Erica Millet Corona (*)
Fuente: Diario de Yucatán
Para las sociedades, la existencia y difusión de una cultura regional que nutra la cultura nacional resulta indispensable.
Nuestro estado ha tenido manifestaciones artísticas arraigadas a nuestro regionalismo que, a través de la conservación de las tradiciones, han pasado a formar parte de nuestra identidad, de los valores estéticos y sociales que nos caracterizan y abonan al enriquecimiento de la vida cultural de todo México.
La trova yucateca es, sin duda, una de las manifestaciones más arraigadas de lo que somos, a pesar de que algunas personas, de manera ignorante —desde mi punto de vista—, la denostan por no considerarla un referente auténtico de nuestra cultura originaria.
Producto de diversas influencias como la música cubana, la española y la mexicana, es reconocida en el mundo como elemento emblemático de esta tierra. Alguna vez escuché decir al maestro Pedro Carlos Herrera, director de la Orquesta Típica Yukalpetén (OTY), que la trova es un fenómeno de nuestra identidad.
A diferencia de la música “campirana” que da origen a las expresiones acústicas en otros estados, la trova fue creada por poetas, y hacer a las personas conscientes de la particularidad de este fenómeno garantiza su permanencia.
La OTY está próxima a celebrar 83 años y, desde que el maestro Herrera asumió en 2009 la titularidad, se ha consolidado cada vez más, a pesar de los escasos presupuestos y de algunas faltas de comprensión acerca de su importancia.
El propio director, los músicos y cantantes que la integran —de formación profesional y, en algunos casos, trayectoria sobresaliente— aman su trabajo y asumen con disciplina, por amor a la música, la encomienda, que va más allá de ejecutar con maestría su repertorio. Lo hacen a pesar de los bajos salarios, la falta de apoyo para el mantenimiento y renovación de la dotación de instrumentos y sin recibir sostén alguno para costear la indumentaria tradicional que visten en sus presentaciones.
Ninguna administración estatal ha conseguido mejorar estos aspectos y, sobre todo, los integrantes de la orquesta son sometidos casi todo el año a extenuantes itinerarios de giras y presentaciones para suplir con su presencia la falta de patrocinio estatal a municipios y otros sectores de la sociedad civil.
Músicas y músicos de formación profesional de esta ilustre institución devengan un sueldo mensual de $8,026 pesos brutos, tal como se puede constatar en la Plataforma Nacional de Transparencia.
Nuestra Orquesta ha sido invitada a importantes festivales y se ha presentado en los más grandes foros culturales de México, incluido el Palacio de Bellas Artes. Además, ha acompañado a estrellas de talla nacional e internacional como Armando Manzanero, Rodrigo de la Cadena, Lila Downs, María Medina y Eugenia León.
Talentos de la canción yucateca son invitados con regularidad a participar en sus presentaciones. Entre sus solistas, la OTY cuenta con figuras como Jesús Armando, Emma Alcocer y la embajadora internacional de la trova yucateca: Maricarmen Pérez, estrella de la agrupación, quien sin duda ostenta el protagonismo que su trayectoria le merece.
En 2020, durante mi paso por la Sedeculta, tuve la satisfacción de invitar al cantante yucateco Javier Alcalá a formar parte de la orquesta como solista. Algunas voces calificaron mi invitación como “nepotismo”, ya que es verdad que a Javier y a mí nos une un amor fraternal, más grande que la amistad, pero también es cierto que es, en opinión de muchos, la mejor voz masculina de Yucatán.
La decisión, además, no era unilateral, sino que estaba colegiada, conversada e impulsada por el director y otras figuras relevantes del medio cultural. Hoy, con tristeza, leo la noticia de que su contrato con la OTY no será renovado en lo que —tiene que decirse— parece ser un desatino más de la Secretaría de la Cultura y las Artes.
Quienes siguen de cerca los pasos de la Orquesta no me dejarán mentir: Javier ha aportado pruebas suficientes de merecimiento con cada una de sus actuaciones. Es lamentable que las autoridades consideren necesario “componer” lo que no está descompuesto, imponer cambios injustificados sobre cosas de las que todos y todas podíamos enorgullecernos.
Apoyé y celebré el nombramiento de Patricia Martín Briceño al frente de la Sedeculta y todavía tengo la esperanza de que se abra a escuchar y a analizar con más detenimiento este tipo de decisiones.
Para mí, como para otras personas, la cultura es un faro que nos permite conservar la dirección correcta y distinguir lo que es puerto y lo que es mar abierto. El faro mantiene viva, también, la comunicación entre personas diversas.
En nuestro estado, la cultura y sus manifestaciones están vivas, siguen irradiando sobre olas nocturnas; se niegan a apagarse a pesar del ruido y el descuido, de la ignominia y las afrentas de las que son objeto.
El arte y la cultura viven y, muchas veces, nos unen en torno a causas comunes.— Mérida, Yucatán.
Licenciada en periodismo y maestra en relaciones públicas; ex funcionaria del Ayuntamiento de Mérida y del gobierno del estado