sábado , 4 mayo 2024
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Las granjas y la pandemia

Mirada antropológica

Rodrigo Llanes Salazar (*)

Fuente: Diario de Yucatán

El triunfo de Joe Biden es una buena noticia para Estados Unidos y para el resto del mundo.

El estado de júbilo y celebración se debe no solo a que Donald Trump dejará la Casa Blanca en poco más de dos meses.

El optimismo por la elección de Biden como presidente y Kamala Harris como la primera mujer —y de color— en la vicepresidencia de Estados Unidos también se debe a que, a pesar de la incertidumbre en el Senado, el nuevo gobierno podrá retomar temas que fueron desdeñados por Trump.

La primera prioridad anunciada por Biden es el manejo de la pandemia de Covid-19, pero también han figurado otros temas negados o minimizados por Trump, entre ellos, las medidas contra el cambio climático y la justicia racial.

Es fácil regocijarnos por la victoria de Biden y Harris y por la derrota de Trump. Lo que no resulta tan fácil es asumir con seriedad en el ámbito local los temas sobre los que Biden y Kamala Harris han prometido ocuparse en su país. Me refiero particularmente a la relación entre la pandemia y problemas ambientales.

La semana pasada publiqué en este mismo espacio un artículo en el que retomé el reciente reporte de Ipbes sobre biodiversidad y pandemia, en el que argumentan que la expansión e intensificación de la agricultura, la ganadería y el comercio “aumentan el contacto entre la vida silvestre, el ganado, los patógenos y las personas. Este es el camino que conduce hacia las pandemias”. Si seguimos con estos patrones, advierte Ipbes, “pandemias en el futuro surgirán con más frecuencia”.

Detengámnos ahora en un aspecto particular de la amplia problemática señalada en el párrafo anterior: la relación entre la “revolución ganadera” y las epidemias.

En un artículo científico publicado el año pasado titulado “Revolución ganadera y apariciones fantasmagóricas. El sur de China como un territorio centinela para la pandemia de influenza”, el antropólogo Frédéric Keck plantea que la pandemia de influenza puede entenderse como un efecto secundario de la revolución ganadera (“Current Anthropology”, 60, S20, 2019).

Como explica Keck, el año de 1945 marca un parteaguas en la revolución ganadera. En ese momento, pequeñas granjas avícolas comenzaron a transformarse en grandes fábricas, confinando, concentrando e integrando pollos en granjas de empresas como Tyson, Holly Farms y Perdue en los Estados Unidos.

Pronto este modelo se fue extendiendo al resto del mundo y comenzó a aplicarse en China en la década de los ochenta, proceso que algunos han llamado “pollización” (chickenization).

Desde antes de que la revolución ganadera avícola llegara a China, algunos virólogos habían advertido que el sur del país tiene el potencial de ser un sitio de emergencia de virus de influenza, debido a la proximidad entre humanos, cerdos y patos.

Como observa Keck, los virus de influenza co-evolucionaron entre aves, cerdos y humanos desde los inicios de la domesticación de dichos animales, pero la revolución industrial y, particularmente, la ganadería industrial, amplificaron las mutaciones virales letales.

Es por esta razón, señala Keck, que expertos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alientación y la Agricultura consideran la emergencia de las pandemias de influenza como un efecto no intencional de la revolución ganadera.

La reconocida antropóloga Anna Tsing ha propuesto entender problemas como el descrito por Keck a través de los conceptos de “simplificaciones modulares” y “proliferaciones salvajes”, los cuales le sirven para analizar cómo interactuan distintas especies en paisajes específicos a través del tiempo (Tsing, “Patchy Anthropocene”, Current Anthropology 60 S20, 2019).

En este sentido, las simplificaciones modulares son procesos que homogenizan o simplifican un paisaje, tales como las plantaciones, las granjas industriales o los enclaves de compañías petroleras.

En Yucatán, las haciendas henequeneras pueden concebirse como un caso de simplificación modular, ya que buena parte del paisaje de Yucatán fue modificado para la producción de este agave, sustituyendo a otros cultivos. Los más recientes monocultivos de maíz, soya y sorgo, así como las cada vez más grandes granjas porcícolas y avícolas, constituyen otros ejemplos de simplificaciones modulares.

No se puede pasar por alto, como ha observado la antropóloga Rosa Ficek, que las simplificaciones ecológicas han estado históricamente vinculadas a las conquistas coloniales.

Por otra parte, las “proliferaciones salvajes” se refieren a los efectos producidos por las simplificaciones modulares. Tsing cita como un ejemplo la enfermedad de la roya en las hojas de café, una proliferación salvaje de las plantaciones de café. Otros ejemplos de proliferaciones salvajes son los derrames tóxicos y los accidentes nucleares.

