viernes , 29 marzo 2024
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Narrativa de resentimiento

El Presidente y las élites

Antonio Salgado Borge (*)

Fuente: Diario de Yucatán

Una parte de las élites económicas y políticas de México considera que el palpable resentimiento popular en su contra ha sido causado por el Presidente.

Víctor Trujillo ofreció un ejemplo de esta narrativa esta semana. En una entrevista, el periodista y actor se refirió a lo que a su juicio ha sido una oportunidad desperdiciada por el Presidente: en vez de utilizar el ímpetu de su arrollador triunfo de 2018 para unificar o reconciliar al país, AMLO optó por “convertir esa ola en resentimiento”.

Para fines prácticos llamemos a esta idea “la narrativa del resentimiento”. Esta narrativa tiene la virtud de identificar, a mi juicio correctamente, que el resentimiento es un elemento clave para el Presidente y para la cuarta transformación que encabeza.

No es difícil ver que el respaldo con que cuenta la cuarta transformación se debe, al menos en parte, a la fuerte molestia persistente de un grupo amplio de la población hacia las élites económicas y políticas que dominaron al país durante las últimas décadas. También es evidente que el enojo popular contra estas élites explica en buena medida por qué AMLO puede presentarse como oposición siendo Presidente.

Pero aquí se terminan los aciertos de “la narrativa del resentimiento”. En realidad, esta historia agrupa tres fallas fundamentales que, al menos para las élites que la defienden, resultan tan convenientes como autocomplacientes.

La primera y más clara de estas fallas es la idea de que el enojo al que se enfrentan las élites se debe a que AMLO ha sido capaz de “convertir” su enorme respaldo electoral en resentimiento.

El problema de esta idea es que implica que el resentimiento existente es artificial o que no tiene un fundamento orgánico.

Para ser claro, es entendible que resulte reconfortante pensar que el rencor es culpa de un individuo y no de siglos o décadas de opresión e injusticias acumuladas de las que uno es beneficiario. Pero ello no hace verdadera a esta narrativa; la historia y decenas de indicadores económicos y sociales muestran que claramente es falsa.

En consecuencia, uno puede señalar al Presidente por capitalizar electoralmente el resentimiento, pero no se puede implicar que el resentimiento tiene como causa al Presidente sin proteger el privilegio de las élites o poner el carro por delante del caballo.

El segundo error en la “narrativa del resentimiento” es que en ella se esconde la falsa idea de que todo resentimiento es negativo.

Pero aunque la frase se repita como mantra, es un error pensar que todo resentimiento es malo. Para ilustrar, imaginemos el caso de una persona que fue víctima de un fraude hace diez años. Ahora supongamos que esta persona tiene un enojo tenaz contra su defraudador. Notemos que, además de ser entendible, este enojo es funcional: le impide volver a dar su confianza a alguien que ya la ha traicionado.

El resentimiento puede ser particularmente funcional en una democracia. De no existir resentimiento por parte del grupo oprimido, probablemente existiría una suerte de falsa conciencia o servidumbre voluntaria colectiva.

En este sentido, el resentimiento es un factor clave para que la parte oprimida de la población pueda plantarse en la arena pública demandando la corrección de las condiciones que ha padecido. De esto se sigue que no hay nada de malo en que las razones para el enojo sean utilizadas por un partido o candidato. De no ser este el caso, las causas del grupo oprimido no podrían ser representadas democráticamente.

La tercera y última falla en la “narrativa del resentimiento” es la idea de que el deseo de reconciliación nacional debe fluir simétricamente desde todas las partes implicadas y que, por ende, no llegaremos muy lejos mientras una parte esté resentida con la otra.

Pero esto es falso. Para ver por qué, regresemos a nuestro ejemplo anterior. En el proceso de reconciliación entre una persona defraudada y su defraudador, de no haber resentimiento, la parte defraudada terminaría aceptando, contra sus propios intereses, un simple “disculpe usted” por parte de la parte defraudadora. El enojo de la primera persona es indispensable para que el proceso de reconciliación produzca un resultado justo y, por ende, satisfactorio.

En este contexto, la parte que ha generado el enojo no debe pedir calma, sino darla. Y esto sólo es posible a través de muestras fehacientes de que está dispuesto a hacer lo necesario para ser perdonado —para empezar, devolver el dinero o reparar los daños generados a su víctima—.

Es decir, que si bien es cierto que todas las partes implicadas deben tener apertura para limar asperezas, también lo es que los principales esfuerzos y concesiones deben venir de la parte que más culpa tiene en la creación del conflicto.

Hemos visto que existen tres fallas de origen en la “narrativa del resentimiento”. Pero es importante notar que estas fallas no significan, en lo más mínimo, que las críticas hechas al Presidente por utilizar los métodos y herramientas del populismo de derecha que promueven la polarización sean infundadas. Pensar lo contrario implicaría revolver peras con manzanas.

La 4T no ha escatimado cuando se trata de simplificar o caricaturizar a sus adversarios, de acudir a herramientas tecnológicas, como ejércitos de bots y fake news, o de generalizar cuando critica a la prensa. Desde luego que la lógica de la polarización alimenta el odio entre los bandos implicados y complica el diálogo y la deliberación crítica. Pero es evidente que no todo el resentimiento es creado de esta forma; algunos tienen bases reales que deben resolverse.

Además, las fallas de origen de “la narrativa del resentimiento” tampoco implican que sea positivo sostener un proyecto de gobierno sobre el resentimiento de un grupo oprimido por hechos que se atribuyen a un grupo opresor.

Es fácil ver por qué. Si el trabajo de ese proyecto es real, la molestia persistente eventualmente desaparecería. Y una vez que esto ocurra, el proyecto de gobierno en cuestión perdería parte de su apoyo. Por ende, lo más conveniente electoralmente sería no mermar el resentimiento. Es demasiado pronto para saber si este es el caso de la 4T.

Para efectos de este análisis lo importante es que de lo que aquí he argumentado no se deriva que la maquinaria polarizadora o los proyectos que dependen exclusivamente del resentimiento sean positivos. Lo único que se sigue de las fallas que aquí he presentado es que “la narrativa del resentimiento” es tan falsa como conveniente para quienes la promueven o defienden.

Y es que, al menos para una parte de las élites económicas y políticas, ha sido más cómodo o autocomplaciente justificar la molestia en su contra alegando que AMLO “convirtió” su triunfo en resentimiento hacia ellos, afirmar que ese resentimiento es necesariamente negativo y plantear que es necesaria una reconciliación que fluya simétricamente entre todas las partes.

Mientras esta sea la versión de la historia que se cuentan las élites mexicanas, les guste o no tendrán que navegar entre el resentimiento.— Edimburgo, Reino Unido.

asalgadoborge@gmail.com

Antonio Salgado Borge

@asalgadoborge

Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo)

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