sábado , 27 julio 2024
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Carlitos Aguirre, muerte singular

Franck Fernández Estrada (*)

Fuente: Diario de Yucatán

La Rue de Rivoli es una importante y céntrica calle de París del lado norte del Sena que, de forma casi paralela a este río, va desde la Plaza de la Bastilla hasta la Plaza de la Concordia. Grandes establecimientos se encuentran en esta calle. Sin lugar a duda, el más notorio es el Museo del Louvre.

En el 76 rue de Rivoli, y hace unos 40 años, existió una tienda de ropa masculina. Ahí me gustaba ir a comprar porque no solamente era ropa de buena calidad sino a precios razonables.

Un día estaba conversando en la tienda y se me acercó un señor que me preguntó en español: “¿Usted es cubano?”. Yo le respondo que sí. “Yo también”, me dijo. Entonces yo pregunté: “¿Hace mucho que salió de Cuba?”. Me respondió: “Desde antes que hubieras nacido”.

A partir de ese momento tuvimos una buena amistad. Era el doctor Bartholdi, dueño de la Clínica Bartholdi, de la que era propietario, la cual se encontraba en el barrio de Montmartre, a los pies de la célebre basílica del Sagrado Corazón.

Ya era un hombre mayor, unos 40 años más que yo. Mucho tiempo se lo pasaba en esta tienda, quizás era amigo de los dueños. Posiblemente ya hubiera pasado la dirección de su clínica a otra persona.

Nada es casual en la vida. Estábamos destinados a encontrarnos.

Él era nieto de Frédéric Bartholdi, el arquitecto de la Estatua de la Libertad. Recordemos que esta escultura fue un regalo que le hico el pueblo de Francia al pueblo norteamericano por el centenario de la fundación de Estados Unidos.

Con posterioridad, el abuelo se estableció en La Habana y ahí nació el que sería más tarde mi amigo, el doctor Bartholdi.

A París llegó cuando la dictadura de Gerardo Machado, en 1935, cerró la Universidad de La Habana. Las familias que se lo permitieron, enviaron a sus hijos a terminar sus estudios en París y él, ya graduado de doctor y con una buena cantidad de dinero, no regresó a Cuba.

Su clínica se encontraba en los terrenos que fueron los talleres de su abuelo y donde se montó la Estatua de la Libertad por primera vez.

Toda esta aplicación es para decirles que él me contaba de un joven del que ya yo había oído hablar mucho a mis mayores. Un joven de la alta sociedad habanera que tuvo una trágica e insólita muerte.

Estoy hablando de Carlos Aguirre Sánchez. Era hijo único de un matrimonio bastante adinerado. Su tío político, esposo de la hermana de su madre, era el prominente Orestes Ferrara, un joven napolitano que llegó a Cuba para participar en las luchas de independencia contra España. De alguna forma hizo fortuna este señor Ferrara y al terminar la guerra lo hizo con el grado de oficial. Fue embajador de Cuba en Washington y ministro de Gerardo Machado.

La casa donde residía Orestes Ferrara se encuentra en el cruce de las calles San Miguel y Ronda. Un hermoso palacete estilo neoflorentino que hoy acoge al segundo más importante museo relacionado con la vida de Napoleón. Es el famoso Museo Napoleónico de La Habana.

A través de los jardines de este hoy museo se llegaba a los jardines de Villa Carlitos, la residencia donde vivía Carlitos Aguirre con sus padres. El chico inteligente, por todos querido y graduándose como abogado recibió como regalo de sus padres un viaje a Europa.

De regreso a Cuba, y de paso por la ciudad de Bayona, acompañado por la señorita Strauss, norteamericana, fueron a ver una corrida de toros. En la arena se desarrollaba la contienda entre el toro embravecido y el torero cansado por la faena.

En el momento en que ya se iba a producir el sacrificio del animal, la señorita Strauss le dijo a Carlitos que el sol le molestaba la vista. Él, caballeroso y solícito, se levantó para cederle su asiento. Exactamente en ese momento, el torero encajó su estoque sobre el lomo del animal que se movió violentamente. El estoque salió disparado del cuerpo del animal dando vueltas por el aire y no encontró mejor lugar para alojarse que el corazón del joven que se levantó para ceder su asiento a su acompañante. Singular forma de morir.

Esto sucedió en la plaza de toros de la ciudad de Bayona, Francia, el domingo 2 de septiembre de 1923.

Su cuerpo fue devuelto a Cuba embalsamado, donde fue velado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana.

Como hijo único que era, podemos entender el dolor de los padres por su muerte. Encargaron un retrato de tamaño natural, al óleo.

Cada Día de la Madre, Fredesvinda Sánchez, su mamá, colocaba en su ojal una rosa roja.

El padre encargó una estatua en bronce, también en tamaño natural, al escultor italiano Nicolini.

A pocas cuadras de Villa Carlitos, en un parque que ya existía, colocaron su estatua con sendas columnatas a ambos lados. Este parque está rodeado por las calles Mazón, Valle, San Martín y Aguirre. Se encuentra a tan solo una cuadra de la escuela donde yo realicé mis estudios secundarios.

Mis mayores me hablaban del dolor de la sociedad del momento por la muerte de alguien que estaba destinado a una vida portentosa, tanto en lo personal como en lo profesional.

Hoy, el parque Carlitos Aguirre languidece por falta de mantenimiento y Villa Carlitos, obra del célebre gabinete de arquitectos Govantes y Cabarrocas, se cae a pedazos convertida en cuartería.

En la placa a los pies de la estatua se puede leer “A Carlos Aguirre y Sánchez tempranamente arrancado a la vida por inconcebible tragedia cuando era vibrante ejemplo a la juventud. La mente vigorosa y fuerte voluntad eran presagio de indiscutible grandeza”.

* Traductor, intérprete y filólogo.

altus@sureste.com

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