miércoles , 1 mayo 2024
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Rodrigo Llanes Salazar: Las estatuas polémicas

Mirada antropológica

Rodrigo Llanes Salazar (*)

Fuente: Diario de Yucatán

La estatua de los Montejo ha sido objeto de polémicas desde que fue instalada hace diez años. Ahora, la controversia, detonada por el artículo publicado por el maestro Antonio Salgado Borge en este mismo espacio el día de ayer (“Derrumbando estatuas”), se ubica en un contexto más amplio y mundial: el de las protestas en contra del asesinato de George Floyd, la violencia policiaca y el racismo.

Gracias a estas protestas, distintos grupos, personas, instituciones, empresas y otras organizaciones están analizando el problema del racismo, lo que, en algunos casos, ha llevado a replantear varias cuestiones. Por ejemplo, el famoso diccionario Merriam-Webster ha revisado su entrada sobre racismo para incluir el racismo sistémico. Así, para este importante diccionario, el racismo no solo consiste en los prejuicios en contra de una persona o un grupo de cierta “raza” o color de piel, sino que también abarca el poder institucional y social, un sistema de ventajas basadas en el color de la piel.

A raíz de las protestas en contra de la violencia policiaca y el racismo, se han incrementado las demandas de reformar las instituciones policiacas; se ha cancelado la serie de televisión policiaca “Cops” (“Policías”); empresas como Nike se han sumado a la celebración del “Juneteenth”, que conmemora la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos, al pagar a sus trabajadores ese día feriado para “conmemorar y celebrar mejor la cultura e historia negra”. Y sí, se han derrumbado y removido varias estatuas.

En su artículo, Salgado argumenta que “las yucatecas y los yucatecos tendríamos que aprovechar este momento para deshacernos de los símbolos de nuestro racismo”, particularmente la estatua de los Montejo, “el más visible símbolo de todos los símbolos racistas en forma de estatua en el estado”.

Fue justamente hace diez años, en junio de 2010, cuando el Centro Cultural Prohispen y el Ayuntamiento de Mérida erigieron el monumento a los Montejo. Según la placa conmemorativa, el monumento se hizo “en recuerdo de quienes iniciaron y dieron nombre a este Paseo en febrero de 1888”. Sin embargo, no puede omitirse que el monumento se levantó en el año que se conmemoraba el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución Mexicana, por lo que a diversos críticos les resultó un despropósito que en plena celebración de la Independencia se levantara un monumento al grupo de quien nos independizamos.

En la inauguración del monumento —realizada el último día del gobierno del alcalde César Bojórquez—, el cronista Juan Francisco Peón Ancona declaró que “la ciudad de Mérida, a través de su Ayuntamiento, da un ejemplo de justicia y madurez histórica al honrar la memoria de los ilustres varones que, en nombre de España, nos incorporaron a la civilización Occidental” y que “Con la presente ceremonia se rompe también un histórico tabú: el de erigir un monumento a quienes vinieron a conquistarnos. Se trata de un tabú que las naciones cultas y maduras del mundo rompieron desde tiempo inmemorial. Así, España levanta estatuas a los moros, sus dominadores por 800 años; Francia, Alemania e Inglaterra evocan la memoria del Imperio Romano, que las invadió y las avasalló; Alejandría, la gran metrópoli egipcia, le debe su nombre a Alejandro Magno, su fundador e invasor”.

Desde ese momento, grupos ciudadanos, algunos de ellos organizados en el colectivo “Los que no queremos un monumento a los Montejo en Mérida Yucatán”, exigieron al Ayuntamiento que retirase las estatuas. Para este colectivo, “Francisco de Montejo no fue el fundador de esta ciudad, fue eso sí, el destructor de la antigua Ichkansijó”.

La organización Equipo Indignación señaló que las estatuas “instaladas en esta ciudad sorpresivamente, sin información y sin consulta, constituyen un monumento que honra a quienes invadieron estas tierras hace 500 años y cometieron crímenes que hoy serían catalogados como de lesa humanidad; genocidio y etnocidio contra el pueblo maya peninsular” (“Proceso”, 6-8-10).

Asimismo, Indignación apuntó que, en contraste, que “en años recientes, en ciudades de Alemania se han levantado monumentos a las víctimas del holocausto; en ciudades de Argentina se han levantado monumentos a las madres de la Plaza de Mayo; en la capital de El Salvador un monumento honra la memoria de las víctimas de la guerra civil”.

Siguiendo el razonamiento del cronista Peón Ancona, ahora es momento de romper otro histórico tabú, el del racismo en Yucatán. Uno de los libros que ha contribuido a romper este tabú, “Las élites de la ciudad blanca. Discursos racistas sobre la otredad”, de la doctora Eugenia Iturriaga, inicia precisamente con el tema de las estatua de los Montejo. Y, como tema tabú, abordarlo provoca acaloradas reacciones.

