jueves , 28 marzo 2024
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El príncipe Félix Yusúpov

  • Es recordado por el complot contra Rasputin

Por: Franck Fernández Estrada (*)

Fuente: Diario de Yucatán

La palabra Rusia es una palabra muy grande. La cultura, la historia y la idiosincrasia del pueblo ruso se resumen en mucho más de cinco letras. El gran compositor ruso, quizás el más conocido compositor de música clásica del mundo, Piotr Ilich Chaikovski, nada tiene que ver con el carnicero de Leningrado que bombardea a inocentes civiles en Ucrania y en otros países. La historia de Rusia no comenzó en 1917 cuando los bolcheviques tomaron el poder. Ya había una gran historia, cierto, con altos y bajos.

Durante la época de Iván el Terrible, a mediados del siglo XV, Moscú era castigada por invasiones procedentes de los canastos del Cáucaso, entre ellos el de Kazán. Hasta que Iván el Terrible decidió invadir Kazán y, al mismo tiempo, anexarse sus tierras. Varios fueron los nobles tártaros que vinieron a establecerse de alguna forma a Moscú, entre ellos el clan Yusul, de la horda nogai, cuyos descendientes más tarde se convirtieron a la ortodoxia rusa renunciando a su fe musulmana.

Debido a ello existió una maldición. Las versiones son diferentes. Algunos dicen que en sueños se le presentó el profeta Mahoma a aquel que había renunciado a su fe diciéndole que, como castigo, cada hijo primogénito de sus descendientes moriría antes de los 26 años. Otros dicen que fueron sus antiguos vasallos tártaros, aún musulmanes, los que fueron a buscar a una bruja quién echó la maldición. Maldición o no, lo cierto es que a partir de ese momento, los descendientes de Yusul morían antes de los 26 años. Por ello el árbol genealógico de los Yusúpov es recto, sin ramas colaterales y sin necesidad de dividir la enorme fortuna.

El origen de esa fabulosa fortuna fueron las riquezas que ya traían de su Kazán natal y los favores y los regalos que le hacían los diferentes zares por su servicio a la corona. La fortuna no se disgregó porque, a falta de hijo primogénito, no tenía que ser dividida. Esto me lleva a la hermosa princesa Zinaida Nikoláievna Yusúpova, la sucesora de todo este linaje de príncipes tártaros. Era la princesa más rica de la Rusia imperial, por demás, era una mujer de una deslumbrante belleza, con rostro de trazos nobles que inspiraban confianza por tener cara de mujer buena.

De hecho, Zinaida era una mujer buena. Hacía innumerables obras de caridad, siempre discreta, repartiendo su riqueza con todo aquel que se le acercara con una necesidad. Se casó por amor con un conde ruso también extremadamente rico y de este matrimonio nacieron dos hijos: Nikolái y Félix. Los chicos fueron educados en las mejores escuelas privadas rusas. Ambos comenzaron una vida sexual muy temprana. Nikolái no era un chico muy centrado en el futuro que le estaba destinado y solo le interesaban las mujeres, de preferencia casadas, razón por la que algunos meses antes de cumplir sus 26 años murió en un duelo a manos de un esposo traicionado. Toda la fortuna y el título recayeron en Félix, que era un chico de una extraordinaria belleza. Más bello que una hermosa mujer.

Se dice que a los 12 años tuvo su primer “ménage à trois”… con dos hombres. Su figura débil y esbelta ayudaba a su aspecto andrógeno, lo que le facilitaba vestirse con los vestidos y joyas de su madre y presentarse a conquistar soldados de la guardia imperial en los lugares de moda de la capital imperial rusa. Félix no solo era atraído por los chicos, se le conocieron también numerosas aventuras femeninas.

Llegó el momento del matrimonio y él se fijó en la hija de Xsenia Alexándrovna, una de las hermanas del zar Nicolás II, lo que la hacía de sangre imperial por ser hija de emperadores y hermana de emperador. Irina era su nombre. Era una mujer de una belleza rara. A pesar de las futilidades de su marido, siempre lo defendió hasta que él falleció en 1968. Irina le siguió en 1970. Su boda fue en 1914 y su luna de miel por Europa los sorprendió en Alemania el día que ese país le declaró la guerra a Rusia. El Kaiser Guillermo II los retuvo como rehenes de gran importancia, aunque lograron huir gracias a las gestiones del embajador de España en Berlín.

