miércoles , 8 mayo 2024
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Miss Liberty, su larga historia

*Franck Fernández Estrada

Fuente: Diario de Yucatán

Sin lugar a dudas, el más importante símbolo de los Estados Unidos es la Estatua de la Libertad, que se encuentra en la desembocadura del río Hudson sobre la hoy llamada Isla de la Libertad. Pero su historia, desde su concepción hasta su inauguración, fue una saga y una real carrera de obstáculos que duró poco más de 20 años.

El sobrino de Napoleón I, Napoleón Luis Bonaparte, fue electo como presidente de Francia. Más tarde él mismo se dio un golpe de Estado proclamándose emperador del Segundo Imperio Francés, como Napoleón III. Fue muy secundado por su hermosa e inteligente esposa, la cordobesa María Eugenia de Montijo. Nadie podrá negar que era un déspota… pero ilustrado. Pretendía hacer de Francia un país que radiara sobre el mundo y de París la capital del planeta y lo logró… con mano dura. Tantos logros tuvo Napoleón III que realmente le generaron una mayoritaria simpatía. Permitió una tímida oposición entre la que estaba el Partido Liberal Francés, fundado por Edouard René Lefebvre, quien consideraba a la democracia norteamericana como el modelo de sociedad a seguir. Quería establecer fuertes vínculos con el país norteamericano y, con el objetivo de consolidar esta amistad, deseaba regalarle al pueblo de los Estados Unidos una estatua que representara esa libertad y esa democracia norteamericana. La idea era que este regalo se inaugurara con motivo del primer aniversario de la independencia de los Estados Unidos en 1876, que tendría como colofón una gran Feria Universal en la ciudad de San Luis en Misuri.

Entre los miembros del Partido Liberal Francés había un joven escultor, ya de gran renombre por la cantidad de obras que había creado por los cuatro puntos cardinales de Francia. Era gran admirador de la democracia norteamericana y compartía con Lefebvre la idea de un gran coloso como regalo para el pueblo de los Estados Unidos. Pero la idea no era nueva. Ya había propuesto un gran coloso a la entrada del canal de Suez, construido por los franceses y con gran pompa inaugurado teniendo como madrina a la emperatriz María Eugenia. La idea era la de una campesina egipcia que llevara en su mano derecha una linterna para indicar la entrada del canal, como otrora lo había hecho el Faro de Alejandría, ayudando a los barcos a llegar a buen puerto. Este joven era Auguste Bartholdi. Ya le había presentado una maqueta de este proyecto de campesina al Virrey de Egipto, dependiente en aquel momento del imperio otomano. Su proyecto fue desdeñado por el virrey. De campesina egipcia a símbolo de Libertad solo había un paso. Bartholdi siempre negó la conexión entre ambos proyectos. Dos altas señoras, ambas con elegantes drapeados, llevando una en su mano izquierda y la otra en su mano derecha un gran farol.

En 1871, Bartholdi viaja por primera vez a Nueva York con la intención de comenzar a concretizar el proyecto y de localizar el lugar dónde se debería encontrar. Apenas entra a Nueva York divisa la pequeña isla de Bedloe, donde ya se encontraba una fortaleza militar. El lugar era el ideal. Era la primera visión que se tenía entrando a la gran metrópolis desde el mar, podía ser divisada desde ambas orillas del río y su mirada estaría dirigida al viejo continente. Llega a Nueva York sin hablar ni una sola palabra de inglés y sin conocer a nadie. Su tarea era dar a conocer su proyecto, totalmente desconocido por los norteamericanos y convencer a todo el mundo para encontrar los fondos para su construcción. Bartholdi no quería que fuera financiado por ningún Estado. Su idea era que el pueblo francés corriera con los gastos de la fabricación de la estatua y que el pueblo norteamericano financiara el gran pedestal. Los americanos no entendían por qué hacer un coloso a la entrada de su puerto de la misma forma que tampoco comprendían por qué, si era un regalo, tenían que aportar la mitad del dinero. Los ricos neoyorquinos miraban el proyecto con malos ojos. Por otra parte, la isla Bedloe, siendo un fuerte militar, debía tener la aprobación gubernamental para cambiar el uso de suelo.

