martes , 30 abril 2024
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El fenómeno de Tunguska; el resplandor y la destrucción

Franck Fernández Estrada *

Fuente: Diario de Yucatán

No tenemos una real noción del tiempo. Cuando se nos pide algo, con cuánta frecuencia decimos: —Más tarde… mañana… esta noche… Sin embargo, la vida (y no solo la de una persona) como la conocemos puede desaparecer sin que ni siquiera nos demos cuenta. Un volcán de varias formas anuncia su inminente erupción. Un ciclón de gran potencia desde días antes nos está indicando la trayectoria que pudiera tomar.

Menos previsibles son los terremotos y aún menos previsibles son eventos de mayor envergadura como la caída de un meteorito.

Nuestro planeta Tierra es bombardeado constantemente por finas partículas cósmicas que, debido a su pequeño tamaño, no causan ningún tipo de daño, pero con cierta frecuencia grandes meteoros vienen a nuestro encuentro y estos sí producen mucho dolor de cabeza. Prueba de ello es el inmenso cráter en la Península de Yucatán por la caída del meteorito de Chicxulub hace unos 65 millones de años y al que se le atribuye la desaparición de los dinosaurios y de toda una buena serie de otras especies animales, cortando de raíz el curso evolutivo de las mismas. La propia actividad tectónica de movimiento de placas que se yuxtaponen unas a otras, la erosión, años y años de polvo cómico cayendo sobre el mismo sitio hacen que estas huellas no sean visibles. En total podemos contar unos 170 en el mundo.

Sabemos que hemos sido impactados por muchos más meteoritos. La Luna, que carece de atmósfera, sí presenta sin recato todas las cicatrices que le han dejado estos meteoritos.

Pero el caso es que no solo tenemos meteoritos, que son pedazos de piedra más o menos grandes que se encuentran básicamente entre las órbitas de Marte y Júpiter y que fueron descubiertos allá por el siglo XVIII. Por alguna razón, estos meteoritos se salen de su órbita y vienen a parar a la nuestra provocando el encuentro de los dos cuerpos celestes.

Pero también están los cometas, que son conglomerados de polvo y hielo que no son propios del sistema solar. Vienen de fuera con órbitas enormes, por lo que un acercamiento a nuestro sistema solar en ocasiones puede tardar cientos de miles de años. Famoso es el cometa Halley que nos visitó muy aparatosamente en 1910 y ya después, de forma más discreta, en 1986.

Pues bien, hoy les quiero hablar de un fenómeno aún inexplicado que se produjo en los más profundos confines de la gran Siberia rusa. Todo ocurrió el 30 de junio de 1908 (ya en calendario gregoriano) a las 7:05 de la mañana. Desde el sureste, donde se encuentra China, vino una bola de fuego que se estrelló sobre la tierra siberiana. En algo sí están de acuerdo los científicos. Lo que haya sido que haya explotado no explotó directamente en la tierra, sino a cierta altura. Algunos dicen que a 10 y otros que a 16 km de altura.

Esto sería lastimosamente corroborado más tarde con la bomba de Hiroshima que explotó todavía en el aire. Inmediatamente debajo del punto de la explosión el daño fue menor. Sin embargo, a partir de este punto y de forma radial, como los rayos de un sol, la destrucción fue enorme.

Y esto es lo que vemos en Tunguska, que es el nombre del lugar donde se produjo este evento. Directamente debajo del lugar de la explosión hay árboles carbonizados y sin ramas, de pie, como si de cables telefónicos se tratara y en 2150 km² a partir de este punto está todo destruido en forma radial. Afortunadamente, esa zona no era poblada, solamente algunas aldeas de nativos pudieron ver a 60 y 80 km de distancia un enorme resplandor, más fuerte que el sol mismo. Después el hongo, a ello le siguió una ola térmica, que casi quema la ropa que portaban y una onda de choque de va y viene.

Los lugareños de estas tierras, considerando que se trataban de un castigo de su dios del fuego, Ordi, huyeron del lugar. La onda sísmica llegó a San Petersburgo cuatro horas más tarde y hasta en Londres se registró el temblor de tierra causado por dicha explosión. De inmediato, el gobierno ruso no hizo nada para tratar de entender qué había pasado allá en la lejana e inhóspita Siberia. Luego llegó la Primera Guerra Mundial y solo en 1927, una vez terminada la Guerra Civil en Rusia, fue que se enviaron no sin pena a científicos a tratar de entender lo que había pasado. Desconcertados quedaron todos al darse cuenta al llegar al lugar de los acontecimientos que no había ni residuo alguno de meteorito. Regresaron a Moscú con más preguntas que respuestas. Desde entonces, varias expediciones han llegado hasta estos remotos parajes, facilitados por el uso de vehículos más adecuados para estos menesteres, incluso han establecido bases cerca de este lugar.

Las teorías son múltiples. Una de ellas habla de un meteorito que solo habría rosado la capa de la atmósfera de nuestro planeta. Otros piensan que fue directamente un cometa y que, por estar formado por polvo y hielo, no dejó ningún rastro. Algunos llegan a firmar que fue el contacto de la tierra con un minúsculo agujero negro, del tamaño de un fósforo. Otros, basándose en los testimonios de los autóctonos, argumentan que fue una nave espacial alienígena, que intervino antes de la colisión del planeta con un meteorito. Hay otras teorías más. Todo apunta a pensar que fue la primera de ellas, un bólido que solo rozó la capa exterior de nuestra atmósfera.

Pero ahora imaginemos qué hubiera pasado si esa explosión se hubiera producido, con la fuerza de 15 bombas atómicas como la de Nagasaki, sobre un territorio densamente poblado como Europa tan solo unos segundos después de las 7:05 de la mañana en Tunguska. debido a la rotación de la tierra. La tragedia hubiera sido catastrófica. Así que téngalo muy claro. No deje para más tarde lo que pueda hacer ahora porque no sabemos qué nos depara el futuro para dentro de tres minutos.

*Traductor, intérprete y filólogo

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