sábado , 20 abril 2024
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La crisis de los misiles de 1962

  • Toda Cuba hubiera podido desaparecer por las bombas atómicas

Franck Fernández  Estrada*

Fuente: Diario de Yucatán

Su nombre era Juan Pérez. En español Juan Pérez es tan común como John Smith en inglés o Iván Ivanov en ruso. Lo llamábamos Padrino, porque era el padrino de bautizo de mi madre y después fue el segundo esposo de mi abuela.

Yo tenía solo ocho años. La angustia en mi casa era muy grande. Él le decía a mi madre: —Tú busca el marco de una puerta y trata de refugiarte ahí. Este consejo también se da en caso de terremotos.

Pero lo que se esperaba en La Habana, en toda Cuba en octubre de 1962, era bastante más fuerte que un terremoto. Todo el país hubiera podido desaparecer por las bombas atómicas. Pero hagamos un poco de historia.

Triunfal habían bajado Fidel Castro y los suyos de la Sierra Maestra el primero de enero de 1959. El pueblo cubano y muchos otros estaban bajo el embrujo de su encanto, de su mítica historia y del hechizo de sus palabras. Aún no había habido tiempo para desilusionar a aquéllos que habían creído en sus promesas.

Es necesario reconocer que la mayoría del pueblo cubano y muchos otros del mundo, en particular de América Latina, lo seguían. Los más entendidos, o los más advertidos como fue el caso de mi abuela, pronto vieron en él las características de un comunista. Los primeros en poder salir de Cuba, con la esperanza de poder regresar muy pronto, fueron los afortunados que pudieron sacar una parte de su dinero y alhajas.

De las promesas de prontas elecciones rápido se olvidó y comenzó una política que en un principio se creyó nacionalista. Empezaron las nacionalizaciones de la industria y servicios. Educación, salud, prensa y el resto de los ramos más les siguieron.

Los afectados fueron no solo norteamericanos, que según cálculos eran propietarios del 18-20% de la economía del país, sino los propios cubanos, propietarios de industrias y centrales azucareras, entre otros, y todo aquél que hubiera invertido en Cuba. Es evidente que quienes perdieron sus propiedades, muchas de ellas adquiridas con gran tesón y esfuerzo, estuvieran tremendamente descontentos. Entre ellos los norteamericanos.

Primero reunieron a un grupo de jóvenes cubanos que ya habían huido del país, entrenándolos para una invasión a Cuba. En definitiva, eran los cubanos los que realizaban la invasión, cierto, con el apoyo norteamericano.  Las posibilidades de éxito no eran muchas. Aquellos que habían sido identificados como desafectos, fueron encerrados en grandes espacios, entre ellos, el Estadio Latinoamericano de La Habana, con el fin de que no pudieran participar en ninguna revuelta. El gobierno de la isla se acercaba cada vez más a la égida de Moscú.

Así estuvieron las cosas hasta que el domingo 14 de octubre de 1962 el piloto Richard Heyser, a bordo de un avión espía U-2, pudo corroborar lo que desde Cuba ya habían informado a Washington. En la zona de San Cristóbal, en la provincia de Pinar de Río, se montaban misiles balísticos. Prueba de ello fueron las 928 fotos que se tomaron en un vuelo que duró tan solo seis minutos. Otros vuelos posteriores confirmaron las sospechas y el avance de los trabajos.

El lunes 15 de octubre Kennedy reunió al Comité Ejecutivo del Consejo de Seguridad para decidir qué política tomar. No podemos negar que, dentro del marco de la OTAN, ya en Gran Bretaña, Italia y Turquía, Estados Unidos también tenía misiles apuntando a las principales ciudades de la Unión Soviética para ser utilizados en caso de una guerra nuclear. Los norteamericanos tenían tres opciones: uno) una política de acercamiento a Castro y Jrushov, presidente de la Unión Soviética; dos) un bloqueo naval de los barcos soviéticos que llevaban armas a Cuba y tres) una acción militar directa contra el país isleño.

