miércoles , 8 mayo 2024
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La Masacre de Saint Barthélemy, punto negro en la historia de la Iglesia

Franck Fernández Estrada*

Fuente: Diario de Yucatán

Cada 24 de agosto se celebra un hecho negro en la historia de la Iglesia Católica. La historia lo recuerda como la noche de San Bartolomé. En francés, como también se le llama en muchos otros idiomas, la nuit de Saint-Barthélemy. En honor a la verdad, no fue el 24 de agosto día de San Bartolomeo que comenzaron los sucesos que les quiero narrar, sino ya a la 1:30 de la madrugada que correspondía al domingo 25 de agosto de 1572, ya día de San Luis Rey de Francia, día en que se celebra al único Rey francés que ha sido canonizado, a justo título: Luis IX.

Nunca he dudado de las buenas intenciones de Calvino cuando en las puertas de su iglesia de Wittemberg clavó aquella proclama con las 95 tesis con las que él reclamaba la mejora de la Iglesia. Soy profundamente católico, pero entiendo las reivindicaciones de Calvino. Alejandro VI, un Borgia, y Pío III, fueron papas que mucho daño le hicieron a la Iglesia. No entendía Calvino el poder de su palabra y cómo se dispersarían por Europa sus puntos de vista, en particular en los países del norte de Europa y en el sudeste de Francia. Fue así que nació el calvinismo, también llamado más adelante protestantismo y, en el caso particular de Francia, a los que practicaron esta nueva religión, hoy políticamente llamados hermanos separados, se les llamaba hugonotes.

La cosa comenzó ya con el famoso Rey francés Francisco I, cuando los protestantes publicaron panfletos en todas partes de Francia a favor de su religión. Llegaron incluso a colocar un panfleto en la puerta del dormitorio del Rey en su castillo de Chambord, considerándose esta acción de lesa majestad. El detalle está en que muchos grandes nobles, enriquecidos burgueses y personas de bien abrazaron esta nueva fe. De ahí a que se declararan guerras de religión no había más que un paso. Recordemos la Guerra de los 30 años que fue una guerra de religión.

En ese momento reinaba Carlos IX, hijo de la muy católica María de Médicis, condenada con una injustificada leyenda negra como responsable de los hechos que les narraré más adelante. María tuvo con su esposo, el Rey Enrique II, varios hijos y cuando este murió en aquel horrible accidente, pronosticado por Nostradamus en una gesta como la que vemos en las películas sobre el medioevo entre dos caballeros con grandes lanzas, la lanza de su contrincante, el Conde de Montgomery, le atravesó el ojo izquierdo, muriendo Enrique II después de una horrible agonía con inmensos dolores después de nueve días.

Le sucedió su hijo Francisco II, así llamado en honor a su abuelo, pero el chico murió a la edad de 16 años debido a una otitis. Lo sucedió también el joven Carlos IX que, como en el caso de su hermano, tuvo como regente a su madre porque eran demasiado jóvenes para reinar. Carlos IX y Catalina de Médicis no por aprobar el protestantismo, sino por cuestiones prácticas y en aras de la paz del reino que se desangraba, declararon diferentes Edictos proclamaban que el pueblo francés debía vivir en paz y respetarse unos a otros. Es necesario señalar que no solo eran los católicos los que le hacían daño a los protestantes. Los protestantes también le hacían daño a los católicos. Como decía mi padre: -“Todas las guerras son feas, pero las civiles lo son más, porque se matan entre hermanos”.

En una forma de demostrar la aceptación de los hugonotes, Carlos IX acepta como su asesor más cercano a Gaspar II de Coligny, descendiente de una antigua y prestigiosa familia noble de Francia. A pesar de las diferencias religiosas, Coligny fue como un padre para el Rey. Pero las cosas en la historia hay que verlas desde un punto más amplio. En España gobernaba el muy católico Felipe II, nieto de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, e hijo de Carlos I e Isabel de Portugal. En el Vaticano tampoco se veía con buenos ojos la expansión de la nueva religión, considerando a todos sus seguidores como herejes y ejemplos vivos de la llegada del Juicio Final.