Regresa a Francia sin haber obtenido nada del pueblo norteamericano, por el momento. Para 1875 entre los franceses había logrado recaudar el 20 por ciento de los fondos necesarios para hacer la estatua. Comienza a trabajar en los terrenos de la fundición Monduit et Béchet en el barrio de Montmartre. A ojos vista de los paseantes, la estatua va tomando forma. El tiempo apremia, solo queda un año para la celebración del centenario de la independencia norteamericana. Para llegar a un modelo de madera tamaño real realizó tres modelos más pequeños. El tercero de ellos medía 22 metros de alto pero Bartholdi la quería mucho más alta.

Este último modelo sirvió para crear el modelo de madera ya a tamaño natural, haciendo a partir de él los segmentos de la que era en ese momento la estatua más grande del mundo, con sus 46 m de altura. Desde el punto de vista técnico, las dificultades eran innumerables. En la isla Bedloe los vientos podían llegar a 200 km/h. Era necesario un material lo suficientemente resistente para soportar esos vientos y lo suficientemente ligero para poder ser transportada por segmentos desde Francia. El material seleccionado fue el cobre, en chapas de un grosor de tan solo milímetro y medio, lo que facilitaba moldearlos, dándoles todo el relieve a la figura como material. En Paris primero se hicieron los anteriormente mencionados moldes de madera a tamaño natural. Sobre esos moldes se hizo un vaciado de yeso ya con todos los detalles de relieve. Sobre este vaciado de yeso se hicieron moldes de hierro sobre los que se martillarían las chapas de cobre. Tamaña estatua con material tan ligero necesitaba forzosamente una armazón interior. La fecha del 4 de julio de 1876 se acerca a grandes pasos y el dinero escaseaba.

Ante la evidencia de la imposibilidad de montar la estatua para esa fecha, decide fabricar la mano con la antorcha y presentarla en la famosa Exposición Universal de San Luis. Se podía subir por una estrecha escalerilla hasta un balcón que se encuentra en la cúspide. Por ello cobraba la módica suma de 25 centavos de dólar. También se apoyó en una técnica que recién comenzaba su desarrollo, la fotografía, y vendía las fotos de las distintas partes de la obra que aún estaban en fabricación en París. Estas fotos fueron divulgadas por la prensa, dándole una notoriedad mundial al proyecto. De los 10 millones de visitantes que tuvo la exposición, la mayoría pagó por subir hasta el balcón de la linterna. Ya el proyecto era conocido y admirado no solo en Francia y en los Estados Unidos, sino en todo el mundo. El Senado de los Estados Unidos, entendiendo la importancia del proyecto, en 1877 cedió la isla Bedloe para recibir tan monumental escultura.

Ahora era necesario encontrar un arquitecto que encontrara la solución técnica para la armazón de la estatua. Bartholdi se dirige al gran Eugène Violet le Duc quien se había dedicado a la reconstrucción de Notre-Dame de París, era el creador de la gran aguja de esta catedral parisina, así como de la reconstrucción de otras obras góticas de Francia. Una vez más, los números estaban en rojo cuando llega la gran Exposición Universal de París de 1878. Con este evento, Bartholdi ve la oportunidad de recaudar dinero presentándole al público francés no la mano, como había hecho en San Luis, sino la cabeza. Por un franco y 50 céntimos los domingos y días festivos, el público podía entrar y subir a la corona de la cabeza para contemplar la propuesta técnica de Bartholdi. Es en este momento que en la mercadotecnia moderna nacieron los productos derivados, es decir, todo tipo de objetos relacionados con la obra que se quiere publicitar. Se vendieron miles de pequeñas estatuas y recuerdos de esta cabeza, lo que ayudó enormemente a recaudar fondos.

Lamentablemente, la mala suerte se ensañaba contra Bartholdi. En 1879 muere Eugène Violet le Duc sin dejar un solo plano. Era el momento de encontrar a toda urgencia un nuevo arquitecto. Quién mejor que Gustavo Eiffel, ya mundialmente conocido con su famoso invento de las estructuras de hierro. Hasta la fecha, la más conocida era el puente María Pía, que atraviesa el río Duero en la ciudad de Oporto, puente que existe y se utiliza hasta el día de hoy.