La fortuna de los Yusúpov se calcula en 600 millones de dólares de aquella época, cuando en el mundo había muy pocos millonarios. Tenían millones de hectáreas de tierras cultivables, industrias, minas de minerales y de piedras preciosas, yacimientos de petróleo, participación en más de 3,000 sociedades, barrios enteros en Moscú y en San Petersburgo de su propiedad, una maravillosa colección de obras de arte, cinco palacios en San Petersburgo y decenas de otros por el resto del país, incluso en el extranjero.

Félix, por ser hijo único y miembro de esta encumbrada familia, no participó activamente como soldado durante la Primera Guerra Mundial al lado de las tropas rusas. Sin embargo, sí tuvo una participación muy activa en la creación de hospitales en sus diferentes propiedades haciéndose cargo de atender y sufragar los gastos de todos esos hospitales. Para diciembre de 1916, él y otros miembros de la aristocracia rusa consideraban que la influencia del gurú Rasputin al lado de la familia imperial era de nefastas consecuencias para todo el país, por lo que decidieron organizar un complot para ajusticiar al monje. Félix citó a Rasputin en el 94 del malecón Moika, el principal palacio de los Yusúpov en San Petersburgo y donde vivían la mayor parte del tiempo. Se dice en el pasado estos personajes habían tenido una relación sexual. También se dice que el cebo para atraer a Rasputin a altas horas de la noche de ese gélido 29 de diciembre de 1916 al palacio fue presentarle a la princesa Irina. Sin embargo, la princesa Irina no se encontraba en casa en ese momento, sino en uno de sus palacios en Crimea. En ese momento el palacio estaba en reparación y el príncipe invitó a Rasputin a pasar a uno de los salones del sótano.

Allí se le ofrecieron pasteles de crema rosada y vino de Madeira abundantemente impregnados con cianuro. Rasputin bebió y comió desenfrenadamente, como solía hacer, y nada le producía la muerte. Fue el propio Félix el que, a bocajarro, le disparó dos tiros. Los otros complotados también le tiraron. Así todo, el monje, grande como un oso ruso, resistía a todos los intentos de asesinato. Tomó una espada y con ella trataba de defenderse de sus asesinos. Cuando lo lograron dominar lo encadenaron y lo tiraron al congelado río Moika, del otro lado de la calle frente al palacio. También se habla de la participación en este asesinato de dos agentes de la seguridad británica. Cuando fue hallado el cadáver de Rasputin, se descubrió en la autopsia que los pulmones estaban llenos de agua, lo que indica que, a pesar de todo, al final murió por ahogamiento.

La zarina pedía el fusilamiento del príncipe Yusúpov y del Gran Duque Dimitri Romanov, uno de los complotados. Sin embargo, los tribunales del país se negaron a cumplir con los deseos de la zarina, en la medida en que este asesinato fue muy bien recibido por la población de toda Rusia, incluso por la nobleza. Solo fueron castigados con el destierro fuera de la capital… y eso les salvó la vida tiempo más tarde.

Cuando se declara la revolución bolchevique, Félix, su esposa Irina y su pequeña hija huyen a Moscú. El príncipe tuvo la posibilidad de regresar a su palacio del malecón del río Moika a recuperar algunas de las joyas de la familia, dos cuadros de Rembrandt y uno de Van Dyke. Ante el avance de las tropas de los bolcheviques, huyeron nuevamente a una de sus propiedades en Crimea y, de allí, junto con otros nobles rusos incluyendo la emperatriz madre de Nicolás I, María Fiódorovna, lograron huir en un acorazado inglés primero a Malta y después a Londres. Finalmente la familia Yusúpov se estableció en París donde crearon la casa de moda Irfé. Ir por Irina, Fe por Félix. La gran crisis mundial del 29 y la mala gestión hizo que la casa tuviera que cerrar.

La venta de las joyas y de los cuadros, así como lo que también había logrado sacar Zinaida, la madre de Félix, les permitió vivir de una forma relativamente holgada ayudando de forma muy discreta a la emigración rusa en Francia que pasaba por muy difíciles momentos económicos. En 1933, Félix le ganó un pleito a la Metro Golden Mayer por haber realizado una película sobre el asesinato de Rasputin alterando la realidad histórica. Es a partir de ese momento que en todas las películas del mundo se pone al, comienzo o al final, la nota “Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia”. Mientras tanto, han quedado los palacios ricos en obras de arte que fueron los lugares donde se desenvolvieron estos grandes multimillonarios rusos que, del día a la noche, perdieron todas sus grandes propiedades.

(*) Traductor, intérprete y filólogo; correo electrónico: altus@sureste.com

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