miércoles , 24 abril 2024
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Estado de malestar

El derecho de vivir en paz

Antonio Salgado Borge (*)

Fuente: Diario de Yucatán

Tío Ho, nuestra canción es fuego de puro amor, es palomo palomar, olivo de olivar. Es el canto universal, cadena que hará triunfar, el derecho de vivir en paz —Víctor Jara, poeta y músico chileno.

Algo muy importante está pasando en nuestro continente. Millones de personas han salido a las calles de países como Chile, Ecuador, Haití, Uruguay o Bolivia para mostrar su malestar e inconformidad con sus gobiernos.

Para fines comparativos, este fenómeno puede ser enfocado desde dos ángulos principales. (a) En un sentido, es posible buscar identificar las diferencias y particularidades de las demandas de quienes protestan en cada país y de las reacciones de sus gobiernos. (b) En otro, uno puede intentar poner entre paréntesis estas diferencias específicas con el fin de analizar lo común en todos estos movimientos. En el presente artículo adoptaré el segundo enfoque.

Empecemos notando que algunas de las recientes protestas en Latinoamérica y en el mundo han sido aparentemente detonadas por lo que se conoce como asuntos pocketbook —literalmente, “de bolsa” o “de bolsillo”—; es decir, por asuntos relacionados con la posibilidad que alguien tiene de pagar por ciertas cosas, como un boleto de metro.

Sin embargo, estas reclamaciones específicas sólo son una gota derramada en un vaso que lleva tiempo a punto de rebosarse. “The New York Times” resume así lo ocurrido: “Pequeños asuntos pocketbook se han convertido en el foco de furia popular alrededor del mundo en semanas recientes. Movidos por su frustración, ciudadanas y ciudadanos han llenado las calles en protestas inesperadas…contra una clase conformada por élites políticas irremediablemente injustas o irredimiblemente corruptas” (NYT, 23/10/2019).

El caso de Chile ejemplifica perfectamente el papel que la mezcla entre desigualdad, frustración y deterioro en las condiciones de vida de las mayorías han jugado en este fenómeno. Chile es uno de los países económicamente más exitosos y sólidos del continente, pero también uno con políticas profundamente neoliberales y uno de los más desiguales en el mundo. Es decir, que el resultado del crecimiento económico chileno se ha acumulado en muy pocas manos (NYT, 22/10/2019).

Mientras, los servicios de salud pública fueron abandonados, la calidad de la educación fue ninguneada, los salarios se mantuvieron bajos, el costo de vida aumentó y las pensiones que reciben las personas jubiladas fueron destrozadas (NYT, 19/10/2019). Las protestas por el precio del boleto de metro fueron la punta de una lanza constituida por todos estas demandas.

Los defensores del neoliberalismo o de visiones de gobierno antiestatistas defienden que los problemas anteriores son secundarios cuando hay crecimiento económico; el mercado se puede encargar de todo y el gobierno debe limitarse a administrar o desmantelar o reducir su estructura para ser más “eficiente” financieramente —el gobierno de Yucatán es un ejemplo inmediato de esta postura—.

Esta visión, que se volvió dogma en nuestro continente desde la década de 1980, es hoy un claro sinsentido ante su evidente fracaso. Pero algo de ella persiste en términos ideológicos.

En este sentido, resulta sintomático el escaso uso o conocimiento en México y Latinoamérica de un concepto fundamental para el desarrollo económico y social genuino: el Estado de bienestar. Este es, de acuerdo con la Enciclopedia Británica, el “concepto de gobierno en el que el Estado o una bien establecida cadena de instituciones sociales juega un rol en la protección y promoción del bienestar económico y social de sus ciudadanas y ciudadanos”.

El problema de fondo es que, en lugar de un Estado de bienestar, lo que se ha construido en Latinoamérica y en otras partes del mundo es un Estado de malestar, ignorado o defendido por élites incapaces o indispuestas a entender los daños que éste ha ocasionado.

En varios países, como Reino Unido, la posibilidad de nuevas generaciones de tener mejores niveles de vida que sus padres se ha estancado o revertido (The Guardian, 29/04/2018). La desconexión de las élites pasa por no reconocer los efectos de las políticas que tanto les benefician. Cuando se tienen las miras tan cortas, los movimientos masivos pueden verse como salidos de otro planeta.

