Franck Fernández Estrada*
Fuente: Diario de Yucatán
Hay personas que nacen bajo buena estrella y otras que no. Como diría la gran “cantaora” Imperio Argentina hace ya casi 100 años en su famosa canción “El día que nací yo qué planeta reinaría”. Y si alguien nació bajo una buena estrella en la Francia de los 1500 fue Diane de Poitiers. En primer lugar por su nacimiento, ya que era hija del Conde de Saint-Vallier y vizconde de Estoile y de Jeanne de Batarnay, importantes nobles de cerca de la región del Delfinado, no lejos de Provenza. Su infancia fue despreocupada, criada junto con otras niñas de su linaje y a los 16 años se le asignó como marido Louis de Brézé, Gran Senescal de Normandía (especie de mayordomo o intendente de las propiedades del rey).
Diane era espléndida, de una belleza única, muy alta para la época con 1.75 metros y su marido tenía ya 45 años, una edad muy avanzada para aquellos tiempos. Estaba enfermo, con sobrepeso y le faltaban casi todos los dientes. Sin embargo, era extremadamente rico. Diane se ocupó de su marido en sus enfermedades con cuidado y gran esmero, incluso le dio tres hijos: dos niñas y un niño. Los historiadores no han podido reconocerle ningún amante a Diane durante ese tiempo. A los pocos años de matrimonio quedaría viuda nuestra bella Diane, en su época, la mujer más hermosa del reino. Hacía seis meses que Diane no recibía los ingresos que le correspondían por su difunto esposo y se presentó ante el rey Francisco I para reclamárselos. Las elegantes formas, la firmeza de su petición, la gentil manera en que lo hizo y su belleza y prestancia hicieron que el rey le solicitara ser preceptora de sus hijos, petición a la que accedió Diane.
Francisco I estaba en guerra con uno de sus grandes enemigos en esa época, el rey español Carlos I y Emperador Carlos V de Alemania. En la batalla de Pavía contra los ejércitos españoles fue hecho prisionero y llevado a Madrid. Allá estuvo una temporada mientras en Francia gobernaba como regente su madre, Luisa de Saboya. Después de varias negociaciones, fue devuelto a Francia Francisco I a cambio de sus dos hijos mayores varones como rehenes, Francisco y Enrique. Las condiciones de salubridad en las que fueron mantenidos estos jóvenes príncipes no fueron las mejores y, a causa de ello, Francisco contrajo toda una serie de enfermedades. Ya de regreso a Francia, Francisco, debido a su frágil salud, falleció recayendo el título de Delfín o príncipe heredero en Enrique, quien pasaría a la historia, una vez coronado rey, como Enrique II. Aquella muerte fue predicha por Nostradamus a su esposa Catalina de Médicis. A pesar de que Diane de Poitiers era 18 años mayor que el joven príncipe, en él se fue anidando un idilio por aquella mujer, siempre vestida de negro y blanco. Diane era de una increíble belleza y de una gran cultura. En su papel de preceptora de los príncipes les ensenó historia, leyes, geografía, literatura, incluso el uso de la espada. A los 18 años, ya no pudiendo resistir más sus sentimientos y con los ímpetus que da la juventud, Enrique declara su amor a su preceptora y comienzan un idílico de amor que se terminaría solo con la muerte de Enrique. Fue Diane la que buscó en Europa la esposa ideal para su joven amante, recayendo la elección en Catalina de Médicis, aunque plebeya era extraordinariamente rica, miembro de la muy poderosa e importante familia de banqueros florentinos.
Catalina y Diane eran primas de cercano grado. La elección se hizo fundamentalmente por el hecho de que Catalina aportaba una generosa dote y las arcas del Estado estaban muy necesitadas de ese dinero. No obstante, Enrique jamás se separó de su amante y amada Diane de Poitiers. Fue la primera favorita de Francia que, con sus consejos, influyó en la política interna y externa del reino. Ella era consejera para el joven rey. En algo que era muy buena también Diane era en el control de sus ingresos. Llevaba una contabilidad estricta de todas las rentas que le brindaban sus diferentes posesiones. Era una mujer ahorrativa y no derrochaba el dinero en nada superfluo. Pronto el matrimonio entre Enrique VII y Catalina se vio ante la situación de que no nacían príncipes. Sabemos que la primera tarea de un rey y de una reina es procrear para la supervivencia de la dinastía.
La pobre Catalina como loca buscaba todo tipo de ayuda en la medicina de la época y en los astros porque sí, Catalina, por muy católica que fuera, creía en la brujería y la astrología. De Provenza hizo llamar al ya conocido en esos momentos Nostradamus para que la ayudara a quedar embarazada y le predijera el futuro. Incluso en ese momento su contrincante, puesto que era la favorita de su esposo por todos sabido, fue un gran apoyo para Catalina. A ella le daba consejos para ser atractiva ante su marido en el lecho conyugal (a pesar de que la pobre Catalina no era considerada muy agraciada). A su joven amante, lo reprendía por no cumplir con sus deberes maritales, repitiéndole una y otra vez la necesidad de tener hijos. Los consejos no fueron en vano. Enrique y Catalina tuvieron 13 hijos, a pesar de que tres de ellos murieron al nacer y otros en su temprana infancia. El primero de ellos fue mujer, a quien Enrique tuvo el descaro de llamar como su amante, Diane.
