Franck Fernández Estrada (*)
Fuente: Diario de Yucatán
En el consultorio de mi dermatólogo hay una reproducción de un famoso cuadro de Rembrandt. Este cuadro se inspira en una de las parábolas más poderosas y conocidas que aparecen en el Evangelio según San Lucas, en el capítulo 15. Se trata de “El regreso del hijo pródigo”.
He tenido la fortuna de conocer esta magnífica obra en todo su esplendor en el fabuloso museo del Hermitage de San Petersburgo, verdadera cueva de Alí Babá para todos los amantes del arte, la historia y las cosas bellas.
Esta historia del Hijo Pródigo ha sido interpretada de muchas maneras a lo largo de los siglos. Su mensaje nos habla sobre perdón, misericordia y de cómo la redención resuena profundamente en la humanidad.
La parábola relata la historia de un joven que, cansado de vivir bajo la autoridad de su padre, pide su herencia y se va a un país lejano, donde malgasta su dinero en una vida disoluta. Cuando la penuria lo golpea, regresa arrepentido a su hogar y su padre lo recibe con los brazos abiertos, perdonando su rebeldía. Este acto de gracia, de aceptación y amor incondicional se presenta como una de las mayores expresiones del perdón divino y humano.
Rembrandt, uno de los más grandes maestros del barroco, inmortalizó esta parábola en su famosa obra “El regreso del hijo pródigo”, pintada en 1669. La obra no solo es una de las más destacadas de su autor, sino que es uno de los cuadros más impactantes de la historia del arte occidental. A través de su pintura, Rembrandt logra capturar no solo la escena misma de la parábola, sino también las emociones, los contrastes y las complejidades psicológicas que subyacen en ella, utilizando su característico uso de la luz y la sombra, forma de pintar que no todos dominaban como él.
La historia del Hijo Pródigo es breve pero no por ello deja de estar cargada de significados. Un joven pide a su padre la parte de la herencia que le corresponde. Sin embargo, cuando sus malas decisiones se traducen en hambre y conoce la miseria, decide regresar a casa no como hijo, sino como sirviente.
El padre, al verlo a lo lejos, corre hacia él, lo abraza y lo besa, ignorando su condición de “pecador”. Le ordena a sus sirvientes que le preparen un banquete porque ha regresado sano y salvo.
El hijo mayor, celoso de la bienvenida que recibe su hermano, se niega a entrar al banquete. Es cuando el padre explica al hermano celoso que lo que importa es que su hermano “estaba perdido y ha sido hallado”.
Este relato, como muchas otras parábolas de Jesús, toca una fibra universal. La figura del padre, que representa la misericordia divina, nos recuerda que el amor y el perdón no se ganan por méritos, sino que son un regalo ofrecido a aquellos que se arrepienten sinceramente.
La pintura “El regreso del hijo pródigo” de Rembrandt muestra a un hombre envejecido, vestido con ropas rojas, abrazando a un joven que se ha arrodillado ante él, con la cabeza agachada en señal de arrepentimiento. El joven está descalzo, lo que simboliza su humildad y vulnerabilidad. La escena ocurre en una habitación oscura, bañada por la cálida luz que emana del abrazo del padre. Este uso de la luz que Rembrandt resuelte con claroscuros tiene una carga simbólica: el padre representa la luz del perdón, la aceptación y la gracia que disipan la oscuridad de la vida del hijo. La luz también pone de relieve la diferencia entre el padre y el hijo, quien aún lleva las huellas de su vida errante, mientras que el padre parece irradiar paz y bondad.
Por otro lado, la sombra que envuelve las otras figuras puede sugerir la oscuridad emocional y espiritual que aún persiste en aquellos que no comprenden o no aceptan la magnitud del perdón. La figura del hijo mayor, que se muestra al fondo, parece observar desde la oscuridad… y él lógico que esté en la oscuridad… él no ha perdonado aún.
La escena de la parábola y su representación en la pintura de Rembrandt abordan el tema del perdón desde una perspectiva que trasciende las religiones y las culturas. El perdón no es solo un acto de misericordia, sino también una puerta hacia la restauración y la paz interior. La figura del padre, que representa el amor incondicional, se convierte en un símbolo de la posibilidad de reconciliación en cualquier situación de conflicto. La capacidad de perdonar, de dejar ir el rencor y de acoger al otro tal como es, es uno de los mayores desafíos y logros que pueden alcanzar los seres humanos.
Rembrandt logra transmitir este mensaje de una manera tan profunda que su obra se convierte en un testamento visual de la importancia del perdón y de la reconciliación.
Perdonar enaltece al que lo hace y abre puentes hacia el que ha causado el enojo. No deje de perdonar a sus enemigos. No son ellos los verdaderos ganadores de esa contienda, sino usted mismo.
(*) Traductor, intérprete y filólogo.