lunes , 18 marzo 2024

Delfina diezmada

Denise Dresser (*)

Fuente: Diario de Yucatán

Había una vez una funcionaria tan convencida de su fe en el Señor de los Cielos, el Líder Supremo, el Comandante y el Rayo de Esperanza, que comenzó a violar la ley para complacerlo.

Aunque presumía formar parte de un movimiento político y espiritual que transformaría al país, no tuvo reparo en armar una red de financiamiento irregular para apoyarlo.

Aunque se vanagloriaba de la autoridad moral que poseía, como presidenta municipal retuvo el 10% del sueldo de cientos de trabajadores públicos, y desvió ese dinero para financiar la formación de Morena.

Siguiendo la vieja costumbre de prominentes miembros del perredismo como Carlos Ímaz, Rosario Robles, René Bejarano y Pío López Obrador, decidió aportar fondos a la causa, porque el fin siempre justifica los medios.

Y como los fines de su jefe, el Macuspano Mayor, siempre son buenos, los medios priistas terminan justificados, limpiados, purificados. Como premio a su lealtad incondicional y su disposición a saltarse las normas a petición partidista, la maestra morenista fue nombrada secretaria de Educación Pública.

Despachó desde el famoso escritorio de José Vasconcelos, aunque su legado estará muy lejos de aquel prócer. En sus años de turismo político por la SEP, permitió que la criticable herencia que recibió empeorara.

Sin duda la pandemia creó retos sin precedente, pero la nueva titular no pudo ni quiso afrontarlos. Según un estudio de la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey, la situación de la educación pospandemia es una catástrofe nacional y transexenal.

Más de un millón de estudiantes dejaron de asistir a la escuela, y hubo una reducción histórica de la matrícula escolar por nivel educativo.

México perdió más de un año de aprendizajes. Las y los jóvenes de 15 a 29 años fueron los más afectados por lo ocurrido en el ámbito escolar y laboral. Las brechas se ampliaron, las desigualdades se acentuaron, los pobres se la pasaron peor.

Y al mismo tiempo que la SEP y el director de Materiales Educativos —Marx Arriaga— rehacían planes de estudios, eliminaban evaluaciones, prohibían que los alumnos reprobaran y declaraban que “leer era un goce capitalista”, las empresas decían que no encontraban empleados calificados.

Que pocos egresados tenían dominio digital o de inglés. Que pocos alcanzaban a cubrir los requisitos para el sector productivo. Que México se rezagaba aún más, porque el estado de la educación en un país te dice cómo va a ser ese país en treinta años.

¿Y qué hacía Delfina Gómez a lo largo de todo el tiempo que se sentó en la silla vasconcelista? ¿Priorizó la atención en los alumnos con mayor rezago y vulnerabilidad?

¿Impulsó un curriculum flexible, centrado en aprendizajes imprescindibles? ¿Promovió la formación continua de los maestros? ¿Hizo el trabajo para el cual fue seleccionada y que pagamos con nuestros impuestos?

La maestra hizo muchas cosas, pero ninguna de valor para los niños y jóvenes de México. Hizo política partidista, fue a las mañaneras alguna que otra vez, y guardó silencio ante el descubrimiento de la retención ilegal que había descontado y donado. Evadió las preguntas en torno a lo que sólo puede ser calificado como un “diezmo”: una décima parte de lo que se paga como contribución a una organización religiosa o un impuesto obligatorio al gobierno.

Y en vez de pedir su renuncia, el presidente López Obrador la defendió. Morena la aplaudió. Los fervorosos la justificaron. No importó que hubiera violado los estatutos de un partido en operación gracias al financiamiento público.

No preocupó que fuera en contra del artículo 43 donde dice que “No se admitirá forma alguna de presión o manipulación de la voluntad de los integrantes de Morena por grupos internos (.)”.

No provocó problema alguno la multa del TEPJF de más de 4 millones de pesos por la utilización de un esquema de financiamiento paralelo.

Así como Pío recolectó, Delfina diezmó y no pasó nada. AMLO y Morena acaban de encumbrar a la candidatura al Edomex a una delincuente electoral. Y cada vez que haga campaña, participe en una gira o conceda una entrevista, habría que recordárselo.

Oportunismo mata oprobio. Poder mata pulcritud. Ganar elecciones mata perder principios. En los cuentos de la 4T, puedes ser violador y candidato, delincuente y candidata. Esa es la triste moraleja de un movimiento que nació diferente y se volvió igual.— Ciudad de México.

denise.dresser@mexicofirme.com

Periodista

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