domingo , 5 mayo 2024
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Las catacumbas de París, de macabro origen

Franck Fernández Estrada (*)

Fuente: Diario de Yucatán

Si confiamos en lo que nos dice la Real Academia Española al darnos la explicación de la palabra catacumba, entenderemos que son lugares subterráneos que, en la antigua Roma, cuando el cristianismo estaba prohibido, eran donde se efectuaban servicios religiosos y se enterraba a los primeros católicos.

Ahora bien, si está de paso por París y quiere hacer una visita muy macabra puede visitar las catacumbas, lugar que sirve de osario a los restos de más de 6 millones de parisinos que vivieron en esta ciudad en el transcurso de trece siglos.

El nombre catacumba está mal utilizado en este caso de París, puesto que éstas nunca sirvieron oficialmente como tal. Estas catacumbas parisinas tienen 1.7 kilómetros de largo que se pueden visitar. Se encuentran a unos 20 metros por debajo de las calles de la capital francesa, pero ¿cuál es la historia de este lúgubre sitio?

Es necesario saber que la ciudad de París, con todas sus galerías subterráneas: túneles para trenes y metros, canalizaciones de toda índole y alcantarillado, es un verdadero queso Gruyere, llena de huecos. En cuanto a las galerías, su origen comenzó muy temprano porque ya desde los primeros siglos de nuestra era la piedra calcárea del subsuelo parisino era extraída de esas canteras subterráneas para la construcción de casas e iglesias. De esas canteras bajo el suelo de París se sacaron las piedras para, entre otros monumentos, la construcción de Notre-Dame de París.

El asunto es que de tanto cavar y cavar pues un buen día comenzaron a aparecer socavones, siendo el momento más importante de estos hundimientos cuando 300 metros de la calle Denfert se hundieron con la consiguiente pérdida de vidas.

Paralelamente, existía otro problema de enorme gravedad dentro de París. Los cementerios se encontraban dentro de la ciudad y, a diferencia de como los conocemos hoy, el pueblo común era enterrado en fosas comunes. Como el espacio para los cementerios era exiguo, los sepultureros constantemente tenían que estar sacando los cadáveres aún no totalmente desprovistos de sus carnes para situarlos en osarios abiertos que se encontraban alrededor de los cementerios para crear espacio para los nuevos muertos. El mayor de los cementerios era el de los Santos Inocentes. A dos pasos se encontraba el mayor mercado de la ciudad.

Podemos entender la pestilencia que había en todas las calles adyacentes donde yacían cientos de miles de cadáveres, algunos de ellos a mitad putrefactos, que se fueron acumulando durante trece siglos. Durante muchísimos años los vecinos se quejaban no solo del olor, sino que del cementerio salían aguas putrefactas, totalmente descompuestas, introduciéndose en las casas cercanas.

Por otra parte las guerras, las epidemias y las hambrunas durante trece siglos de historia aportaron muchos cadáveres a un exiguo terreno destinado al entierro de cadáveres. Hacía siglos, los médicos y profesores de la Real Facultad de Medicina de París se indignaban en vano contra los riesgos de epidemias que generaba la existencia de este cementerio. En 1737, los médicos de la Real Academia de Ciencias también levantaron una queja al rey. La situación era tal que ya en el siglo XVIII en pocos meses el vino se convertía en vinagre y la comida se podría a los pocos días. El agua de los pozos estaban absolutamente contaminadas con materias putrefactas.

El Parlamento de París en 1765 prohibió que continuaran los enterramientos dentro de la ciudad. En total había ocho cementerios que se encontraban con una situación más o menos similar a la del cementerio de los Santos Inocentes, que era el más grande. El 30 de mayo de 1770 un vecino escuchó un estruendo extraño en la bodega de su casa. Al bajar vio cómo una de las paredes había cedido bajo la presión de miles de cadáveres que contenía una de esas fosas comunes. Esto fue ya suficiente para que se clausuraran definitivamente los cementerios.

En el año 1782 desde Londres llegó un documento anónimo que se presentó a las autoridades de la ciudad de París, así como a las eclesiásticas. El panfleto proponía una solución original al problema. Dos pájaros de un tiro. Inspirándose en las necrópolis subterráneas antiguas, el autor de este proyecto proponía que los túneles que se habían creado por los yacimientos de cantera debajo fueran utilizados para depositar las osamentas de 13 siglos de habitantes de la capital. En los últimos meses de 1785 comenzó la transferencia de las osamentas del cementerio de los Santos Inocentes haciéndose el trabajo de madrugada para no alterar a los vecinos de la ciudad con tan macabro espectáculo.

Las catacumbas fueron bendecidas y consagradas por varios abates y sacerdotes de la religión católica en presencia de arquitectos y del inspector general de canteras de París, el señor Charles-Axel Guillaumont, responsable de los trabajos. Fue Guillaumont quien tuvo que dedicarse también a apuntalar algunas de las paredes que amenazaban con caer y provocar hundimientos de tierra, ello desde 1777.

La transferencia duró 15 meses y fue todo un éxito. Después de sacar todas las osamentas del cementerio de los Santos Inocentes, comenzó el trabajo del resto de los cementerios de París. Estos trabajos duraron hasta el año 1814. En las canteras, los huesos de los cadáveres y sus calaveras se presentaron en paredes “artísticamente” presentadas, dejando los huesos más feos y maltratados para la parte de atrás.

Todavía durante los grandes trabajos de reconstrucción que crearon el París tal y como lo conocemos hoy en nuestros días por el perfecto de la ciudad, el Barón Hausmann, se continuaron encontrando pequeños enterramientos de antiguos residentes y todos fueron llevados a estas catacumbas. Hasta el año 1960 se celebraban oficios religiosos en honor a todas las personas cuyos huesos se encontraban en este lugar.

Durante la revolución, que tantos muertos trajo consigo, a estas catacumbas eran traídos los muertos. Ahí vinieron a parar los restos de famosos revolucionarios como Danton y Robespièrre, una de las hermanas de Luis XVI y hasta el propio Guillamont, encargado de estos trabajos de adaptación de las catacumbas como sitio para alojar a los cadáveres.

No todas las galerías que se encuentran bajo París están dedicadas a las catacumbas. En total, las antiguas canteras suman más de 320 kilómetros de largo teniendo un ancho de aproximadamente 1.20 m y una altura promedio de 2 m, aunque la mayor parte de estas galerías están cerradas al público por cuestiones de seguridad.

Siempre hay morbosos que, infringiendo las órdenes policiales, vienen a pasar de forma clandestina varios días en estas galerías para hacer conciertos, fiestas, presentar películas y otros menesteres. Es un paseo que nunca he realizado en mi vida por considerado harto lúgubre. Y usted, ¿lo haría?

(*)Traductor, intérprete, filólogo.

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