miércoles , 8 mayo 2024
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El Castillo de Chenonceau

Franck Fernández Estrada*

Fuente: Diario de Yucatán

En francés se utiliza la palabra genérica “castillo” para designar algunos de sus grandes monumentos, cuando realmente se han convertido en palacios porque la vocación primera de casi todos estos edificios —y es el caso de Chenonceau— originariamente era la ser un castillo de defensa con sus cuatro torres redondas que protegían con sus paredes un patio central interior. En lo que se refiere a Chenonceau, también era un castillo de defensa, pero al mismo tiempo servía como garita para el cobro del peaje a la circulación comercial sobre el río Cher. Adjunto a este castillo de defensa, había un molino con cimientos de grandes bloques que descansaban directamente sobre el río utilizando la corriente del agua como energía motriz. Un molino era muy importante para poder moler los cereales y hacer harina.

En 1513 sus propietarios, los esposos Bohier, financieros, decidieron destruir el castillo fortificado, dejando solamente una torreta a la que se le añadió un complemento con habitaciones. Había perdido su vocación primera que era la de defensa. Sin embargo, el hecho de que se mantuviera una torre era para darle cierto reconocimiento social a la familia. La esposa Katherine tenía la intención de ampliar su propiedad. Fue así como se construyó un pequeño palacio no sobre el terreno que se encontraba al lado contiguo al castillo, sino ya directamente sobre lo que había sido el molino, es decir, directamente sobre el agua.

Desde el punto de vista arquitectónico fue toda una revolución para la arquitectura de aquella época, que se caracterizaba por tener habitaciones oscuras. Como un extra de este nuevo palacete que surgía de tierra (o del agua) estaba la luz, rara en las construcciones anteriores a Chenonceau. Ello se obtenía con una gran profusión de grandes ventanas colocadas estas, contra la costumbre de la época, de forma simétrica, cuando las ventanas se ponían en cualquier lugar y de cualquier tamaño sin respetar una unidad. El interior estaba generosamente alumbrado. Revolucionaria también fue la escalera, primera para este tipo de construcciones que no era en caracol. Esta escalera también es generosamente iluminada por una espléndida ventana.

Sin embargo, la magnificencia de este nuevo pequeño palacete llama la atención del rey Francisco I que solicita una auditoría sobre las cuentas de los esposos Bohier, sospechando que en algún lugar había malversación al Estado. Esta auditoría hizo que su hijo y heredero se enfrentara a grandes deudas con el Estado y, para pagarlas, pasó el palacio a manos del Rey.

A la muerte de Francisco I en 1537 es su hijo Enrique II el que hereda Chenonceau y se lo regala a su amante, la bellísima Diane de Poitiers. Diane de Poitiers ve las cosas en grande. Lo primero que ordena hacer es un gran jardín a la francesa de 12 mil metros cuadrados, elevado respecto al río Cher en previsión de crecidas que lo pudieran dañar. Podemos disfrutar de este jardín hasta nuestros días. En su centro podemos ver una fuente y hermosos pasillos siempre adornados con flores a sus lados. El segundo objetivo de Diane de Poitiers es hacer también un gran jardín en la otra orilla del río, la orilla izquierda. Para eso forzosamente se necesitaba un puente. Este puente debía integrarse perfectamente a la arquitectura sin que por ello el palacete existente perdiera su gracia original. No sin pena se construyó dicho puente sobre cinco pilares. Finalmente, en 1559 se concluye este puente teniendo una construcción con un puente levadizo para impedir la entrada al castillo del lado izquierdo del río.

Lamentablemente, pocos meses después de haberse terminado el puente muere el rey Enrique II en un torneo, muerte que había predicho Nostradamus. Había sonado la hora de la revancha para Catalina de Médicis, esposa legítima del rey y que se veía relegada por la amante, la bella Diane y el amor que su marido sentía por ella. Lo primero que hace Catalina de Médicis fue retirarle a Diane todas las joyas que el rey le había regalado (después de todo, eran propiedad de la Corona). Seguidamente le retira la posesión de Chenonceau. En compensación le entregó el castillo de Chaumont, cierto más grande y con terrenos también mayores, lo que le aportaba a Diane mayores rentas, pero Chaumont era un castillo feo, lúgubre, sombrío y húmedo.

