sábado , 4 mayo 2024
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La liberación de París

Franck Fernández (*)

Publicado en Diario de Yucatán

Los alemanes ya se habían quedado con las ganas de invadir París en 1870. Los conflictos entre Francia y Alemania son cosa vieja.

Dicen que fue por culpa de Carlomagno allá por el año 800, que no supo bien dividir su imperio entre sus dos hijos, Pepino el Jorobado y Carlos el Joven, no quedando claro a quién correspondían Alsacia y Lorena. Alsacia y Lorena desde entonces fueron tema de pugna entre los dos países.

Durante el Segundo Imperio, con Napoleón III, Francia entró en guerra con el Reino de Prusia. Aunque para estas fechas, 1870, Prusia ya se había anexado varios reinos y otros territorios alemanes, aún no existía el Imperio alemán.

Es precisamente esta victoria sobre Francia la que hace que, en el muy famoso Salón de los Espejos del Palacio de Versalles, se firme en 1871 la creación del Segundo Imperio Alemán. Este segundo imperio agrupaba todos los territorios pan germánicos menos Austria y la Suiza germano parlante. Es por eso que Hitler hablaba del Tercer Reich, sabiendo que Reich en alemán significa imperio. Hitler pretendió hacer un nuevo Reich. Pues bien, en aquella guerra de 1870, los alemanes no pudieron disfrutar del lujo de conquistar París. Fue en donde hoy se encuentra el moderno centro financiero de París, con sus espigadas y modernas torres, en La Défense, donde los franceses lograron detener a las tropas prusianas, de ahí su nombre. El sitio de París fue atroz (ya nadie habla de él) y en los restaurantes que lograron mantener sus puertas abiertas como un delicastessen se servía rata.

Los pobres animales del zoológico pagaron con su vida el hambre de los parisinos. Esta fue la ocasión para Prusia de anexar a su recién creado imperio los territorios de Alsacia y Lorena.

A pesar de que durante la Primera Guerra Mundial los alemanes bombardearon París, tampoco lograron entrar en esta ciudad. También en esa ocasión se quedaron con las ganas de conquistar la Ciudad Luz y capital del mundo.

Hubo que esperar la llegada de Hitler y la invasión a Polonia en 1939. Francia e Inglaterra habían firmado acuerdos de cooperación con Polonia y, al ser invadido este país, de inmediato las otras dos potencias se vieron arrastradas a la guerra. Holanda y Bélgica se habían declarado neutrales y, para entrar por donde no lo esperaban, Hitler invadió estos dos países y llegó a Francia por la frontera belga. París se declaró Ciudad Abierta y las tropas alemanas ocuparon la capital y las dos terceras partes del territorio francés. Las botas alemanas mancillaron la Avenida de los Campos Elíseos bajo la mirada impotente y llorosa de sus habitantes. La tercera parte que quedaba de Francia era la “Francia Libre”, lo que era un eufemismo. Gobernada por un antiguo héroe de la Primera Guerra Mundial, el Mariscal Pétain, formó un gobierno vasallo de Hitler. Huelga describir los desmanes de estas tropas de ocupación y cuántos franceses, de todo tipo de credo, raza y pertenencia política terminaron sus días en los campos de concentración o en los paredones de fusilamiento. El odio al alemán era grande.

Y llegó el 6 de junio de 1944 en que los aliados, liderados por los norteamericanos, desembarcaron en las costas de Normandía. Fue el famoso D Day. Miles murieron en el empeño de crear una cabeza de playa en estas costas arrebatándoselas a los alemanes y poder comenzar la liberación de Europa. Los altos mandos militares norteamericanos no tenían previsto llegar a liberar París. La urgencia era llegar pronto a Berlín a donde cada vez más se acercaban los soviéticos, pero los parisinos, al saber de la llegada de los aliados a tierra francesa, decidieron alzarse en armas. La resistencia y la policía dieron la pauta. El alto mando francés, con el General Leclerc y el General De Gaulle a la cabeza, supieron persuadir a sus aliados norteamericanos e ingleses de que París no podía quedar sin ser liberada.

El gobernador militar alemán de la ciudad era el general Dietrich von Choltitz y residía en el muy exclusivo hotel Maurice de la Rue de Rivoli, justo frente a los jardines de las Tullerías. Hitler, viendo cada vez más cercano su fin, ordenó que París fuera destruida. Von Choltitz no era lo suficientemente tonto como para no darse cuenta de que ya la guerra estaba perdida y que todo esfuerzo por prolongarla era inútil. Suecia se había mantenido neutral en esta guerra y su cónsul en París, Raoul Nordling, ya había hecho varias gestiones para tratar de intermediar entre los beligerantes. La más famosa de todas sus intervenciones fue convencer a von Choltitz de desobedecer a Hitler y salvar la ciudad preguntándole: “¿Quiere usted pasar a la historia como el hombre que destruyó a París o como el hombre que salvó a París?”

Hitler, en su locura destructiva, había ordenado que todos los grandes edificios y monumentos de la ciudad fueran dinamitados: la Torre Eiffel, la Ópera, El Panteón, los Inválidos, Notre Dame, el Sagrado Corazón, todos los puentes de la ciudad, el Arco de Triunfo…

También ordenó que se dinamitaran las represas aguas arriba del Sena para que París se inundara. Von Choltitz tuvo el buen tino de desobedecer a tamaña locura.

En noviembre de 1945 iniciaron lo que la historia recoge como “Los Juicios de Núremberg”. Allí los aliados llevaron ante los tribunales a los altos dirigentes nazis que aún quedaban con vida y que no habían logrado huir.

Núremberg no fue escogida por azar. En esa ciudad Hitler había organizado grandes manifestaciones nazistas y era la sede de la Ópera de Bayreuth, fundada por Wagner en el siglo XIX, pero que era símbolo del nazismo alemán. La alcaldía de la ciudad se había salvado milagrosamente de los bombardeos de los aliados a la ciudad y en esta alcaldía se realizaron los juicios. Allí fue procesado von Choltitz. Su decisión de salvar a París desobedeciendo las órdenes expresas de Hitler le salvaron la vida. Murió en su cama, de viejo, en el muy elegante balneario de Baden Baden, en 1966.

(*) Traductor, intérprete, filólogo. altus@sureste.com

 

 

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