domingo , 5 mayo 2024
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La mayor superinflación del mundo

  • El caso del pengo de Hungría después de la Segunda Guerra Mundial

Por: Franck Fernández Estrada (*)

Fuente: Diario de Yucatán

En los últimos años, el mundo ha pasado por dos crueles acontecimientos. El primero de ellos fue la epidemia de Covid-19 que tantas muertes y dolor ha causado. El segundo es la injustificada invasión rusa a Ucrania. Podríamos pensar que el hecho de que esta guerra se centre en un lugar específico del mundo no debería causar grandes problemas al resto de los países. El mundo en nuestros días está tan entrelazado desde todos los puntos de vista, que ambos acontecimientos han causado también importantes trastornos de logística. Cuando hablo de logística, hablo de la afectación en la producción de bienes de consumo y en el transporte de mercancías de un lugar a otro del planeta. Todo esto, amén de las muertes, dolor y destrucción que han causado. También han generado una inflación que podemos ver en todos los países.

Esto de la inflación no es cosa nueva. Va y viene. Ya en la antigua Roma se vieron confrontados a procesos inflacionarios. Esta que vivimos ahora, por mucho que nos duela en nuestros bolsillos, ni remotamente es la mayor inflación que ha visto la historia. Cuando terminó la Primera Guerra Mundial con la derrota de los Imperios de Europa Central, a saber: Alemania y Austria-Hungría, se vivieron fuertes procesos inflacionarios en esos países. Dichas naciones fueron obligadas a pagar tributos de guerra, en la medida en que se consideraba que fueron ellos los que comenzaron la guerra y los que debían pagar, al menos por los daños materiales que habían ocasionado.

Las cantidades de dinero a pagar eran tan grandes que dañaron fuertemente el tejido económico de esos países. En el caso de Hungría tuvieron que abandonar la moneda que hasta ese momento se utilizaba en ese país, la corona húngara, por una nueva, el pengo. En el momento de pasar de una moneda a la otra, 1 nuevo pengo valía 12 500 coronas húngaras. Pero los húngaros, como tampoco los alemanes, no entendieron la lección y se fueron a una Segunda Guerra Mundial, una vez más, juntos. Si bien, en el caso de Alemania, Estados Unidos, conociendo lo que ya había generado en la economía y el pueblo alemán el pago de compensaciones de guerra después de la Primera Guerra Mundial, insistió enormemente ante sus aliados no pedirle a Alemania compensaciones de guerra. Todo lo contrario, Alemania fue generosamente ayudada para su reconstrucción, entre otros, con el famoso Plan Marshall.

Sin embargo, la Unión Soviética no solo no permitió que los países que entraban en su zona de influencia aceptaran el Plan Marshal, sino que le exigió compensaciones de guerra a Hungría (los ejércitos húngaros habían entrado en territorio soviético) por el equivalente de unos 4,000 millones de dólares de nuestros días. Esta suma también debía compartirse con yugoslavos y checoslovacos. La consecuencia de todo esto fue desastrosa. La economía húngara estaba en el piso. Ya se habían firmado los acuerdos de Potsdam en Alemania para terminar con la Segunda Guerra Mundial y aún en Budapest continuaban las batallas por el control de la ciudad con los alemanes y húngaros de un lado y los soviéticos del otro. Las industrias estaban en el suelo, así como las estructuras viales. Las pocas locomotoras que quedaron en buen estado fueron llevadas como compensación de guerra a la Unión Soviética.

Era normal que el pengo pagara las consecuencias. Aún no había terminado la Segunda Guerra Mundial y ya el pengo había perdido 36 veces su valor. Sin embargo, la cosa fue aún peor más adelante. Las indisciplinas presupuestarias debido a los preparativos de guerra, los gastos propios de la guerra, la gran destrucción, la emisión no garantizada de dinero de guerra aumentaron los estragos. Como si fuera poco, al hacerse la Unión Soviética de la Hungría vencida, comenzaron a imprimir alegremente dinero aumentando las condiciones para una vertiginosa fase inflacionaria, la mayor que ha conocido la Historia.

El 10 de julio de 1946 fue el día álgido del deterioro monetario del pengo húngaro: llegó a ser de 348.46%. Un ejemplo claro de lo que les estoy narrando es el precio del pan. Un kilo de pan en agosto de 1945 costaba seis pengos. A principios de mayo del año siguiente, por el mismo kilo se tenía que pagar 8 millones de pengos. En su peor momento, el valor del pengo se deterioró en 41.900.000.000.000.000%, cifra que me es imposible pronunciar. Se tomaron varias medidas para tratar de atajar esta vorágine inflacionaria, pero todas fracasaron. Los que más sufrieron fueron los ciudadanos de las grandes ciudades. Los campesinos siempre tenían al alcance de su mano un terruño en el que cultivar algo para comer y criar algunos animales. El empobrecimiento de la población húngara fue general. Para colmo de males, el invierno de 1945 a 1946 fue particularmente rudo en Budapest. Los billetes se utilizaban para encender el fuego de los infiernillos para calmar el frío.

Todo logró contenerse cuando el 1 de julio de 1946 se creó la nueva moneda que aún circula en ese país en nuestros días, el forinto. El día anterior a esta fecha un nuevo forinto valía cuatro mil cuatrillones de pengos, una cifra difícil de entender. Todo el papel moneda que circulaba en la integralidad del país equivalía a una fracción de un centavo de dólar norteamericano de aquella época. Hasta tal punto se había degradado la moneda. Hoy en día Hungría, que forma parte de todas las instituciones europeas y noratlántica, es dirigida por un presidente democráticamente electo, Viktor Orbán que, a todas luces, no recuerda todos los sinsabores que ha tenido que vivir su país por las malas alianzas del pasado. En estos momentos, el presidente Orbán mira con ojos de damisela hacia Moscú, sabiendo lo que representa ser aliado de Vladimir Putin, como lo fuera en el pasado ser aliado del káiser Guillermo II o de Adolfo Hitler. Decididamente, aquellos que ignoran la Historia están condenados a revivirla.

(*) Traductor, intérprete y  filólogo.

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