóvenes mujeres y hombres se preparan para llegar a los congresos locales y federales, a los ayuntamientos y a las gubernaturas. La gran riqueza de este país es su pluralidad.

En una democracia, ni triunfos ni derrotas son para siempre. Conservar y fortalecer la capacidad de elegir, de cambiar a nuestros gobernantes mediante el voto —que empieza a volverse costumbre— es su esencia. Las campañas pasaron. La voluntad mayoritaria se expresó en las urnas. Ahora, cada quien desde su trinchera: oposición o gobierno, a trabajar por el bien de México y su engrandecimiento.— Mérida, Yucatán.

dulcesauri@gmail.com

Licenciada en Sociología por la Universidad Iberoamericana, con doctorado en Historia. Exgobernadora y candidata del PRI a diputada federal por la vía plurinominal

Fuente: Diario de Yucatán

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