Con el fin de ganar tiempo, Kennedy optó por la segunda posibilidad. Solo el 22 de octubre de 1962, después de una introducción con marcha militar que presagiaba la gravedad del mensaje, el presidente anunció por televisión a sus conciudadanos la situación y sus posibles consecuencias. Habló con cautela. Una palabra mal empleada podía conducir a malentendidos y forzosamente llevar a la catástrofe. Anunció al pueblo norteamericano que sometía a la isla a una cuarentena, evitando la palabra “bloqueo” de los barcos soviéticos, puesto que la palabra “bloqueo” era en sí un “actus belis”.

Ese mismo día, el pueblo norteamericano se abalanzó a los supermercados donde pronto se agotaron todos los productos. Los más afortunados llenaron sus bunkers antiatómicos con los productos que consideraban necesarios para una vida postapocalíptica. Huelga decir que, del lado soviético, también había mucho miedo puesto que era evidente que en una guerra nuclear no habría ni vencedores ni vencidos, que muy pocos seres humanos lograrían sobrevivir a una hecatombe de esa naturaleza. El sábado 27 de octubre fue derribado con cohetes soviéticos otro avión U-2 de reconocimiento que sobrevolaba Cuba. Este ataque fue decisión de la parte cubana sin consultar a Moscú, donde fue muy mal recibida.

El 28 de octubre, Jrushov declaró públicamente que los misiles serían desmantelados y devueltos a la Unión Soviética. Entre Kennedy y Jrushov prevaleció la sensatez para gran alivio de sus ciudadanos. La decisión de Jrushov fue fuertemente influenciada por la carta que el 27 de octubre recibe de Fidel Castro. La historia llama a esta carta “La Carta del Armagedón”. En ella Castro le pedía a Jrushov formalmente atacar las principales ciudades de los Estados Unidos para “acabar con la ignominia de décadas de opresión y explotación de los pueblos de América Latina”. Castro estaba dispuesto a no solo sacrificar el pueblo de Cuba, sino a la humanidad entera no solo en el caso de una invasión norteamericana a Cuba, sino que pedía que este ataque atómico se realizara de inmediato. En pocas palabras y dicho de forma más clara “si me quedo sin trabajo, que desaparezca la humanidad”.

Una vez más, Cuba fue descartada de las conversaciones en las que se trataban temas fundamentales para su futuro. La primera vez fue entre los Estados Unidos y España después de la guerra de 1898, que llevó a la independencia de Cuba, previa ocupación del territorio cubano por las tropas norteamericanas durante cuatro años.

En estas conversaciones entre Estados Unidos y soviéticos, Cuba también descartada. El tema fue tratado entre grandes y no había espacio para apasionados extremistas. Es más, se les había negado a los cubanos que las ojivas nucleares no estaban instaladas dentro de los misiles, porque quienes manejaban toda esta situación eran directamente los militares soviéticos en completo menosprecio del gobierno y de los militares de Cuba. Finalmente, Fidel Castro conoció por los teletipos de las agencias internacionales de noticia que los 42 misiles ya no estaban en Cuba. Los soviéticos ni tuvieron la delicadeza de informarle que se retiraban los misiles del territorio cubano, en sus propias narices y en gran desprecio a un “aliado”.

Hubo un gran distanciamiento entre Moscú y La Habana. El descontento de Castro fue mayúsculo y lo hacía saber en sus acalorados discursos por activa y por pasiva. Fue el momento en que se gritaba: “Nikita, mariquita, lo que se da no se quita”. Castro trató de acercarse a la China de Mao, con la esperanza de que, en nombre de la solidaridad internacional de los pueblos, China alimentara y aportara gratuitamente armas y equipos a Cuba. Pobre iluso, como que no sabía que para los chinos, por sobre todas las posiciones de credo, políticas o coyunturales, el dinero pasa por delante de todas las cosas. Lo llevan en la sangre.

En momentos en que escribo esta nota una vez más el mundo se encuentra a las puertas de una guerra nuclear que vitrificaría a todo el planeta y causaría el fin de la humanidad y de la mayor parte de las especies animales. Desde Moscú las amenazas y el chantaje de empleo de las armas atómicas son fuertes y constantes. Esta vez por un enfermo que no acepta que su país haya dejado de ser un imperio. Nada, como lo hemos visto en el pasado, que con este tipo de personajes… ellos pasan primero y el resto de la humanidad detrás.

(*)Traductor, intérprete y filólogo, correo electrónico: altus@sureste.com

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