viernes , 19 abril 2024
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López Obrador, el débil

Denise Dresser (*)

Fuente: Diario de Yucatán

Un Presidente fuerte no necesita amedrentar a nadie, y menos todos los días. Habla poco, pero hace mucho.

Un Presidente fuerte sabe cómo operar dentro de la ley, y no necesita desafiarla constantemente. No rechaza los límites que le impone la Constitución, ni busca reformarla a modo.

Un Presidente fuerte condena la violencia —verbal, callejera, simbólica— en contra de cualquier miembro de otra rama del gobierno, incluyendo el Poder Legislativo y el Poder Judicial.

Un Presidente fuerte no describe a sus rivales o a quienes piensan de manera distinta a él como “corruptos” o “anti-patriotas” o “enemigos del pueblo”. No percibe a la oposición como un enemigo existencial de su gobierno, sino como una fuerza legítima con derecho a organizarse.

Un Presidente fuerte no necesita usar al aparato del Estado para criminalizar y perseguir a sus enemigos de formas extrajudiciales.

Un Presidente fuerte no mina la legitimidad de los procesos electorales, ni de la autoridad electoral, ni sugiere que podría desconocer los resultados. No intenta alterar el terreno de juego para que haya elecciones ostensiblemente limpias, pero injustas por las ventajas presupuestales, propagandísticas y políticas con las cuales cuenta su partido.

Un Presidente fuerte no necesita insultar, descalificar, estigmatizar y calumniar a sus críticos. Aprende de ellos, o les contesta con resultados.

Un Presidente fuerte no se rodea de militares, a toda hora y en todo momento, presumiendo su cercanía con fuerzas empoderadas que actúan en la opacidad. Asegura la transparencia de las Fuerzas Armadas, para evitar surja un peligroso poder metaconstitucional.

Un Presidente fuerte no necesita culpar a sus predecesores por todo aquello que no ha logrado cambiar. Se rodea de las personas más talentosas y preparadas. No coloca la lealtad por encima de la experiencia, ni la sujeción política por encima de la capacidad profesional.

Un Presidente fuerte exige la renuncia inmediata de quienes han solapado actos de corrupción, violado estándares éticos de su profesión, u obtenido beneficios privados a través del tráfico de influencias.

Un Presidente fuerte regula al sector privado con reglas transparentes y equitativas, para acotar los márgenes de discrecionalidad y cuatitud que entrelazan al poder económico con el poder político. No necesita amenazar ni recurrir a la fuerza para obtener resultados a favor del interés público.

Un Presidente fuerte entiende el mensaje que manda una expropiación innecesaria a los mercados internacionales. No recurre a la medida sólo para fortalecer su ego, y sin entender las consecuencias colaterales de sus acciones,

Un Presidente fuerte asigna la tarea de contener y sancionar el comportamiento rapaz de empresarios oligárquicos a los órganos creados para ello, como la Comisión Federal de Competencia. Desmantela el capitalismo de cuates con reformas fiscales, regulatorias, pro-competencia y no busca tan sólo incorporar a sus nuevos cuates del Ejército a los viejos esquemas extractivos y rentistas.

Un Presidente fuerte no aprueba que sus aliados participen en formas de violencia ilícita o financiamiento ilegal o apoyo criminal, con el argumento de que el fin justifica los medios.

Un Presidente fuerte no le teme a las clases medias, ni a la educación, ni a la ciencia, porque son parte de una economía moderna, y aspira a eso para sacar de la pobreza a los más vulnerables de su país.

Un Presidente fuerte encara los retos de violencia e inseguridad sin la necesidad de pactar con facciones del narcotráfico.

Un Presidente fuerte no sugiere que toda organización de la sociedad civil es agente de gobiernos extranjeros, tan sólo por recibir financiamiento para hacer su trabajo. Se apoya en la sociedad organizada; no la combate.

Un Presidente fuerte construye instituciones que lo trascenderán, en vez de concentrar el poder en sus manos. No necesita elegir a su sucesor o a su sucesora porque confía en la democracia interna de su partido. No tiene que dar manotazos para acrecentar su poder, o asentar su legado, o gobernar por vía remota cuando termine su periodo.

Un Presidente fuerte sabe que la crueldad y la hipocresía son síntomas de debilidad. Entiende que la investidura presidencial se fortalece conforme mayor compasión y empatía demuestra. Y entiende —como lo escribió Nietzsche— que el peor daño proviene de los más débiles.— Ciudad de México.

denise.dresser@mexicofirme.com

(*)Periodista

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