jueves , 25 abril 2024
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Homenaje a sí mismo

Humildad disfrazada de narcisismo

Denise Dresser (*)

Fuente: Diario de Yucatán

“Y no puedo negar el hecho de que me quieren; de veras me quieren”, exclamó Sally Field al recibir su segundo Óscar en 1984. Se le veía rebosante, se le percibía rozagante. La Academia la engalanaba y el público la ovacionaba, tal y como ella siempre lo había querido. Un triunfo más, pero no tanto por la estatuilla sino por la validación. Y eso es lo que busca el presidente Andrés Manuel López Obrador con su ejercicio de “revocación del mandato”. Demostrar que es popular, constatar que es carismático, evidenciar cuántos aprueban su gesta heroica y saldrán a las urnas a validarlo.

Más que someterse a la posibilidad de ser removido, AMLO busca la certeza de ser ovacionado. La revocación será en realidad una ratificación. La humildad disfrazada de narcisismo. Un concurso de popularidad donde solo hay dos contendientes: el Presidente y su ego. Miss México, donde la guayabera sustituye al traje de baño, y el único concursante ya ganó.

Y lo sabe. Revisa las encuestas con la misma regularidad que se toma la presión arterial y se sabe mayoritariamente aprobado. Ahora quiere someterse al escrutinio popular con el afán de seguir enviando el mensaje que envía, seguir construyendo la narrativa que construye, seguir movilizando a los suyos para que se vuelquen contra quienes no lo son. El argumento antisistema, la crítica a la democracia representativa, la movilización del pueblo contra las élites. La consulta no como evaluación, sino como aclamación. El referéndum no como auscultación sino como refrendo. El consentimiento manipulado para confirmar sus propias políticas, sus propios objetivos. El debilitamiento de la oposición y el fortalecimiento del Presidente. Eso es lo que subyace a la consulta, vendida como un ejemplo de democracia “directa”, que con frecuencia se vuelve una herramienta para coronar a líderes autoritarios.

Como Karl Marx, citado por Nadia Urbinati, comentó sobre el plebiscito de Napoleón Bonaparte que lo hizo cónsul vitalicio: “(.) tantos votaron a favor del imperio coronado con frases constitucionales”. Tantos votaron por un hombre sin comprender el peso de su yugo.

Así AMLO busca la ratificación como signo de investidura, como señal de confianza. Y lo que le preocupará será la indiferencia, más que el rechazo. La alta participación constataría la adhesión a los planes que permuta, como la reforma energética que aún no da por muerta. Con eso en mente, pondrá a trabajar a los Siervos de la Nación, a los beneficiarios de los programas sociales, a los operadores políticos de Morena, primero para reunir firmas, y segundo para votar en contra de la revocación. En una paradoja más de su Presidencia, los convocantes a votar son los simpatizantes del gobierno, y no los miembros de la oposición. El cambio semántico de “revocación” a “ratificación” ha modificado la naturaleza de la movilización, que ya no es en contra de su mandato, sino a favor de él. A tres años de ganar la Presidencia, López Obrador quiere recordarnos cómo y por qué llegó ahí. Busca movilizar a los de abajo y seguir amedrentando a los de arriba. Busca aceitar los engranajes de la maquinaria electoral de cara al año próximo y 2024. Él, siempre él. En la boleta, en la mente, en la mira. Omnipresente para ser políticamente potente.

Para sacar del hoyo una reforma energética atorada por las críticas del embajador estadounidense Ken Salazar, para continuar la operación política de sometimiento al PRI, para lograr los votos que necesita, atándolos a su popularidad y al porvenir de Morena. Como lo ha sugerido Ricardo Raphael, la ratificación del mandato no está desvinculada de los cambios constitucionales que AMLO desea impulsar. Se trata de ganar la consulta para ganar las reformas. Usar la popularidad validada para presionar a la oposición achicada. Todo ello, envuelto en la retórica de la reconexión con el pueblo y la reconfirmación del amor que le tiene.

Amor que saldrá caro a los contribuyentes, caro al país que necesita recursos para recuperarse. 3 mil 800 millones de pesos para instalar 160 mil urnas, imprimir más de 93 millones de boletas, capacitar a miles de funcionarios de casilla. Lo desembolsado por el erario para que AMLO alce un espejo capaz de reflejarlo al doble de su tamaño. La etiqueta de precio que costará el ejercicio de un narcisista megalómano, adicto a su imagen, y empeñado en homenajearse a sí mismo.— Ciudad de México.

denise.dresser@mexicofirme.com

Periodista

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