jueves , 25 abril 2024
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La historia de la sonata “Claro de luna” de Beethoven

Por: Franck Fernández Estrada(*)

Fuente: Diario de Yucatán

  • El nombre original de la pieza fue “Sonata Quasi una fantasia” y está dedicada a Julieta

A veces la vida es injusta. ¿Cómo entender que alguien que fue excelente concertista, gran virtuosismo, y aún mejor compositor fuera afectado por una enfermedad que, en su caso, dañó un sentido que tendría que ser perfecto dada su profesión? Así fue como escribió, más o menos con esas palabras, Ludwing van Beethoven en su testamento dirigido a sus dos hermanos al saber que su sordera era irreversible y estaba destinado a una completa falta de audición.

Este padecimiento comenzó ligeramente, casi sin darse cuenta, con un zumbido constante y muy fuerte en el oído que los médicos llaman tinnitus. Y es natural que este hombre, que desde niño tenía tendencia a la depresión, se hiciera cada vez más esquivo con la sociedad y taciturno. Su madre había muerto cuando él aún era muy joven y su padre, alcohólico, le daba muy malos tratos. Como si esto fuera poco, sus dos hermanos casi lo ignoraban, a pesar de ser un gran genio. Por otra parte, se sabe que Beethoven estuvo enamorado en más una ocasión. Nunca encontró la compañera de vida que le hubiera permitido soportar mejor sus dolencias y pesares.

Beethoven compuso muchas obras: sonatas, conciertos, óperas, sinfonías y marchas, toda música maravillosa. Sin embargo, hay una que sobresale entre otras. Es el “Claro de luna”. El “Claro de luna” es una sonata para piano que lleva el Opus 27, lo que hace de ésta su obra número 27. Él la llamó “Sonata quasi una fantasia”, en italiano, que es el idioma de la música. En español “Sonata como una fantasía”. Su historia es la siguiente.

Una noche de tristeza y con el zumbido agudo en sus oídos, sin poder dormir por la gravedad de su caso, salió de noche Beethoven a caminar por las calles de Bonn. Sin darse cuenta, llegó a uno de los barrios pobres de la ciudad. Con sorpresa escuchó que de una casa salían las notas de un piano interpretando una de sus obras. Entró sin miramientos a la casa, apenas iluminada por una pequeña vela, y encontró a una chica sentada ante un viejo piano. Grande fue la sorpresa del maestro al darse cuenta que la joven era ciega. Cuando la chica supo que el que se sentaba a su lado era el gran maestro, ella le dijo que, debido a su ceguera, nunca había visto un claro de luna. Dicen que, en ese momento, el compositor compuso esta hermosa sonata para piano para que la chica pudiera entender lo que era un claro de luna.

Esta es una historia muy hermosa, pero tenemos que reconocer que no es cierta. Es una leyenda.

El tema, aunque también muy romántico y desgarrador, nada tiene que ver con la leyenda que se ha formado alrededor de esta sonata. En primer lugar, el propio nombre de “Claro de luna” se le dio por primera vez en 1832, cuando ya había fallecido el compositor. Forzosamente no fue él quien que le puso ese nombre, sino “Sonata Quasi una fantasia”. Una cosa sí queda clara: esta sonata fue dedicada a Julieta. Sabemos que fue compuesta en 1801 y editada por primera vez en 1802, momento de gran producción musical del compositor.

Pero ¿quién era esta Julieta? Resulta que nos encontramos con una situación similar a la dedicatoria de otra hermosa obra que también escribió Beethoven y que se supone dedicó a Elisa. Para Elisa no era una sonata, sino una bagatela, algo que el compositor consideraba algo de menor importancia, a la que ni siquiera se le dio un número de opus. Podemos considerar que Julieta era la condesa Julie Guicciardini, de una familia noble de la ciudad de Trieste que, en aquella época, formaba parte del imperio austriaco.

Beethoven conoció al padre de Julie a través del conde Joseph Brunsvik, húngaro, quien lo recomendó al padre de Julie para que le diera clases de piano a Julie y a su hermana. Julie tenía 18 años y era primorosa, mientras que Beethoven ya era un hombre de 30. No solo estaba la diferencia de edad sino que, debido al peso de su severa sordera, Beethoven era un hombre de un carácter muy amargo. Y, lo más importante, la diferencia social, infranqueable barrera en aquellas épocas. Sin embargo, el flechazo fue mutuo. A pesar de la gran alegría de vivir que le transmitió al Maestro el encuentro con esta condesita, el padre de Julie la obligó a casarse con un hombre más adecuado a su rango social, el conde Gallenberg quien, para colmo de la injusticia, también era compositor (aunque malo) y había sido su alumno en el pasado.

Esta sonata número 14 comienza con un adagio, es decir, un ritmo muy tranquilo. Muchos reconocen en este movimiento (o parte) de la sonata una marcha fúnebre. Esto transmite el dolor que sentía el compositor ante la imposibilidad de poderse casar con la chica a la que amaba, amén de su propio problema de audición. La condesa Julie participó al lado de su marido en misiones diplomáticas durante la Conferencia de Viena posterior a la caída de Napoleón. Todo apunta a pensar que en ese momento se volvieron a encontrar los amantes en más de una ocasión pero no existe ninguna prueba de ello. Es muy famosa la carta que dejó Beethoven, carta que nunca envió y que estaba dirigida a “mi amada inmortal” sin mencionar su nombre. Muchos estudiosos buscan quién fue “mi amada inmortal”. Esta carta la encontraron después de la muerte del compositor en un cajón secreto de su guardarropa junto a los retratos de algunas de las mujeres que había amado el compositor.

El segundo movimiento de la sonata es más ligero, casi infantil, como quien describe a dos niños enfrascados en su juego.

El tercer movimiento tiene mucho más brío, sin por ello ser alegre.

Pero ¿de dónde viene el nombre “Claro de luna” si no fue una opción del compositor? Pues bien, se lo debemos un crítico musical de Berlín, Ludwig Rellstab. La historia de este sobrenombre se debe a que él escribió que, al escuchar el primer movimiento de esta sonata, uno tenía la impresión de estar en un paseo nocturno sobre una barca en el Largo de los Cuatro Cantones en Suiza en una tranquila noche de luna llena. A partir de este momento, en las diferentes casas editoras del mundo, las partituras comenzaron a ponerle el nombre que conocemos en este momento. Así que ahora lo sabe, este “Claro de luna” nada tiene que ver con la historia de la pobre chica ciega que le pidiera al gran Beethoven le describiera cómo era un “Claro de luna”.

(*)Traductor, intérprete y filólogo; correo electrónico: altus@sureste.com

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