martes , 15 julio 2025
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Luis XVII, el rey que no logró ser

Franck Fernández (*)

Fuente: Diario de Yucatán

Desde que soy niño, mis mayores me hablaron de la trágica vida de un niño, casi de la misma edad que yo cuando me narraban su historia. Era un niño nacido en sedas y oropeles, en el mayor de los lujos, destinado un día a ser rey de una gran nación, rey de Francia. Sin embargo, el destino y la Revolución Francesa decidieron otra cosa.

Aquel niño destinado a ser rey murió en una celda, olvidado por sus carceleros. Murió de hambre, murió de frío, murió de tuberculosis… murió de olvido encima de sus propios excrementos y lleno de piojos y pulgas.

El doctor que vino a certificar su muerte, de alguna forma logró extraer y robarse el corazón de ese niño para la posteridad. Esa era una práctica bastante corriente con personajes importantes en aquella época. Estoy hablando de Luis Carlos de Francia (Louis-Charles de France) que, a la muerte de su padre,heredó el título de Rey de Francia, Luis XVII, aunque nunca se sentó en un trono y nunca reinó.

Luis Carlos de Francia es uno de los personajes más enigmáticos y trágicos de la historia de Francia. Hijo del rey Luis XVI y la reina María Antonieta, vivió uno de los períodos más turbulentos del país: la Revolución Francesa. Aunque nunca reinó formalmente, fue considerado rey por los monárquicos entre 1793 y 1795, tras la ejecución de su padre y su propia muerte. Su corta vida estuvo marcada por el encierro, el abandono y la controversia que rodeó su muerte. Luis Carlos nació el 27 de marzo de 1785 en el Palacio de Versalles, el segundo hijo varón del rey Luis XVI y de María Antonieta. Su hermano mayor, Luis José, murió en 1789, lo que convirtió a Luis Carlos en el nuevo Delfín de Francia, es decir, el heredero al trono. Desde su nacimiento, Luis Carlos fue objeto de atención y protocolo. Sin embargo, su infancia idílica se vio pronto interrumpida por el estallido de la Revolución Francesa en 1789, el mismo año de la muerte de su hermano mayor. Cuando la monarquía comenzó a desmoronarse, la familia real fue trasladada del fastuoso palacio de Versalles al Palacio de las Tullerías en París (ya desaparecido) y, más tarde, al confinamiento forzado en la prisión del Temple.

En enero de 1793, Luis XVI fue guillotinado y los monárquicos declararon simbólicamente a su hijo como Luis XVII. María Antonieta lo llamaba “Chou d’amour” (repollo de amor) y luchó por protegerlo en todo momento. Sin embargo, la reina fue separada de él y también ejecutada en octubre de ese mismo año. Luis Carlos fue dejado solo en la prisión, donde comenzó uno de los capítulos más oscuros de su historia. Fue puesto al cuidado de un zapatero, Antoine Simon quien lo trató con crueldad. El Comité de Salud Pública, bajo Robespierre, lo consideraba un símbolo peligroso de la monarquía y su encarcelamiento fue una forma de eliminar cualquier futuro reclamo monárquico al trono.

Durante este tiempo, el niño fue objeto de una “reeducación revolucionaria”. Le enseñaron a maldecir a su familia y a renunciar a su pasado real. Se le mantenía encerrado, en condiciones insalubres y sin contacto humano regular. Enfermo, sucio y abandonado, la salud física y mental del niño se deterioró rápidamente.

El 8 de junio de 1795, después de más de dos años de encierro y abuso, Luis Carlos murió en la prisión del Temple a la edad de 10 años. La causa oficial de su muerte fue tuberculosis, aunque las condiciones inhumanas de su cautiverio ciertamente contribuyeron a ello.

Tras su muerte, durante la autopsia que se le realizó, el doctor Philippe-Jean Pelletan, quedó conmovido por el estado del cuerpo del niño: llagas, desnutrición extrema y signos de malos tratos. El cuerpo del niño fue enterrado en una fosa común, sin honores ni reconocimiento oficial.

Así terminó, aparentemente, la historia de Luis XVII. Sin embargo, su muerte no puso fin a su historia. Por el contrario, el secreto y las inconsistencias que rodearon sus últimos días alimentaron durante siglos una corriente de teorías que sostenían que Luis XVII no murió en el Temple, sino que logró escapar y fue sustituido por otro niño. Durante el siglo XIX, más de 100 impostores afirmaron ser el legítimo Luis XVII. Algunos de estos casos llegaron a obtener el apoyo de sectores monárquicos y aristocráticos, lo que muestra cuánto deseaban muchos franceses restablecer la monarquía con un símbolo legítimo.Uno de los pretendientes más conocidos fue Karl Wilhelm Naundorff, un relojero prusiano que convenció a varias figuras de la nobleza de que él era el verdadero delfín. Aunque su historia fue desacreditada, sus descendientes aún reclaman su linaje real.

En el año 2000, la ciencia finalmente aportó una respuesta. El corazón preservado por el doctor Pelletan fue sometido a análisis de ADN. Los resultados, comparados con el ADN mitocondrial de los descendientes maternos de María Antonieta, demostraron de forma concluyente que el corazón pertenecía a su hijo, Luis Carlos.

Esta prueba confirmó que el niño que murió en 1795 en la prisión del Temple era, de hecho, Luis XVII.

Aunque su cuerpo nunca fue recuperado, su corazón fue enterrado con honores en la Basílica de Saint-Denis en 2004, lugar de sepultura tradicional de los reyes franceses.

Luis Charles, a pesar de no haber reinado y morir a la corta edad de 10 años, se convirtió en un símbolo de la inocencia martirizada, de la brutalidad de las revoluciones y de la tragedia de la monarquía caída. Su historia inspiró a escritores, pintores e historiadores, desde Víctor Hugo hasta Alexandre Dumas. También sirvió como recordatorio de los excesos de la Revolución, especialmente durante el periodo del Terror, cuando la lucha por la libertad y la igualdad dio paso a la represión y la violencia indiscriminada.

Luis XVII fue un niño atrapado en un conflicto político que no comprendía, un peón en un juego de poder entre revolucionarios y monárquicos. Su vida, breve y dolorosa, refleja las profundas divisiones de su tiempo y continúa conmoviendo a quienes estudian la historia de Francia o simplemente la de ese inocente niño de 10 años, muerto en total abandono.

(*) Traductor, intérprete, filólogo.

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