Coligny hacía gran presión sobre Carlos IX para apoyar a las provincias de Flandes, profundamente protestantes, y que se habían levantado contra Felipe II. El Rey de Francia no quería entrar en guerra contra su vecino español católico, tanto más que en las arcas reales no había dinero siquiera para pagarle a los soldados. Este posiblemente fue el motivo que llevó al intento de asesinato y después al asesinato de Coligny.

Por los diferentes Edictos, a los protestantes se les permitía primero realizar sus ceremonias afuera de los lindes de las ciudades, después en sus propios templos, pero esto no se aplicaba dentro de la ciudad de París, pequeña en aquella época, y con tan solo 300 mil habitantes, donde no estaba permitido predicar la nueva religión de los hugonotes. En un afán de demostración de tolerancia religiosa, María de Médicis propuso la mano de su única hija mujer, la princesa Margarita de Valois, al Rey Enrique II de Navarra pues en aquella época era un país independiente, incluso reino. Enrique II de Navarra era protestante, pues así se lo había inculcado su madre, Juana de Albret, gran protestante.

La boda debió haberse celebrado en la catedral de Notre-Dame el 11 de agosto, pero la muerte de Juana de Albret retrasó los planes, por lo que la ceremonia solo se pudo realizar el 18 de agosto. Para esta boda llegaron en masa a París muchos altos nobles franceses y de otros confines de Europa, todos protestantes. La muy católica París, es decir, el pueblo raso, no veía con buenos ojos tal profanación a su católica ciudad. Es muy importante decir que ese mes de agosto fue particularmente caluroso. En París la gente sufría del calor y, como si fuera poco, recientemente habían subido los precios de la comida debido a malas cosechas. También habían subido los impuestos, así que todos los ingredientes de un mal cóctel estaban reunidos para que cualquier chispa encendiera la pólvora. En la corte, la contraparte de Gaspar II de Coligny era Enrique I, Duque de Guisa, enemigo declarado de los hugonotes.

El día 21, cuando se dirigía a su casa, un arcabucero que tenía la orden de asesinar a Coligny lo mal hirió en el hombro derecho. Esto fue un nuevo incidente que se añadiría al mal de fondo que prevalecía en la capital francesa. Como muestra de solidaridad, el Rey y Catalina de Médicis corrieron a casa de Coligny a desearle un pronto restablecimiento. Incluso Carlos IX le envió sus mejores médicos para que cuidaran la herida del hombro. Pero las cosas siguieron envenenándose.

Los católicos acusaban a los hugonotes de conspirar contra el Rey. Guisa llegó a llenarle la cabeza de humo al Rey y el 24 de agosto de 1572, levantándose de la mesa donde estaban reunidos, el Rey dijo literalmente: -“Mátenlos a todos, que no quede ninguno para que no pueda venir después a reclamarme”. Realmente lo que quería decir Carlos IX era eliminar a los cabecillas de la pretendida revuelta, pero los asistentes entendieron, o más bien quisieron entender, “Maten a todos los hugonotes”. La voz pasó entre los católicos. Los burgueses católicos de la ciudad tenían una milicia que los protegían, las casas de los protestantes eran debidamente conocidas en la ciudad.

A la 1:30 de la madrugada, ya día 25, las campanas de la iglesia Saint-Germain-l’Auxerrois (que hoy en día sirve de Cátedra mientras se termina la reconstrucción de Notre-Dame) para dar muerte a los protestantes. Solo se podían salvar los príncipes de sangre real, entre ellos, Enrique de Navarra, que hacía solo pocos días formaba parte de la familia real francesa. La matanza no solo fue dentro del Louvre, donde estaban alojados casi todos los invitados del novio de aquella boda que se había hecho con la buena intención de demostrar tolerancia religiosa. A esa hora comenzaron a derribarse las puertas de los conocidos protestantes. No solo fueron asesinados, sino que sus cuerpos fueron horriblemente mancillados.