“Cerdificación”

Retomando los trabajos de Keck y Tsing, podríamos decir que Yucatán está viviendo una “cerdificación”. De acuerdo con el informe “La carne que está consumiendo al planeta”, elaborado por la organización Greenpeace, entre 2006 y 2018 la producción porcina en Yucatán aumentó en un 39%.

En el estado, señala el informe, se localizan 222 granjas porcinas, principalmente en los municipios aledaños a la ciudad de Mérida. De estas 222 granjas, solo 18 cuentan con una Manifestación de Impacto Ambiental —el estudio que evalúa el impacto de la granja en el ambiente— y solo 84 disponen de información sobre agua.

Los problemas provocados por las granjas no son nuevos. En su interesante estudio “In the Name of El Pueblo”, el historiador Paul K. Eiss reconstruye el conflicto en Tetiz debido a una granja avícola. “Como otras granjas avícolas y porcícolas comerciales en la región, las granjas cercanas a Nohuayún son el producto del declive de los ejidos henequeneros —escribe Eiss—, la cual trajo nuevas oportunidades a empresas que buscaban tierra y trabajo baratos”.

“Aunque encontraron empleo regular” en las granjas, plantea Eiss, los trabajadores de estas granjas “enfrentaron un nivel de explotación mucho más grande que el que habían experimentado en el sistema ejidal, así como prácticas abusivas, incluyendo horas de trabajo excesivas (de diez a doce horas al día, siete días a la semana), trabajo infantil, amenazas, golpes, despidos ambientales y condiciones de trabajo insalubres. Los trabajadores laboraban en charcos grandes de excremento de pollo, huevos podridos y lodo sin botas y equipo protector” (“In the name of El Pueblo”, p. 192).

El informe de Greenpeace sobre las granjas porcinas describe condiciones laborales similares a las documentadas por Eiss.

Una habitante del ejido de Kanachén, Maxcanú, relata que su hijo, que trabajaba en una granja porcícola, “se iba desde las 7 de la mañana; regresaba a comer a la 1, muy sucio, porque en el trabajo no le daban ninguna protección; llegaba a la casa a las 5 de la tarde y regresaba peor de cómo había llegado al mediodía”, “es una asquerosidad dentro de la granja, hay muchas moscas verdes que se pegaban en la comida”.

Además de las condiciones laborales como las documentadas por Eiss y denunciadas por Greenpeace, en 2017, el comité Ka’anan Ts’onot de Homún y el Equipo Indignación visibilizaron otra problemática de las granjas porcícolas: la contaminación de los cenotes.

El pasado 5 de noviembre, 52 ciudadanas y ciudadanos de 21 pueblos mayas de la Península, acompañados por organizaciones como Indignación, Misioneros AC, Greenpeace y Artículo 19, presentaron una denuncia popular por las afectaciones de las granjas industriales porcícolas, particularmente “las graves afectaciones al medio ambiente y sobre todo a las fuentes de agua de las comunidades”.

Ahora, la pandemia de Covid-19, estudios como el de Keck y las denuncias que han realizado en Argentina sobre la relación entre factorías de cerdos y enfermedades infecciosas, nos recuerdan que las granjas ganaderas industriales, sean de pollos o cerdos, siendo una simplificación de la biodiversidad de la región, tienen el potencial de provocar proliferaciones salvajes como nuevas epidemias.

Al respecto, 113 organizaciones, 54 personas académicas y/o defensoras de derechos humanos y 558 personas más de diversos países firmamos el pasado 6 de noviembre una carta para que el Tribunal Colegiado en Materia del Trabajo y Administrativa en el Estado de Yucatán confirme su decisión de suspender la granja de 49 mil cerdos en Homún y, de esta forma, garantice los derechos de las niñas y niños de dicho puerblo al agua, a la salud y al medio ambiente sano. En la carta se puede leer que:

“Las prácticas en estas operaciones industriales con miles de cerdos, confinados en espacios reducidos, con exposición respiratoria a altas concentraciones de contaminantes como amoníaco, sulfuro de hidrógeno, etc., provenientes de los desechos que ellos mismos generan, no solo tornan a los animales más susceptibles a las infecciones virales, sino que pueden propiciar las condiciones por las cuales los patógenos pueden evolucionar a tipos más infecciosos y peligrosos.

“Estos virus en constante cambio dan lugar a pandemias humanas, debido a que el ganado a menudo sirve como un puente epidemiológico entre la vida silvestre y los humanos, como en el caso de la gripe aviar y la porcina. Los patógenoes primero circularon de aves silvestres infectadas a aves de corral y cerdos, y luego pasaron a los humanos”.

Afortunadamente, el Tribunal decidió mantener su suspensión. Pero si deseamos compartir el optimismo por una transformación en los Estados Unidos, debemos cambiar el modelo de expansión de granjas industriales en nuestro estado, para evitar así las proliferaciones salvajes que hemos estado sufriendo en los últimos años.— Mérida, Yucatán.

rodrigo.llanes.s@gmail.com

Investigador del Cephcis-UNAM

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