De Rita Cetina a Elvia Carrillo Puerto
Piedad Peniche Rivero (*)
Fuente: Diario de Yucatán
Entre 1870 y 1924, en Yucatán hubo una tradición feminista que consideró el derecho al conocimiento de la biología de las mujeres, en particular de la reproducción de los seres humanos, como la clave de todos los derechos para la igualdad.
Esa tradición, que se expresó en los tiempos de la República Restaurada, el Porfiriato y la Revolución, fue un proceso de hitos discursivos enunciados, primero, por Rita Cetina Gutiérrez y, después, por Elvia Carrillo Puerto y Rosa Torre González, mujeres-sujeto cuyas identidades, construidas por el discurso liberal y el socialista de la época que les tocó vivir, respectivamente, estaban definidas por la conciencia de sus experiencias y vivencias relativas a la opresión y el sufrimiento personal de las mujeres.
La reconstrucción de la biografía y la agenda política de esas yucatecas, sus ideas y acciones, muestran que impulsaron y transmitieron discursos feministas que tenían en cuenta, en forma codificada o literalmente, la opresiva política sexual que regía sobre sus cuerpos.
Así, Rita Cetina, maestra, poeta y editora, en La Siempreviva -primera revista escrita exclusivamente por mujeres en México- publicada entre 1870 y 1872, hizo referencia poéticamente a la biología de la reproducción como los “secretos arcanos de la naturaleza” y subvirtió el discurso liberal del derecho a la educación maternalista de las mujeres, de fines del siglo XIX, impartiendo secretamente clases de biología en el Instituto Literario de Niñas del Estado (luego Normal de Profesoras y hoy Normal Mixta “Rodolfo Menéndez de la Peña”), que dirigió entre 1877 y 1902.
Como consta en la correspondencia oficial de Rita, esa disciplina científica estuvo vedada a las mujeres en general y a las estudiantes del profesorado en particular por los gobiernos conservadores, principalmente el del clerical Francisco Cantón.
Fue un grupo de las alumnas feministas de Rita Cetina que participaron en el Primer Congreso Feminista de Yucatán, auspiciado por el gobernador constitucionalista general Salvador Alvarado, en 1916, quienes recogieron la necesidad de conocer la biología que sintió su maestra.
En ese grupo estaban Porfiria Ávila de Rosado, Felipa Ávila de P., Mercedes Pinto R., Trinidad Pereira Pereira, Elena Osorio C., Clara Steger L., todas componentes de la Comisión nombrada para absolver el Primer Tema de la agenda del Congreso, que rezaba: ¿Cuáles son los medios sociales que deberían emplearse para manumitir a las mujeres del yugo de las tradiciones?
El Dictamen de ese grupo de feministas que tenía a la cabeza a la Profa. Porfiria Ávila de Rosado fue como sigue:
1) Las escuelas primarias deben suministrar a la niñez el conocimiento del verdadero origen del hombre y de las religiones [aludiendo al tema de Adán y Eva y la concepción].
2) El Estado debe establecer extensiones universitarias o conferencias públicas para señoritas y señoras con ese mismo fin.
3) En las escuelas primarias superiores, las normales, la secundaria, se debe ministrar a las mujeres conocimientos de su naturaleza y de los fenómenos que en ella tienen lugar, y siempre que se tenga la seguridad de que la mujer adquiere o ha adquirido ya la facultad de concebir.
4) En todos los centros de cultura de carácter obligatorio o espontáneo, se hará conocer a la mujer la potencia y variedad de sus facultades y la aplicación de las mismas a ocupaciones hasta ahora desempeñadas por el hombre [aludiendo al trabajo remunerado].
¿Qué estarían viendo esas congresistas en la sociedad que vivían? ¿Por qué aludían al cuerpo de las mujeres y a la concepción como realidades lejanas e ignotas? Veían, seguramente, un universo miserable de mujeres engañadas e ignorantes de sí mismas, prostitutas y niños nacidos fuera del matrimonio.
Y, no obstante, tras el debate, el pleno del Congreso llegó a Conclusiones que reflejaban las ideas del grupo de doña Porfiria pero “sin dientes”, es decir, diluidas y edulcoradas. Entre esas, estaban las siguientes:
1) En todos los centros de cultura de carácter obligatorio o espontáneo, se hará conocer a la mujer la potencia y la variedad de sus facultades y la aplicación de las mismas a ocupaciones hasta ahora desempeñadas por el hombre [aludiendo al trabajo remunerado];
2) Gestionar ante el gobierno la modificación de la Legislación Civil vigente, otorgando a las mujeres más libertad y más derechos para que pueda con esta libertad escalar la cumbre de nuevas aspiraciones.
3) Evitar en los templos la enseñanza de las religiones a los menores de diez y ocho años, pues la niñez todo lo acepta por falta de raciocinio y de criterio propio.
4) Inculcar a la mujer elevados principios de moral, de humanidad y de solidaridad.
5) Que la mujer tenga una profesión, un oficio que le permita ganarse el sustento en caso necesario.
6) Que la joven al casarse sepa a lo que va y cuáles son sus deberes y obligaciones, que no tenga jamás otro confesor que su conciencia.
Ese era el discurso de las maestras del ala moderada del Congreso que se hacían eco del discurso oficial de Rita Cetina pues promovía la educación, el laicismo, las profesiones y la igualdad entre mujeres y hombres, pero no el discurso oculto de los secretos de la naturaleza de la misma Rita que constituía al grupo de doña Porfiria.
Más adelante, la feminista duranguense Hermila Galindo –decepcionada- diría respecto a ese discurso que eran “palabras, palabras y más palabras” (continuará).— Mérida, Yucatán.
Exdirectora del Archivo General del Estado