Catalina de Médicis pretende hacer algo muy grande en Chenonceau. A la muerte de Enrique II, el trono lo hereda su hijo mayor, Francisco II, pero menor de edad. Catalina asume la regencia con un grave problema de disturbios por cuestiones de religión que afectaban al país. Se enfrentaban católicos con protestantes, hugonotes, como se les llamó en Francia.

Lo primero que hace Catalina en Chenonceau es construir dos grandes jardines, uno a la orilla derecha del río de 5 mil 500 metros cuadrados frente al ya existente y otro mucho más grande en la orilla izquierda del río. Hoy en día estos jardines de la izquierda han desaparecido, el bosque ha reclamado lo que le pertenecía. Dentro del marco de las construcciones de Catalina de Médicis surgen las galerías, sobre tres plantas, siendo la tercera, una buhardilla. Es de esta forma que Chenonceau se convierte en un castillo digno de Reyes. Una galería de 60 metros de largo y casi 6 de ancho. Catalina se deleitaba sentándose en el extremo de esta larga galería y ver a los nobles, después de sus audiencias, caminar 60 metros, de espalda, para no voltearse delante de la Regente. Catalina trabajaba no solo por la belleza del lugar, sino que Chenonceau tenía una función política. Esta función era reunir en este magnífico castillo durante estas hermosas fiestas a los grandes nobles de ambas religiones que se hacían la guerra con un objetivo de reconciliación nacional. Los proyectos que tenía Catalina para Chenonceau eran enormes, un Versalles antes de Versalles. Sin embargo, las finanzas del reino no permitían que se gastara más dinero en estas obras.

Chenonceau es el único castillo (o palacete) construido sobre un río en todo el mundo.

A la muerte de Catalina, quien hereda este castillo es María de Lorena, viuda de Enrique III, y es en él que se encierra para vivir su duelo, decorando su dormitorio todo en negro y plata. Chenonceau a partir de la muerte de María de Lorena pasa por diferentes manos hasta que llegamos al año 1864 cuando Marguerite Pelouze, una mujer inmensamente rica, compra el castillo. Ella invierte inmensas cantidades de dinero en la renovación del castillo, hasta el punto de arruinarla. Es en 1891 que el castillo es adquirido por la riquísima familia cubana Terry Dorticós, originarios de la ciudad de Cienfuegos. Durante la Primera Guerra Mundial el castillo sirvió como hospital de campaña para los heridos de guerra.

En el año 1913, Chenonceau pasa a la familia Menier, grandes chocolateros, que son los actuales propietarios de este fabuloso Castillo. Durante la Segunda Guerra Mundial también Chenonceau ocupó un lugar importante en la historia. Era precisamente el río Cher el que servía de línea de demarcación entre la Francia ocupada por los alemanes y la Francia llamada “libre”. Alguien que entrara por la puerta principal lo hacía desde la Francia ocupada. Al salir por la puerta de la orilla izquierda del río, llegaba a zona “libre”. Fue así como lograron escapar de los nazis muchas personas que de ellos huían. Por todas estas historias, el castillo de Chenonceau, tan bello y tan estilizado, con proporciones casi perfectas, también es conocido como el “Castillo de las Damas”. La razón de este epíteto es obvia: primero Diane de Poitiers, después Catalina de Médicis, siguiendo con María de Lorena y Marguerite Pelouze fueron todas mujeres las que contribuyeron a la belleza y al mantenimiento del prestigio de esta gran joya del renacimiento francés, desde 2017 Patrimonio de la Humanidad.

*Traductor, intérprete, filólogo

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