Huracán sanitario
Dulce María Sauri Riancho (*)
Fuente: Diario de Yucatán
Día tras día se acumula la tensión en el país. El miedo comienza a sentar sus reales en las ciudades, que observan cómo se acerca implacablemente la tormenta sanitaria.
Las señales de alerta se parecen a las que recibimos por la amenaza de huracanes: “ya viene, este es su rumbo y velocidad; debe tocar tierra en un tiempo estimado de…”. Los días previos son de preparación: agua, alimentos en conserva y velas porque posiblemente se corte la energía eléctrica, sellar las ventanas, asegurar puertas y recoger macetas, etc. “Gilberto”, en 1988, e “Isidoro”, en 2002, nos enseñaron que no hay mejor protección que actuar a tiempo y hacerle caso a las autoridades cuando lanzan la señal de alarma.
El Covid 19 ya asuela tierras mexicanas. Combina la implacable fuerza de los huracanes con la sorpresa de un terremoto, ante el cual apenas median los segundos de la alarma sísmica para intentar protegerse. En su trayecto desde China, el Covid no se disipó, sino que cobró fuerza considerable, tanta que ha barrido a la Unión Europea y ahora se ceba en nuestro poderoso vecino del norte.
Se trata de un virus desconocido hasta hace poco, capaz de infectar silenciosa y rápidamente, para cobrar una cantidad elevada de vidas humanas, lo mismo del presidente de la Bolsa Mexicana de Valores que de un modesto policía de Ciudad de México.
El “quédate en casa” no tiene una duración definida, pues la pandemia obedece a reglas todavía ocultas para los más destacados epidemiólogos. Como cualquier fenómeno desconocido, provoca incertidumbre: ¿Resistirá nuestra salud y la de nuestros seres queridos? ¿Qué pasará con la economía? El gobierno: ¿podrá organizar a la sociedad para resistir y, pasada la emergencia, sabrá apoyar para recuperar la salud y la economía de millones?
En la respuesta a esta última pregunta se encuentra la clave que permite sortear este tiempo de contingencia.
La confianza en el gobierno se vuelve fundamental. Confiar en el gobierno, creer que posee el conocimiento y la capacidad de proteger a tod@s brinda certidumbre en medio de las oscuridades de la pandemia. Considero que se puede confiar razonablemente en los gobernadores de la mayoría de los estados, que decidieron semanas atrás tomar el toro de la pandemia por los cuernos e iniciar una serie de medidas cuando el Ejecutivo federal todavía no prendía las alarmas. Numerosos gobiernos municipales también han hecho lo suyo, algunos hasta en exceso, para proteger a sus conciudadanos.
Sin embargo, el gobierno federal tiene una deuda de confianza con un amplio sector de la sociedad mexicana. La tendencia a la centralización de las decisiones y políticas sobre un sinnúmero de asuntos que mostró el presidente López Obrador está pasándole la factura a él y a su administración. Su mensaje ha carecido de la contundencia y la empatía hacia sus conciudadanos que sufren, a diferencia de otros mandatarios de distintas partes del mundo. Se le ha sentido lejano, a pesar de las “mañaneras”, atiborradas de palabras y carentes de actitudes que generen confianza.
¿Qué esperamos las y los mexicanos del presidente López Obrador? Parto de dos premisas, conocidas pero indispensables de subrayar: primera, el presidente ganó con el voto de una amplia mayoría ciudadana de 30 millones de personas; segunda, su triunfo se hizo posible por una red de instituciones y procedimientos democráticos que hicieron que un opositor contumaz por casi 20 años llegara a la presidencia de la república.
Es y será presidente hasta 2024. No se debe ir, no se puede ir antes de concluir su mandato. Lo digo de esta manera porque considero que las pretensiones de un anticipado relevo presidencial no son deseables ni son posibles en las circunstancias políticas actuales.
Es cierto que el presidente López Obrador tiene una “tendencia morbosa a desfigurar, engrandeciéndola, la realidad de lo que se dice”. No es una novedad en su conducta política: así ha sido durante toda su trayectoria. Como opositor, su mitomanía era una virtud; como presidente se vuelve un grave riesgo para sí y para el pueblo que gobierna.
Desde el principio de su administración se presentaron las dificultades y problemas para restaurar el presidencialismo autoritario en el que López Obrador fue forjado. Su ideal de gobierno pasaba por una relación directa entre el pueblo y “su presidente”, sin la incómoda presencia de las instituciones. Así funcionó el sistema político mexicano buena parte del siglo pasado; su desmantelamiento fue el punto de partida del proceso democrático del país. El retorno no es posible, más que en la imaginación presidencial.
Afloran tensiones
Si el Covid no se hubiera interpuesto, esta contradicción de fondo entre el presidente y la sociedad no se hubiera manifestado tan pronto, ni de manera tan clara. Pero las crisis desnudan tensiones y éste es el caso: el presidente por un lado y una parte importante de la sociedad, atemorizada e impotente, por otro. López Obrador, en vez de cerrar la grieta, ha contribuido a hacerla más amplia. Pero es el presidente de México, figura indispensable para superar la emergencia sanitaria e iniciar la recuperación.
No queremos, no podemos cambiar al presidente, pero sí exigimos que asuma un papel protagónico en la construcción de la Unidad nacional. Unidad de tod@s, que no excluya a nadie, porque toda persona tiene una parte que cumplir para lograr el objetivo de la supervivencia y la recuperación.
La unidad no se arma con palabras, se construye con actitudes y propósitos manifiestos de todas las partes. La sociedad es suficientemente fuerte para resistir, no lo es para reconstruir. Para eso necesita a sus gobiernos: presidente, gobernadores, alcaldes.
El gobierno pone, el pueblo dispone, no al revés. El huracán del Covid ya barre nuestra tierra. Es tiempo de hacerle frente en unidad. Como escribió Benedetti: con tu “puedo” y con mi “quiero”, vamos juntos….— Ciudad de México.
dulcesauri@gmail.com
Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Ex gobernadora y diputada federal plurinominal del PRI