Era la época del Renacimiento europeo. Francisco I, incluso había traído desde Italia a Leonardo da Vinci, a quien llamaba Patre, máximo exponente de este movimiento que cambió las mentalidades y los gustos heredados del medioevo. Las artes se favorecían con este movimiento y Diane fue una generosa mecenas de artistas de todo tipo con cuyos trabajos adornaba su propia vida. Fue a ella a quien le regaló el rey Enrique II el hermosísimo castillo de Chenonceau. Sin embargo, los historiadores consideran que también Diane fue una influencia negativa para el rey, incitándolo muchas veces a tomar acciones contra los hugonotes cuando Francia era un hervidero de guerras civiles a consecuencia del enfrentamiento de dos religiones: el catolicismo y el protestantismo. El objetivo era la avaricia. Se sabe que al condenar a un noble por hereje, se le confiscaban todas sus propiedades y, dentro de la ceguera por amor de Enrique por Diane, muchas veces le regalaba estas propiedades a su amante. Hay quien dice que en una ocasión, al presenciar la muerte en la hoguera de dos grandes nobles franceses, dibujó una leve sonrisa en sus labios.
Diane no envejecía. Se mantenía bella y joven, con un cutis color de lirio blanco. Esto también se lograba con mucho ejercicio, que practicaba Diane montando a caballo. Era la época en que las damas montaban a caballo con las dos piernas del lado izquierdo y no como una amazona. Fue Diane la que inventó la ropa interior para damas (que desde entonces ha evolucionado mucho) para que, al galopar el caballo, nadie pudiera ver sus intimidades. Otro de los métodos utilizados por Diane para mantener su eterna belleza era tomar una decocción de finas láminas de oro. En la época se creía que esto mantenía la belleza y la lozanía, cuando en realidad se estaban envenenando poco a poco. Otro método de aseo de Diane era lavarse a diario (posiblemente la única persona en todo el país) con agua recogida de un pozo que había dentro de su castillo de Anet (al noroeste de París), agua que no hubiera visto la luz de la luna.
Se lavaba en particular su bello rostro, las manos, sus partes íntimas y los pies. Sobrevivió varios años a su amado Enrique, habiendo sido expulsada de la corte por Catalina a la muerte de Enrique. Vivía con gran riqueza y lujos, pero lejos de aquella corte donde ella brillaba como una más que Reina.
Recoge la historia que al momento de morir sus últimas palabras fueron: -Al fin “ella” envejeció, hablando de sí misma, en tercera persona. Sus restos fueron enterrados en una preciosa y pequeña capilla adjunta a su castillo de Anet. Durante la revolución francesa de 1789, las tumbas de los nobles fueron profanadas. Los revolucionarios se vengaban así de tantos años de explotación. Cuando fue profanada la tumba de Diane de Poitiers, hubo un cronista que dejó escrito para la posteridad los pormenores de este acto. En primer lugar, describió la ropa con la que había sido enterrada la bella y que se mantenía en perfecto estado, lo que mostraba la buena calidad de la misma. También hablaba de su pelo, generoso y casi pelirrojo. Se hablaba de su piel que por lugares aún mantenía el frescor de antaño.
Una presente cortó un mechón de su cabello, mechón que hoy se guarda como reliquia en el castillo de Anet y que ha servido para muchos estudios. Uno de ellos fue poder extraer de una fosa común una buena parte de la osamenta de Diane a donde había sido llevada por los revolucionarios. Esto mechón permitió comparar el ADN de sus descendientes con los de los múltiples huesos hallados.
Este castillo de Anet pertenece hoy a la familia Yturbe y el actual propietario ha invertido grandes cantidades de dinero para la reconstrucción de este viejo castillo de 500 años para su esplendor. Una vez reconocidos los restos de Diane, fueron meticulosamente seleccionados y con gran pompa, en un desfile con ropa de la época, fueron devueltos solemnemente a su antigua tumba, en compañía de todos los habitantes del pueblo, reconocedores del paso de su antigua patrona por la historia de Francia. También en esta ceremonia y posteriores festividades, participó la princesa Michael de Kent, perteneciente a la familia real británica y descendiente en línea directa de uno de los hijos de Diane. En casi todas las más importantes casas reales de Europa fluye la sangre de Diane de Poitiers. Lo que no logró Diane de Poitiers en vida, ser reina, lo lograron sus descendientes.
Traductor, intérprete, filólogo