La construcción de esta estructura fue una real proeza técnica sin la cual quizás nunca hubiera existido la Torre Eiffel. Bartholdi decidió hacer un montaje preliminar de toda la estatua en París, sobre la que hubo que hacer no pocas modificaciones para no tener ningún tipo de sorpresa en el momento de su instalación en Nueva York. Por su parte, los norteamericanos se ocupaban ya de su parte del proyecto: la construcción de la base y del pedestal. El encargado de esta otra proeza técnica fue el arquitecto norteamericano Richard Morrison. Desde el punto de vista estético, tenía que ser un pedestal hermoso, clásico, pero que al mismo tiempo no le hiciera sombra a la estatua en sí. La base tenía que ser lo suficientemente sólida también para recibir a este mastodonte de 46 metros de altura y 220 toneladas de peso. No olvidemos que en el lugar ya había un fuerte que se conservó con su gran muralla. En el centro se hizo un gran hueco para recibir tan pesada y monumental obra. Para mejor repartir las cargas optaron por una forma piramidal. En el centro había un hueco de escalera por donde podían transitar los futuros visitantes.

Una vez terminada la base, se encuentran con otro nuevo problema. No había dinero para construir el pedestal. A los grandes burgueses ricos norteamericanos no les interesaba mucho el proyecto. Desde su periódico, Joseph Pullitzer lanzó un editorial vituperando fuertemente a esos millonarios y haciendo una colecta pública entre sus lectores, proponiéndoles que por un dólar publicaría sus nombres en primera plana del periódico. Mucha gente, con tal de ver su nombre en primera plana del periódico, dio su dinero, lográndose la suma de los 100 mil dólares necesarios para la construcción del pedestal.

Ese dinero fue como una bendición, recolectado en un tiempo récord y en el momento preciso porque desde Francia ya había salido en el barco Isère de la marina francesa la Estatua de la Libertad en cajas. El montaje de la estatua sobre el pedestal también fue otro problema técnico que hubo que solucionar realizándose este trabajo en tan solo cuatro meses.

Finalmente, el 28 de octubre de 1886 se inaugura oficialmente la Estatua de la Libertad, la construcción más alta de la ciudad en ese momento y, aún en nuestros días, la mayor escultura de cobre del mundo. Millares de personas esa noche del 28 de octubre se agolparon en la punta sur de Manhattan para ser testigos de la inauguración oficial con un gran juego de luces y fuegos artificiales. A partir de ese momento, los norteamericanos adoptaron como propia esta inmensa y hermosa obra descubriendo todos los detalles simbólicos de la misma. El primero de ellos era la antorcha que iluminaba la libertad de los Estados Unidos al resto del mundo. Esta antorcha está recubierta por una lámina de oro de 24 kilates y su luz ensombrece a las tiranías del mundo. La tabla que sostiene Miss Liberty en su brazo izquierdo, donde se puede leer “July 4 MDCCCLXXXVI” representa las tablas de los 10 mandamientos de Moisés, lo que le da una fuerte connotación sagrada. Otro detalle que asombraba a los visitantes son las cadenas rotas en los tobillos de Miss Liberty. El hecho de que un pie esté delante del otro da la sensación de que la libertad avanza, recordándole a cada cual que la libertad no es algo que se adquiere para siempre, sino que hay que luchar por ella cada día. La corona representa la corona del dios griego Helios, Dios del sol, lo que le aporta al mismo tiempo un aire de divinidad a Miss Liberty.

Durante décadas, su sola existencia ha sido el símbolo de la libertad y de la democracia norteamericanas.  En 1984, con casi 100 años, Miss Liberty comenzaba a envejecer. El cobre del revestimiento y el hierro de la armazón no se llevan bien, sobre todo cuando están a la intemperie. Había mucha corrosión dentro de la estatua. Hubo que cambiar muchas vigas de hierro por otras de acero inoxidable. También el brazo derecho comenzaba a inclinarse debido a una alteración de 60 cm en el momento del montaje. Con toda una serie de nuevas armazones se solidificó este brazo. El precio total de los trabajos fue de 40 millones de dólares, aportando el pueblo francés, otra vez como regalo de amistad, una buena parte de ese dinero. El 28 de octubre de 1986 se repitió la fiesta que se había realizado 100 años antes, esta vez celebrando la reparación de la célebre Miss Liberty. Las celebraciones fueron presididas por los presidentes François Mitterrand y Donald Reagan con sus respectivas esposas y dignatarios.

Allí está Miss Liberty, mirándonos a todos, recibiendo a aquellos que llegan al nuevo continente a través de Nueva York y mirando al viejo continente donde nació la democracia allá en la antigua Grecia.

*Traductor, intérprete, filólogo.

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