viernes , 19 abril 2024
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Entre chayoteros y paleros

Antonio Salgado Borge

Fuente: Diario de Yucatán

Para nadie es un secreto que existen periodistas y medios obstinados en usar su poder para sabotear todo lo que venga del Presidente.

En un sentido, AMLO tiene razón cuando se queja de los “linchamientos mediáticos” y periodicazos” en contra de su proyecto a manos de este grupo, al que llama “chayoteros”.

Pero también es cierto que hay un creciente grupo de medios emergentes, periodistas y moneros que le defienden incondicionalmente. Organizaciones y personas dedicadas a apoyar, acompañar, festejar y brindar apoyo irrestricto al proyecto del Presidente.

Gracias a un altercado ocurrido en una “mañanera”, el término que se ha popularizado para describir a este grupo es “paleros”.

AMLO ha afirmado que todo periodista se ubica en el primero o en el segundo de estos grupos. Quienes buscan colocarse por encima de esta división le “dan desconfianza”.

El Presidente también ha dicho que el buen periodismo está a favor de las transformaciones, y que los buenos periodistas son aquellos que toman partido. Desde luego, no cualquier transformación cae en este supuesto. Por ejemplo, para AMLO quienes apoyen una transformación neoliberal nunca serán “buenos periodistas”.

De acuerdo con la narrativa del presidente, el universo de periodistas está entonces dividido de la siguiente manera. Por un lado, los “buenos periodistas” son los que forman parte del grupo que le apoya incondicionalmente. Y por implicación, los “malos periodistas” son los que le cuestionan o critican; tanto quienes lo hacen buscando sabotearlo como quienes lo hacen fingiendo ser críticos e independientes.

Me parece que hay al menos tres formas de argumentar que esta división es profundamente problemática.

La primera, desarrollada atinadamente en la sección editorial de Aristegui Noticias por Témoris Grecko, pasa por afirmar que nunca le corresponderá a un gobernante definir en qué consisten el buen y el mal periodismo.

La segunda, expresada por el periodista Ignacio Rodríguez Reyna en “The Washington Post”, consiste en notar que, históricamente quienes están en el poder siempre considerará mal periodista a aquel que le critique.

A estos dos argumentos no les movería ni una coma. Mi intención en lo que queda de este artículo es poner sobre la mesa un tercer argumento: la idea de que quienes defienden la división expresada por el Presidente deben o bien aceptar sus contradicciones o sinsentidos o adoptar un enfoque pragmático, asumiendo las consecuencias que de ello se derivan.

Empecemos por las contradicciones y sinsentidos. Una clara contradicción surge a partir de la idea de que es obligación moral de un periodista apoyar un proyecto transformador. AMLO ha sido claro al respecto: moral es lo que está con su proyecto e inmoral lo que está en contra. Esto aplica lo mismo para políticos o empresarios que para periodistas.

El problema de esta afirmación puede ser ilustrado adaptando el viejo dilema de Eutifrón. ¿Cómo pueden saber los seguidores de AMLO que algo es moral o bueno? Porque lo dice AMLO. ¿Y por qué lo dice AMLO? Supuestamente porque es moral o bueno.

Claramente ambas premisas no pueden ser ciertas al mismo tiempo sin argumentar circularmente. En consecuencia, es preciso elegir una u otra.

Escoger la primera implica un fanatismo desquiciado: aceptar que la voluntad de un solo hombre determina lo bueno o moral en México.

Elegir la segunda parece, a todas luces lo más razonable: lo bueno o moral no depende de lo que diga el Presidente. La obligación es entonces con los principios o ideas y no con la persona. Si algún individuo no exhibe estos principios o respeta estas ideas, ese individuo debe ser criticado. Y eso no hace a quien lo critica una mala persona o un mal periodista.

Algo similar ocurre con la idea de que quienes critican a la Cuarta Transformación son independientes, pero solo del pueblo. Suponer que no existen seres humanos capaces de ver más allá de “chayoteros” o “paleros” es borrar , de un plumazo, milenios de pensamiento crítico y búsqueda humana verdad y justicia que trascienden a líderes o proyectos políticos.

Desde luego, bien puede ser el caso que un gobernante se convierta en un digno representante de esfuerzos de este tipo. Pero ello se tiene que demostrar exhibiendo permanentemente un compromiso con la verdad y con la justicia, y no decretando ser su representante.

El único argumento coherente que puede darse en defensa de la división exhaustiva entre “buenos” y “malos” periodistas promovida por el Presidente no pasa entonces por apelar a los principios o ideales, como suele proponerse, sino al pragmatismo.

A grandes rasgos, la idea es la siguiente. La 4T se beneficia política y electoralmente de la existencia de personas dedicadas a apoyar a acompañar, festejar y brindar apoyo irrestricto al proyecto del Presidente, pero es perjudicada por cualquier periodista que revele información que haga dudar de sus cualidades o que debilita su credibilidad ante el público.

En esta lectura pragmática, sin importar ideas o principios, malo es aquel periodista que no ayuda o que estorba al proyecto de AMLO. ¿Qué hacer con estos estorbos? Reprimirlos, como se hizo durante tanto tiempo desde el gobierno federal, y como sigue ocurriendo en algunos estados actualmente, no es opción para el Presidente.

Sobornarlos, como ocurrió marcadamente desde los 1980 y como también sigue ocurriendo en algunos estados. Yucatán incluido, tampoco parece ser opción para AMLO —aunque el uso discrecional de la publicidad oficial deja margen para discutir si este ha sido el caso—.

En lugar de apostar por la represión o los sobornos para neutralizar a sus críticos, el Presidente estaría optando por pegarles a estos periodistas la letra escarlata de enemigos y en convertirlos, por extensión, en enemigos de las personas que apoyan su proyecto.

Pero el costo de la justificación pragmática para el liberalismo y la democracia en nuestro país es altísimo. Esta justificación implica claramente distorsionar la verdad y utilizar “mentiras nobles” para lograr ciertos objetivos. También implica lesionar en el camino la trayectoria impecable de baluartes del periodismo mexicano e, incluso, poner su integridad física en riesgo.

En todo caso, ¿cuándo estaremos listos para la verdad? ¿Cuándo estarán dadas las condiciones para superar la división entre “buenos” y “malos” periodistas que promueve el Presidente? Desde el enfoque pragmático la respuesta es: cuando así convenga a su proyecto.

¿Cuándo será conveniente para su proyecto? Cuando quienes lo encabecen así lo decidan. ¿Y cuándo lo decidirán? Es fácil ver que este bote puede ser pateado hacia adelante hasta el infinito.

El Presidente y sus aliados no pueden defender su división exhaustiva de periodistas entre malos y buenos sin caer en sinsentidos o contradicciones evidentes. Pero tampoco puede defender esta división aludiendo a un enfoque pragmático, pues esto implicará erosionar y decir adiós, por un buen rato, a la verdad y al periodismo independiente.

Si verdaderamente quiere ser congruente y consecuente, el Presidente tendría que defender su proyecto a partir de verdades o acciones concretas, y dejar de apostar por combatir a los “chayoteros” con sus “paleros”.— Edimburgo, Reino Unido.

asalgadoborge@gmail.com

Antonio Salgado Borge

@asalgadoborge

Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo).

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