miércoles , 8 mayo 2024
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El Cristal de Baccarat

Franck Fernández Estrada*

Fuente: Diario de Yucatán

  • A mi amigo Juan Habib Abimerhi

Dulce María Loinaz, la gran poetisa de Cuba, galardonada con un premio Príncipe de Asturias, dijo en una ocasión: “Las cosas hermosas suelen ser inútiles”. Pero yo no estoy de acuerdo con este planteamiento. Con un muy hermoso abanico (objeto al que se refería cuando hizo esa afirmación) puede uno abanicarse de la misma forma que con uno de cartón, salvo que el primero tiene como extra la belleza. Uno puede tomar cualquier líquido en un vaso de plástico. Sin embargo, tomarlo en una copa de cristal de Baccarat cambia totalmente la experiencia.

En mi opinión, Francia es el primer país del mundo en cuanto a refinamiento y arte de la mesa se refiere. Y en gastronomía también. Una buena cena francesa puede durar cinco o seis horas, estar compuesta por unos ocho o diez tiempos y acompañada por vinos, ante cuyo descorche se respeta un minuto de silencio en honor a su calidad y a los años de añejamiento. Huelga decir que el tema de conversación de los franceses durante estas grandes cenas es “la comida”. Esto me lleva de plano a la historia de uno de los más exclusivos cristales del mundo, el de Baccarat. He estado en Baccarat, un pequeño poblado que tiene una fábrica donde trabajan artesanos, algunos de los cuales han sido merecedores de la medalla Mejor Artesano de Francia.

Todo comenzó cuando el cardenal de Metz (capital de Lorena), Louis-Joseph Montmorency-Laval, quiso encontrarle mercado a la madera que proliferaba en sus tierras. Fue así que se dirigió a Luis XV solicitando la autorización para crear al lado del entonces muy pequeño poblado de Baccarat una vidriería y una cristalería. No es lo mismo vidrio que cristal. Durante los primeros años en estos talleres se fabricaba fundamentalmente vidrio para las ventanas y para los espejos hasta que trajo a estos talleres a un orfebre de la ya existente cristalería Saint-Louis. En estos momentos estos establecimientos de Baccarat se llamaban “Cristalería Sainte-Anne”. El obispo alegaba que se importaba mucho cristal de Bohemia, en detrimento de la balanza comercial francesa, cuando en Francia existían experimentados artesanos para la fabricación de hermosas piezas de cristal. Durante la revolución de 1789, la empresa se vio en grave situación económica. Sabemos que los principales clientes de una buena cristalería para la mesa eran los afortunados nobles que habían huido o perdido su cabeza durante esta revolución.

Ante la grave situación económica, la Cristalería Sainte-Anne pasó de manos de unos propietarios a otros quienes, incapaces de darle un nuevo aliento, la volvían a revender. Todo cambió cuando la compró el financiero e industrial Aimé-Gabriel d’Artigues, ya propietario de las Cristallerie de Vonêche en el sur de los Países Bajos. Es entonces que pierde su nombre de Cristalería Sainte-Anne por el de “Établisssements de Vonêche à Baccarat”.

El cristal es un producto que se produce a partir de una sabia combinación de arena (sílice), plomo y agua. Todo esto se tiene que fundir en hornos, hoy en día de gas, ya no de carbón. Estos hornos no pueden bajar de los 1400° C. De hecho, en ningún momento se apagan. La temperatura para la fusión en Baccarat es de 1430° C. Poco a poco, Baccarat se fue haciendo un camino cada vez más exitoso. Y la especificidad que le dio renombre al cristal de esta marca es el corte que experimentadas manos, con ayuda de ruedas esmeriles, le van haciendo a la pieza de cristal ya prácticamente terminada, es lo que se llama “cristal tallado”. La calidad de la producción de Baccarat era tal que los grandes de este mundo querían adornar sus mesas con tan apreciado cristal fabricado en Baccarat. El sultán Abdul Azis del Imperio Otomano convirtió su palacio de Dolmabahce, pero sobre todo su Palacio de Verano, en una vitrina de cristal de Baccarat y de Bohemia. En el segundo palacio podemos ver una gran profusión de grandes candelabros de esta marca.