Los católicos, al asesinar a los hugonotes, les quitaban la ropa para que no se pudiera reconocer su estatuto social, muchos fueron decapitados y desmembrados. Lo mismo pasaron pobres y ricos, niños y viejos, hombres y mujeres. Se ensañaron en particular con las mujeres embarazadas, para “matar el mal” en sus entrañas. En el caso de Gaspar de Coligny, fue asesinado en su propia cama, su cuerpo fue tirado por una ventana (se dice defenestrado). Al llegar a la calle, ya en estado de cadáver, se le quitó la ropa, se le cortó la cabeza, las manos, se le castró y su cuerpo fue tirado al cercano río Sena. Su cuerpo fue pescado por unos niños católicos que lo amarraron de los pies con una soga y lo arrastraron por los calles de la capital. Terminó en lo que hoy en día es la Plaza del Coronel Fabián, en el distrito 19 de París, donde se colgaba a los ladrones, colgado por los pies hasta que se pudrió su cuerpo.

La mayor parte de los cadáveres fueron tirados al Sena, que se tiñó de rojo, con la esperanza de que la corriente los llevara hasta Rouen, ciudad donde había muchos protestantes. Se habla de la Noche de San Bartolomeo, pero realmente estas masacres duraron en París siete días. Cuando en las principales ciudades del reino se supo lo que estaba sucediendo en la capital, de inmediato los imitaron para acabar con todos los hugonotes. Se había establecido una sangrienta anarquía. Los historiadores calculan que hubo entre 10 y 70 mil seres humanos masacrados en estos días en toda Francia. Dos años más tarde moriría en la locura Carlos IX, arrepentido por todo lo que había pasado. A Carlos IV sucedió su hermano Enrique III, al que se le acusaba de ir siempre rodeado de hermosos y afeminados jóvenes, los “mignons” (hermosos en español). Fue apuñalado en el trono (no en aquel en el que se reina, sino en el que se utiliza para otro menester) en el Castillo de Saint-Cloud con un cuchillo a manos de un monje dominico. Este monje quería vengarse por todas las prebendas que se les había otorgado a los protestantes. Este monje también fue asesinado en la misma habitación y defenestrado. Ya no quedaban hijos varones del fallecido Enrique II.

Cuando la noticia de la masacre de París y de las otras ciudades de Francia llegó al Escorial, dicen que Felipe II, tan escueto en todo, esbozó una ligera sonrisa con la comisura de sus labios. Gregorio XIII, en el Vaticano, recibió la noticia con grandes vítores, dando un Te Deum en la iglesia de San Luis de los Franceses en Roma.

Solo quedaba la pobre princesa Margarita, Margot como la recuerda la historia. En Francia prevalecía la Ley Sálica, que prohíbe a las mujeres ser reinas. Fue así como terminó la casa de los Valois en el reino de Francia y entra a reinar el esposo de Margarita, Enrique II de Navarra y IV de Francia, de la familia Borbón. Tenía que ser obligatoriamente católico para poder ser Rey de Francia él, que alegremente saltaba del protestantismo al catolicismo según el lugar de donde vinieran los vientos. A él se le atribuye, pero realmente fue uno de sus allegados, la frase “París bien vale una misa”, lo que significa que una misa más para volver a convertirse al catolicismo y reinar en París, capital de un reino católico, bien merecía la pena. Esto significa que el fin siempre justifica los medios.

Fue Enrique IV, con el Edicto de Nantes, quien logró la paz entre hermanos católicos y protestantes franceses. Francia estaba destruida, deshecha, con las arcas de la nación vacías. Fue por esa razón que a Enrique IV se le recuerda como el “buen Rey Enrique”. Fue él quien quiso que, en cada mesa de Francia, el domingo se pudiera comer un gallo al vino, de donde viene el muy famoso plato francés “Coq au Vin”. Más tarde, Enrique IV repudiaría a su sufrida esposa Margot por no darle descendencia y se casaría con la sobrina de aquella que había sido su suegra, Catalina de Médicis. Fue María de Médicis, la sobrina, la madre del futuro Luis XIII de Francia.

El 24 de agosto, pero de 1997 en París, durante la Jornada Mundial de la Juventud que se celebró ese año en la capital francesa, Juan Pablo II recordó, ante las más altas autoridades protestantes de Francia, con el perfecto francés que le caracterizaba, ese punto negro de la historia de la Iglesia francesa y pidió, una vez más, perdón a los hermanos protestantes por aquellas horribles masacres. Matarse entre hermanos por cuestiones de fe nunca acercará a los hombres y mucho menos los acercará a Dios.

*Traductor, intérprete, filólogo

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