Hace dos años, estudiantes de la licenciatura en Desarrollo y Gestión Interculturales (Dygi) del Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales (actualmente compartida con la Escuela Nacional de Estudios Superiores Mérida) publicaron una carta en la que propusieron que la estatua de los Montejo fuese sustituida por una ceiba. De acuerdo con las y los estudiantes Dygi, “el árbol sagrado maya de la ceiba fue nuestra elección, ya que desde tiempo inmemorial este gigante de la naturaleza ha formado un eje central en la cosmovisión peninsular: significa vida, perpetuidad, grandeza, bondad, fuerza y unión, valores que compartimos y aspiramos todos los que han nacido aquí, o que vinimos a vivir en la ciudad de Mérida”.

Al igual que las peticiones del colectivo “Los que no queremos un monumento…” y de Equipo Indignación, la propuesta de las y los estudiantes Dygi, así como el reciente artículo de Salgado, han provocado más o menos las mismas respuestas: que los Montejo no eran racistas, sino “hombres de su época”, aunque también hubo “hombres de su época”, como Bartolomé de las Casas, que denunciaron acciones violentas cometidas por los Montejo.

Una respuesta más es que derrumbar o remover las estatuas supone negar, censurar o cambiar la historia o nuestros “orígenes”. Pero en ningún momento se propone dejar de enseñar en los libros y cursos de historia quiénes fueron los Montejo o negar que esas personas existieron.

Lo que se pretende no es negar, censurar o cambiar la historia, sino cambiar lo que se conmemora y celebra en el presente, pues en el monumento solo aparece una parte de nuestros “orígenes”, la otra es excluida, como si no fuera digna de conmemorarse. Otro reproche común a la propuesta de retirar la estatua de los Montejo es que esta acción abriría la puerta a las iniciativas de derrumbar o remover otros edificios y monumentos, como la Catedral de Mérida.

Hasta el momento, no conozco ninguna propuesta en ese sentido. Pero, en cualquier caso, habría que considerar que, en principio, es positivo que una sociedad inicie un proceso de autoanálisis y de discusión sobre sus espacios, sus monumentos y sus significados. En segundo lugar, la Catedral de Mérida es un patrimonio cultural cuyos significados van más allá de la religión católica o la época colonial; se ha convertido en un edificio y símbolo valioso, digno de ser preservado para la sociedad en su conjunto. ¿Acaso ha sucedido lo mismo con la estatua de los Montejo? Sin duda, esta respuesta debe ser producto de una deliberación colectiva y pública, no un acto unilateral de los grupos en el poder.

Tampoco se puede pasar por alto que, a diferencia de otras estatuas y monumentos que pueden considerarse polémicos, la de los Montejo está en un lugar central de Mérida: el remate de Paseo de Montejo. Esta avenida, junto con el primer cuadro del centro histórico, es uno de los sitios más emblemáticos de Mérida, lo que el antropólogo Clifford Geertz llama un “centro simbólico”. Por lo tanto, las acciones que se realizan en esos lugares, así como los monumentos que se levantan en ellos, resultan más relevantes, adquieren significados más importantes, envían mensajes más contundentes.

Comparto la posición de que la estatua de los Montejo debe ser retirada. Esta propuesta no responde únicamente a una tendencia norteamericana y europea actual —que la escritora Mary Beard ha caracterizado como una “guerra de las estatuas”—, sino que surgió con la indignación que provocó el anuncio y la instalación de la estatua, la cual, recordemos, no fue en la época colonial, ni siquiera en el siglo XX, sino en pleno siglo XXI, en el año que se conmemoraba la Independencia y en una sociedad que, en su constitución, se reconoce como pluricultural y que prohíbe cualquier forma de discriminación.

La estatua de los Montejo, erigida en uno de los centros simbólicos de Mérida, envía el mensaje de que Mérida solo decide conmemorar a una parte de la misma, la hispana, excluyendo la diversidad: la más notable, desde luego, es la población maya, pero también la libanesa, coreana, china, cubana, afrodescendiente, chol, entre otros grupos.

Con Mary Beard, me parece que el asunto no se trata de sustituir la estatua de los “malos” —los Montejo— con una de los “buenos” —cualquiera de sus víctimas, notablemente los mayas—; la historia es más compleja que un relato de buenos contra malos. Preferiría, como lo propusieron las y los estudiantes Dygi, que sea sustituida con una ceiba u otro árbol. En cualquier caso, retirar la estatua de los Montejo no va a acabar con el problema del racismo en Yucatán, pero es un paso importante para que, en el contexto de la actual ola en contra del racismo, analicemos y actuemos para erradicar el racismo directo, estructural y simbólico del cual la estatua forma parte.

rodrigo.llanes.s@gmail.com

Investigador del Cephcis-UNAM

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