sábado , 18 mayo 2024
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Feminismo y falsa conciencia

Por qué se acepta la desigualdad?

Antonio Salgado Borge (*)

El 8 de marzo se conmemoró en todo el mundo el día internacional de la mujer. En este contexto, diversas instituciones feministas organizaron eventos que, agrupados bajo la etiqueta de 8M, buscaron revindicar la igualdad de género pendiente. Las repercusiones de este tipo de movimientos en Yucatán son cada vez más frecuentes y alentadoras. El miércoles pasado se llevaron al cabo paros laborales reales y simbólicos, estudiantes portaron camisas rojas, aparecieron en redes sociales carteles de solidaridad y eventos en plazas públicas.

Pero no todos están de acuerdo con este tipo de manifestaciones. Que algunos hombres trasnochados repudien la igualdad de género es, hasta cierto punto, explicable. Es muy complicado para quien se ha beneficiado de una posición de dominio aceptar cederla. Lo que es peor, las autojustificaciones para resistir al cambio pueden ser compartidas por hombres y mujeres, y suelen ser tan frecuentes como difíciles de identificar. Y es en este último punto donde reside el gran obstáculo en el camino hacia una real igualdad de género.

El tamaño del escollo al que se enfrenta la igualdad de género salta a la vista cuando consideramos que, aunque poco se comente al respecto, estamos a en realidad parad@s ante uno de las más grandes afrentas en nuestra historia. Pongámoslo en plata: por milenios una mitad de la humanidad logró someter a la otra, con éxito asombroso, de forma tal que, sin gran reparo, hasta hace relativamente poco se aceptó la “superioridad natural” de los hombres sobre las mujeres. Los mecanismos materiales de opresión son hoy, vistos a través de los ojos de un espectador de este siglo, tan grotescos como evidentes. Hasta hace menos de 100 años las mujeres no podían votar, no podían heredar, acceder a la misma educación que los hombres ni participar en la economía o la vida pública. Y todo esto era visto y justificado como “natural” —quizás el término favorito de los ultra conservadores contemporáneos—.

Es por ello que la pregunta que tendríamos que hacernos en 2017 puede ser formulada, en consecuencia, como una adaptación de la formulada por Wilhelm Reich: “¿Por qué un grupo que no es minoritario acepta la opresión de un grupo que no es mayoritario a pesar de que claramente esta aceptación atenta contra sus propios intereses?”. Y una respuesta a esta pregunta surge a partir de la consideración de las sociedades como sistemas que producen una clase de conciencia que previene que algunos de los miembros de una sociedad actúen en concordancia con lo que sus intereses dictarían. Este tipo conciencia es conocida como “falsa conciencia”.

La “falsa conciencia” es producida por fuerzas sociales y ayuda a preservar la ideología existente. De acuerdo con la filósofa Sally Haslanger, las ideologías son representaciones de la realidad que sirven de alguna forma para afianzar prácticas sociales. Es importante distinguir entre dos sentidos en que se usa el término ideología: en el sentido descriptivo no hay forma de evitar la ideología porque el intelecto humano está constituido por las representaciones mentales de lo existente y, a su vez, nuestra mente constituye de vuelta al mundo social.

Sin embargo, el término ideología también puede ser empleado en un sentido peyorativo. En este último caso, la ideología se refiere a representaciones que mal construidas o que son contrarias a los intereses de un individuo o grupo; en este sentido la ideología representa en realidad los intereses del grupo dominante y su difusión contribuye a afianzar el control social de estos grupos, que aceptan el escenario de opresión como “natural”: no hay otro mundo posible. Es fácil ver por qué la falsa conciencia es, en buena medida, ideológica o por qué Teodoro Adorno definió a la ideología como “necesaria falsa conciencia”.

Ejemplos concretos de “falsa conciencia” son ideas como “el cambio climático no ha sido producido por el ser humano”, “cobrar más impuestos a quién más ingresos tiene es injusto” o “las razas existen y revelan la ‘superioridad natural’ de un grupo sobre otro”.

En todos los casos anteriores, una minoría genera, promueve y resulta beneficiada de la aceptación de estas ideas por parte de una mayoría que, sin saberlo, opera contra sus propios intereses al suscribir formas de “falsa conciencia” mantienen vigente la ideología del grupo dominante y, por ende, la opresión que se define necesariamente considerando un histórico.

En este sentido, aun considerando todo el trecho que la igualdad de género ha recorrido y a pesar de que legalmente hemos reconocido la igualdad entre mujeres y hombres, es fácil identificar casos de “falsa conciencia” que siguen atentando, silenciosamente, contra los intereses de las mujeres y contra el reconocimiento de la igualdad en los hechos: “las niñas no son tan buenas para las matemáticas como los niños”, “las mujeres tienen menor deseo sexual que los hombres” o “una mujer debe cuidar su apariencia más que un hombre”.

Los casos mencionados en el párrafo anterior son considerados “falsa conciencia” en primer lugar porque claramente no son verdad. Pero, en segundo y más importante término, son “falsa conciencia” porque las propias mujeres crecen absorbiendo y aceptando este tipo de ideas y, por ende, evitando incursionar a disciplinas donde los hombres son “mejores”, privándose de disfrutar una vida sexual libre y plena o invirtiendo más tiempo y dinero que los hombres en el cuidado de su apariencia. Y finalmente, son “falsa conciencia ideológica” porque estas ideas no están ahí por casualidad, sino que son funcionales para la preservación de privilegios en manos de los hombres.

¿Cómo se destruye la “falsa conciencia ideológica”? Ésta es una tarea mucho más complicada de lo que parece. Tratar de hacer ver mediante explicaciones a un individuo que está adoptando alguna forma de falsa conciencia puede funcionar en algunos casos, pero esto es sumamente ineficiente como una estrategia general. Y es que nuestra “falsa conciencia ideológica” suele estar entremezclada con aspectos de nuestra identidad personal y esta última inevitablemente se constituye en el mundo mediante las estructuras sociales disponibles conformadas por 1) esquemas —creencias, valores, reacciones automáticas ante circunstancias determinadas— y 2) recursos materiales —distribución de espacios públicos, colores, señalamientos y símbolos—.

La participación de yucatec@s en causas feministas bien articuladas juega un papel fundamental para la destrucción de la “falsa conciencia ideológica”.

Con los recursos materiales que transforman a su paso, l@s feministas reemplazan los viejos recursos sobre los que se ha construido la “falsa conciencia”; edifican los barandales en los que se apoyarán mujeres y hombres que no conocerán ni aceptarán nada distinto a la ausencia de distinciones basadas en construcciones de género tan falsas como opresivas. Es por ello que la mera presencia de feministas en las calles, sus camisas rojas, sus eventos de concienciación, las fotografías y notas que comparten en Facebook, su organización y su dignidad patente tienen un efecto incomparable; un potencial transformador al que las palabras atrapadas en un escrito periodístico jamás podrán aspirar.— Edimburgo, Reino Unido.

asalgadoborge@gmail.com

@asalgadoborge

Maestro en Estudios Humanísticos con especialidad en Ética (ITESM)

Fuente: Diario de Yucatán

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