jueves , 28 marzo 2024
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Responsabilidad, educación para la vida

El compromiso de formar

Jorge Antonio Lechuga Andrade (*)

Publicado en Diario de Yucatán

La creatividad humana es ilimitada y busca mejorar continuamente la generación de ideas robustas con mayor probabilidad de convertirlas en realidad, como por ejemplo diseñar procesos más eficientes y productos con un mayor valor agregado, evaluando utilidad del producto o proceso y su relación con los costos para hacerlos accesibles.

En muchas ramas de la ciencia y la tecnología estamos viviendo cambios día a día, con el propósito de mejorar los niveles de vida, con mayor calidad; pero lo anterior debe de ir de la mano, con el cuidado del medio ambiente para ofrecer calidad en todos los aspectos y de incluir la atención a las necesidades de los seres humanos, que carecen de muchos recursos, para que puedan acceder para tener un mejor nivel de vida. La ética y los valores humanos deberán prevalecer en estos cambios tecnológicos y sociales que estamos viviendo. Es un compromiso de todos, para con todos.

A los que nos dedicamos a la docencia, principalmente en educación superior, como profesión por convicción y por el gusto de desarrollar esta labor, nos corresponde la responsabilidad de formar; impartir conocimientos, la aplicación de los mismos, orientar y motivar a los educandos para consultar en las bibliotecas textos, artículos científicos relacionados con la disciplina en la que se están formando, inculcarles y motivarlos para investigar y todo lo anterior, dentro de un marco de ética y valores, para formarlos integralmente. Tenemos la responsabilidad de orientarlos, asesorarlos, motivarlos, apoyarlos, con respeto y vocación de formadores de capital humano, porque en un futuro cercano serán los agentes del cambio, cuando se integren como profesionales a servir a la sociedad, desde la preparación y disciplina que eligieron para convertirse en egresados de una Institución de Educación Superior. Es nuestra responsabilidad guiarlos en un principio para luego dejarlos ser, cuando consideremos que están preparados para tomar sus propias decisiones, pero siempre estar pendientes de su desempeño y si se equivocan, como seres humanos, corregirlos y mostrarles las fallas e impulsarlos para no temer, cuando tomen decisiones nuevamente.

Pondré de ejemplo al sacerdote jesuita Bernard Joseph Francis Lonergan, que buscó hacer en el siglo XX lo que Santo Tomás de Aquino hizo en su época. Santo Tomás había aplicado con éxito el pensamiento aristotélico al servicio de una comprensión cristiana del universo, así Lonergan llegó a un acuerdo con el pensamiento científico moderno, histórico y hermenéutico, o sea el arte de explicar, traducir o interpretar textos, que aplicó en sus enseñanzas a través del Método Trascendental, centrado en el educando basado en la ética y la humanización de la sociocultura. Desarrolló este programa en sus dos obras más importantes La inteligencia: estudio sobre la comprensión de la experiencia (1957) y El método en teología (1972).

La clave del pensamiento de Lonergan es el concepto de “autoapropiación”, es decir, el descubrimiento personal y la adhesión personal a la estructura dinámica de investigación, conocimiento, juicio y decisión. A través de la autoapropiación se encuentra en la propia inteligencia, racionalidad y responsabilidad, el fundamento de cada tipo de búsqueda y el modelo de base del método de investigación en cada campo del conocimiento.

La formación de los alumnos debe de orientarlos a encontrarse con ellos mismos, descubrir sus talentos y ponerlos en práctica para la aplicación del conocimiento y no olvidar que investigar es lo que en la actualidad se requiere, ya que es la forma de descubrir nuevas tecnologías y continuar con el crecimiento de nuevas formas de hacer las cosas.— Mérida, Yucatán.

jorge.lechuga@correo.uady.mx

Ingeniero químico. Doctor en Proyectos de Innovación Tecnológica en Ingeniería de Procesos. Profesor e investigador de la Uady

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