miércoles , 24 abril 2024
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Concierto para violín

Franck Fernández (*)

Publicado en Diario de Yucatán

El violín no es solo uno de los instrumentos musicales más populares sino que, dentro de una orquesta, juega un papel de primer orden y es capaz de transmitir al escucharlo los más disímiles sentimientos, desde la más lozana alegría que te inspira bailar hasta la más triste y penosa congoja. En el siglo XIX hubo dos grandes virtuosos del violín, uno fue el español Pablo de Sarasate y el otro fue el italiano Niccolo Paganini. El caso de Paganini fue muy particular, con su interpretación embrujada a quienes lo escuchaban, su virtuosismo era tal que lograba sacarle sonoridades nunca antes escuchadas con el violín. No pocos dijeron que Paganini había hecho un pacto con el diablo para llegar a tan encumbrada posición. Hasta tal punto estaba enraizada esta idea del pacto diabólico que, en el momento de su muerte, la iglesia le negó los sacramentos y sagrada sepultura en un camposanto.

Existen numerosos conciertos para violín y orquesta, incluso existen conciertos para dos violines y orquesta, pero decididamente son cuatro los conciertos para violín y orquesta los más apreciados, los más conocidos y los más interpretados por los grandes violinistas de nuestros días. La peculiaridad es que estos cuatro conciertos para violín y orquesta fueron escritos por compositores que no tocaban ese instrumento y que solo escribieron un solo concierto para violín y orquesta. Los cuatro conciertos de los que les hablo son: el concierto de Beethoven, el de Mendelsohn, el de Brahms y el de Chaikovski. Y es específicamente de este último del que les quiero hablar hoy.

Les hago notar que escribo el apellido de este compositor ruso con Ch y no con Tch como lo vemos en otros lugares. El sonido de nuestra Ch existe en el idioma ruso y es esa letra la inicial del apellido del gran compositor. La Tch la utilizan los ingleses y franceses porque ellos sí no tienen ese sonido en su idioma. Pero volvamos a Chaikovski, quien fue un muy prolífero compositor que incursionó en la composición tanto de canciones como de música para óperas, pasando por música para ballets, conciertos y sonatas. Algunos amantes de la música clásica llegan a menospreciarlo porque posiblemente sea el compositor que más llega al corazón de los no conocedores de música clásica. Obras como la música para el ballet de El Lago de los Cisnes, el Cascanueces y los primeros compases del Primer Concierto para Piano y Orquesta son conocidas por todos y han sido utilizadas en múltiples películas y publicidades. Pero no por ser el más cercano a las multitudes por eso deja de tener Chaikovski su gran valor como compositor. Antes de Chaikovski hubo un grupo de compositores rusos a los que se les conoce como “escuela rusa de composición” o “el puño poderoso”. Ellos fueron Balákiriev, Glinka, Cui, Músorski, Rimski-Kórsakov y Borodin. No incluyen a nuestro Chaikovski en este grupo por considerarlo demasiado “europeo”. Mi criterio personal es todo lo contrario, si escuchamos con atención las melodías de Chaikovski podremos escuchar temas populares rusos y del campesino, su alma, su alegría y su melancolía. La sensibilidad, la armonía y los sentimientos del pueblo ruso están muy presentes en su obra.

Pues bien, Chaikovski tuvo como mecenas a la Condesa von Meck, una rusa casada con un rico conde alemán y del que heredó apellido y fortuna. La condesa y Chaikovski nunca se encontraron personalmente. Ella asistía con regularidad a sus conciertos pero encuentro personal nunca hubo, las relaciones siempre fueron epistolares. Era ella quien financiaba su trabajo con un salario que le hacía llegar para que él compusiera. Pero Chaikovski tenía una preferencia sexual que no era aceptada por la sociedad rusa del siglo XIX. Esto no solamente lo hizo extremadamente infeliz sino que influyó en su carácter taciturno, melancólico y retraído. Para tratar de disimular lo que no se podía disimular se casó con una mujer de la que evidentemente no estaba enamorado. Lo peor es que en vez de encontrarse con un alma gemela, que si no de mujer al menos le sirviera de compañera de vida, se casó con una mujer, Antonina Miliukova, vulgar, pendenciera, malhablada… chusma. Así era el resto de la familia de esta mujer. Huelga decir que el matrimonio terminó en rápido divorcio y, para salir de la depresión que todo este trastorno le había ocasionado, Chaikovski se fue con uno de sus alumnos a Clarens, un centro vacacional en Suiza.

El alumno era Iósif Kotek, violinista, y fue este alumno, durante estas vacaciones en Clarens, el que le ayudó a entender al maestro la forma de enfrentarse a la composición de un concierto para violín. El concierto consistía en tres movimientos siendo el segundo, con tiempo de andante, un poco flojo al lado de los otros dos. Chaikovski tomó la decisión de dejar esa melodía para otra obra y recompuso un segundo movimiento. En 15 días la obra estaba terminada. Lo lógico es que fuera su alumno Iósif el que la estrenara pero, como no era conocido, el compositor se lo presentó al famoso violinista húngaro Leopold Auer a quien le dedicó la obra para que fuera él quien la estrenará. Grande fue la decepción cuando Auer le dijo que esa obra era intocable debido a su dificultad de interpretación, alegando incluso que como Chaikovski que no era violinista no podía darse cuenta de la dificultad de la obra.

El hecho es que el concierto estuvo dentro de un cajón hasta que en 1873 el violinista ruso Adolf Brodski se la presentó al director de la Orquesta Filarmónica de Viena e insistió en que fuera allí su estreno mundial. El director accedió pero no fue muy bien acogido por el público vienés porque no se habían hecho los suficientes ensayos para su estreno. Sin penas ni glorias pasó hasta que se hizo una nueva presentación en Londres donde, si bien no hubo grandes vítores, al menos la crítica no fue negativa. Finalmente el violinista húngaro Auer aceptó que, a pesar de todas las dificultades, el concierto sí se podía interpretar y lo estreno en San Petersburgo donde sí logró el éxito que aún conoce en nuestros días. La obra dura unos 35 minutos y recoge toda la melancolía, la pasión y el desgarro sentimental por el que pasaba el compositor en el momento de su composición. Ahora solo me queda invitarlos a escuchar en YouTube una de las muchas magníficas interpretaciones de este maravilloso concierto. Les garantizo que les encantará.

(*) Traductor e intérprete (altus@sureste.com)

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