viernes , 7 febrero 2025
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Abu Simbel, el templo de Ramsés II

Frank Fernández Estrada (*)

Fuente: Diario de Yucatán

Cuando recibimos a amigos o a personas no conocidas en nuestra casa, a todos nos gusta impresionar y quedar bien. Que si es una cena, pues se trata de mostrar la mejor vajilla y se trata de preparar los mejores platos con los mejores ingredientes. Si se trata de una simple merienda, pues también tratamos de impresionar a los invitados como muestra de bienvenida y de agradecimiento a la visita que se nos hace.

Esto que hacemos a nuestro nivel también lo hacen los países. La mayor parte de los visitantes que llegan a un país desde el extranjero es a través de un aeropuerto.

Lo que les acabo de mencionar es una de las razones por la que los aeropuertos suelen ser lugares hermosos, muy bien construidos porque, en definitiva, nos estamos luciendo como país ante los que nos vienen a visitar. Y si a nosotros, simples mortales, nos gusta quedar bien ante el invitado que nos visita, pues cuánto más podemos hablar de los grandes de este mundo.

Toda esta reflexión me lleva a pensar en uno de los más grandes faraones, Ramsés II, quien vivió 90 años y gobernó durante 66 años al lado de su esposa Nefertari. Pues bien, cuando tomaban el Nilo desde el Sur, los visitantes que venían a visitar Egipto hace 3,000 años todavía en territorio nubio podían encontrar, en la orilla izquierda del río, una fabulosa construcción de inmensas dimensiones que le demostraba al visitante el poderío del reino al que estaban entrando. No se trata de un monumento mortuorio, como tantos existen en Egipto, se trata de un templo conocido como el Templo de Abu Simbel.

Ahora bien, lo que vieron los visitantes de hace más de 3,000 años no es ni remotamente lo que nosotros podemos contemplar el día de hoy. Para comenzar, toda la fachada del templo y el interior estaban dibujados con vivos colores. Sin embargo, lo más significativo es que este enorme monumento se encontraba en otra ubicación.

Pero expliquemos mejor las cosas. Para comenzar, nunca sabremos el nombre real que le daban los antiguos egipcios a este templo. Se le ha dado el nombre de un poblado cercano, Abu Simbel. Fue descubierto en 1813 por el suizo Johann Ludwig Burckhardt, quien ya antes había descubierto las ruinas de Petra en Jordania. Fue Burckhardt quien sacó este maravilloso templo de debajo de arena acumulada durante milenios.

Casi 100 años tardaron los trabajos de remoción de toda esta arena y es que, a diferencia de los templos del Alto Egipto, en estos de aquí del Bajo Egipto, en Nubia, los templos se hacían cavando una montaña ya existente. Fue cavando la montaña que hicieron primero la gran fachada en la que podemos ver cuatro grandes representaciones de Ramsés II, de 30 m de alto cada una. En el centro, una puerta que llevaba a los recintos interiores que, en la medida en que uno avanza por ellos, se hacen cada vez más pequeños. Dentro, una serie de dibujos y de jeroglíficos que nos narran y muestran las hazañas del gran Ramsés II en sus batallas contra sus enemigos.

Mismo procedimiento de construcción para la montaña que se encuentra al lado, todo hecho de la misma forma, pero más pequeño y dedicado a la reina Nefertari.

Una vez que se pasa por la entrada principal, el visitante entra a un salón donde hay ocho columnas que no son nada más y nada menos que ocho figuras del Ramsés II representado como Osiris y que sirven de soporte para mantener el techo. El final de Abu Simbel es una pequeña cámara en la que hay cuatro figuras que representan a Ramsés II sentado al lado de otros tres dioses, como si él fuera uno más de ellos.

Lo peculiar con esta cámara es que el 21 de octubre y el 21 de febrero un rayo de luz entra por la puerta principal y viene a reflejarse en la representación de Ramsés II con los otros tres dioses.

Así pasaron los años y milenios hasta que en 1954 el joven oficial Gamal Abden-Nasser le dio un golpe de estado al rey Faruq de Egipto e instauró una República. Entre las grandes tareas que trazó para el desarrollo de su país, el nuevo presidente se planteó la creación de una gran represa que haría que, ya no como había ocurrido durante milenios, la agricultura de su país no dependiera de las crecidas del río Nilo, sino que se pudiera contar con una cantidad de agua suficiente y permanente para todas sus necesidades. El proyecto se veía maravilloso. Sin embargo, tenía un problema mayor. Al crearse la represa creando un lago (que hoy lleva el nombre del Lago Nasser), muchos templos y otras construcciones de la historia del antiguo Egipto serían sumergidos para siempre bajo el agua. Entre todos estos templos, el más famoso, importante y doloroso de perder era el Templo de Abu Simbel.

En la medida en que el lago crecía, se acercaban más al templo las aguas del nuevo lago deseado por el presidente de Egipto. Fue entonces que, bajo los auspiciosos de la Unesco y con ayuda de los países más ricos del mundo, se consiguió el financiamiento para agrupar al mayor grupo de arquitectos, ingenieros, historiadores, arqueólogos, egiptólogos y operadores de máquina pesadas nunca antes visto. Todos se dieron a la tarea de cortar en pedazos aquellas dos montañas, dentro de las cuales se habían creado los templos para crear, 65 m más alto de su ubicación inicial, otras montañas artificiales que permitieran recibir todos los grandes bloques que, como en un gran rompecabezas, habían desmontado los hombres del siglo XX con el fin de conservar esta maravilla de la humanidad para las generaciones futuras. Hoy en día, los dos templos de Abu Bell se encuentran protegidos de las aguas del inmenso Lago Nasser que calma la sed de Egipto y es una de las grandes maravillas que este milenario país tiene para mostrar a sus visitantes.

(*) Traductor, intérprete y filólogo.

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