Por ejemplo, ante las protestas en su país, la esposa del presidente chileno comparó lo que se veía en las calles con “una invasión alienígena”, predicando así un carácter externo o inexplicable a este fenómeno. En este sentido, las protestas de millones de personas que vemos en Chile y en otros países son “revoluciones” urgentes y necesarias. La sorpresa no es que las calles se estén llenado de personas hartas en este momento, sino que este hartazgo que se ha venido cocinando a fuego lento no se hubiera manifestado antes con tal contundencia.

En México, quizás aún más claramente que en Chile, las pruebas de esta desconexión están a la vista. A pesar de contar con el segundo salario mínimo más bajo del continente, hace muy poco algunos dirigentes empresariales en México consideraban innecesario elevar el salario mínimo.

De acuerdo con la UNAM, en nuestro país solo durante el sexenio de Felipe Calderón el poder adquisitivo cayó ¡43%! La pérdida acumulada en los últimos 25 años es de ¡79%! (Animal Político (10/09/2012).

Mientras, Calderón y algunos grandes capitales festejaban que la producción industrial se había incrementado diez veces (Proceso, 07/15/2012). En ese mismo período los ingresos de los 16 mexicanos más ricos se han quintuplicado. (“Desigualdad Extrema en México”, Oxfam, 2014).

A pesar de la crisis en el sistema de salud, educación, o la pobreza, en los sexenios de Calderón y Peña Nieto el SAT operó para perdonar miles de millones de pesos en impuestos a las más grandes corporaciones, mientras que apenas 1% de las micro y pequeñas empresas recibieron condonaciones (Sinembargo.mx, 22/10/2019). Uno puede celebrar o criticar a un gobierno por sus decisiones o políticas, pero ningún gobierno con indicadores de este tipo puede considerarse promotor de la igualdad o de un Estado de bienestar.

Alguien podría preguntarse: si esto ocurre en México, y si ello es análogo en alguna medida a las causas de las “revoluciones” en otros países, ¿por qué no hemos visto movimientos similares a los de Chile o Uruguay? Me parece que, siguiendo criterios cronológicos, hay dos maneras de responder a esta pregunta.

(1) México sí vivió una “revolución” similar, pero la institucionalizó, para bien o para mal, a través de la elección presidencial de 2018. Y es que, en alguna medida, buena parte de la gente que votó por AMLO lo hizo movida por sus promesas de retomar la idea de un Estado de bienestar que incluya verdadera justicia social, redistribución, salud, salarios o pensiones justas etc. La hipótesis aquí es que, si el enfoque del gobierno actual (Morena) hubiera sido una continuidad de los anteriores (PRI y PAN), probablemente nuestro país estaría viviendo algo similar a lo que ocurre en otras partes de nuestro continente.

(2) Pero del punto anterior se deriva también otra posible respuesta. Si AMLO no pisa el acelerador y construye el proyecto transformador que anunció, es posible esperar que la frustración se traduzca, con razón, en demandas enérgicas.

La situación actual en Latinoamérica muestra, con contundencia fuera de serie, la urgencia de un giro radical en las políticas económicas y sociales en el continente. La brecha entre los ingresos por capital y los ingresos por trabajo es abismal y en los hechos resulta en condiciones de vida y trabajo similares a la servidumbre —entendida en su sentido más amplio—. Las condiciones de vida y la perspectiva de un futuro mejor son desesperanzadoras para millones de personas.

Las protestas en Chile, Ecuador o en otros países buscan empujar a sus gobiernos para que terminen, de una vez y por todas, con el Estado de malestar que administran; su exigencia de que éste sea reemplazado por un Estado de bienestar y por condiciones de igualdad que permitan a las personas desarrollarse y autodeterminarse. En este sentido, quienes protestan están unidas y unidos por el canto universal, la cadena que hará triunfar: el derecho de vivir en paz.— Edimburgo, Reino Unido.

asalgadoborge@gmail.com

@asalgadoborge

Candidato a doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Maestro en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y maestro en Estudios Humanísticos (ITESM)

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