Los pedidos de Rusia eran tan grandes que se tuvo que crear un horno especial dentro de un taller en el que trabajaban mil empleados para satisfacer los encargos desde la zarista Rusia. Uno de los grandes diseños de la casa, las copas Nicolás II, se dice que fueron esbozadas por ese propio Zar. Y es que entre los antiguos y afortunados rusos, existía la tradición de tirar contra el piso la copa en la que se acababa de tomar para que nunca más nadie pudiera beber de esa copa. Lo que nos lleva a pensar que era obligatoria una constante reposición de copas para las casas de estos afortunados. En las tiendas de Baccarat se exponen hoy en día todavía algunas de las piezas que, debido a la Revolución de 1917, nunca pudieron ser exportadas a sus clientes de la antigua Rusia. Entre ellas encontramos dos enormes candelabros de seis metros de altura encargados por Nicolás II para su amada Alexandra.

Con motivo de la Exposición Internacional de 1855, en el pabellón de Baccarat se expuso un templo con columnas, cúpula y balaustradas todas realizadas de cristal de Baccarat. En el centro había una estatua de Mercurio. Muchas fueron las cabezas coronadas del mundo que quisieron comprar esa maravilla, siendo el rey portugués Carlos X quien más pujara para llevarse a su palacio de Sintra tan magnífica obra. Con la muerte de Carlos X, el Templo de Mercurio fue tragado por la historia. Solo en los años 2020 el Director General de Baccarat recibió una llamada de un abogado español en representación de su rico cliente. Él era el actual propietario del Templo de Mercurio y se ponían en contacto con la casa para reparar esta única obra de cristal.

A la Costa del Sol española fueron los expertos y durante seis meses tuvieron que trabajar los muy especializados obreros de Baccarat para desmontar, rehacer las piezas que necesitaban ser reemplazadas y, por último, montarlo en los jardines de la residencia del riquísimo propietario. En los archivos de Baccarat podemos encontrar los dibujos detallados de todas las piezas que han sido fabricadas en este establecimiento, desde sus inicios en el siglo XVIII. Hoy Baccarat es propiedad de una empresa de fondos e inmobiliaria norteamericana, Starwood Capital Group. Ella trata de hacerse de una nueva juventud, lo que no es fácil. Por muy modernos que sean sus clientes, cuando tocan las puertas de una boutique de Baccarat no es modernidad, sino tradición y clasicismo lo que vienen buscando. No obstante, ha recurrido a grandes designers contemporáneos para la creación de piezas casi únicas para los escogidos clientes que pueden pagarse este lujo.

En la época en que Arthur Miller, el célebre escritor norteamericano, estuvo casado con la maravillosa Marilyn Monroe, este le compró a su esposa un reloj llamado Reloj Sol. Decididamente se inspiraba en las representaciones que de Luis XIV se hacían durante su reinado, tratando de imitar al propio sol. Recientemente la casa ha sacado una edición especial limitada de este icónico reloj de tan solo 25 piezas numeradas, vendidas al muy módico precio de 95.000 € cada una. Baccarat abrió las puertas de su boutique en Nueva York en 1948 y en estos momentos los propietarios de esta prestigiosa marca francesa han abierto un moderno edificio frente al muy conocido Museo de Arte Contemporáneo neoyorquino, el MoMa, para alojar un gran hotel y apartamentos de muy alto standing. Del muy querido amigo que se nos adelantó y a quien dedico esta crónica aprendí que en todo candelabro Baccarat es de rigor una lágrima de color rojo, el famoso rojo Baccarat

*Traductor, intérprete, filólogo

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