Mirada antropológica
Rodrigo Llanes Salazar (*)
Fuente: Diario de Yucatán
Probablemente la película más aterradora que he visto en los últimos días sea “David Attenborough: una vida en nuestro planeta”, un documental producido por Netflix y estrenado en abril de 2020, cuando muchos países iniciaban sus cuarentenas debido a la pandemia de Covid-19.
A sus 93 años, Attenborough es uno de los divulgadores de la naturaleza más conocidos en el mundo. Con sus distintivas narraciones precisas, magistrales, ha dado a conocer maravillas de la biodiversidad de nuestro planeta a través de series como “Planeta Tierra”, “Planeta Azul” y, más recientemente, “Nuestro planeta”.
En “Una vida en nuestro planeta”, Attenborough relata “una historia de declive global en el transcurso de una sola vida”; ofrece un testimonio de cómo en poco más de noventa años la biodiversidad del planeta se ha reducido considerablemente. “El estilo de vida humano está reduciendo la biodiversidad”, narra con angustia. Se trata de un estilo de vida insostenible basado en la expansión de la agricultura, la ganadería, el uso de los combustibles fósiles, las ciudades y otras obras de infraestructura.
En 1937, cuando Attenborough era un niño de 11 años, la población mundial era de unas 2.3 mil millones de personas, y quedaban en el planeta el 66% de los espacios naturales. En contraste, en 2020, la población mundial ha aumentado a 7.8 mil millones de individuos, mientras que los espacios naturales restantes se han reducido a un 35%.
Futuro
“Si continuamos en nuestro rumbo actual —advierte Attenborough— los daños que fueron el rasgo definitorio en el curso de mi vida se verán eclipsados por los daños que vendrán en los próximos años”. De acuerdo con Attenborough, los científicos estiman los siguientes escenarios. Todos ellos aterradores, verdaderas pesadillas.
En la década de 2030, “la selva amazónica, talada hasta no poder producir suficiente humedad, se degrada hasta convertirse en una sabana seca”, por lo que se altera el ciclo global de agua. El Ártico se queda sin hielo en verano y aumenta la velocidad del calentamiento global.
Década de 2040: “a lo largo del norte, los suelos helados se descongelan y liberan metano, un gas de efecto invernadero mucho más potente que el dióxido de carbono”. Con estos gases, la velocidad del cambio climático se acelera dramáticamente.
Década de 2050: el oceáno continúa calentándose y se vuelve más ácido, mueren los arrecifes de coral del mundo y las poblaciones de peces se desploman.
Década de 2080: “la producción de alimentos entra en crisis por la sobreexplotación de los suelos”, “los insectos polinizadores desaparecen”, “el clima es cada vez más impredecible”.
Incremento
Década de 2100: “La temperatura de nuestro planeta aumenta en cuatro grados Celsius”, “grandes extensiones de la Tierra son inhabitables”, “millones de personas se quedan sin hogar”, “una sexta extinción masiva está en marcha”.
Todos estos cambios, advierte Attenborough, son irreversibles. No podremos dar marcha atrás.
Afortunadamente, hacia el final del documental, Attenborough ofrece propuestas para que, en el presente, podamos evitar esos escenarios catastróficos. Pero no contaré el final de la película.
Tal vez algunos de los escenarios futuros narrados por Attenborough nos resulten abstractos y poco familiares. Pero hay dos problemas que, en mayor o menor medida, hemos vivido en carne propia en los últimos meses: una pandemia y severas tormentas.
El pasado 29 de octubre, la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (Ipbes, por su sigla en inglés) publicó el reporte de un taller (Workshop) sobre biodiversidad y pandemia. El reporte se dio a conocer por medio de un comunicado de prensa titulado “Escapando la ‘era de las pandemias’: expertos advierten que se avecinan peores crisis y ofrecen opciones para reducir el riesgo”.
El reporte de Ipbes fue elaborado por 22 expertos en epidemiología, zoología, salud pública, ecología de enfermedades, patología comparada, medicina veterinaria, farmacología, salud de la fauna silvestre, modelización matemática, economía, derecho y políticas públicas. Aunque no se trata de uno de los informes de evaluaciones intergubernamentales de la Plataforma, sí es, en sus palabras, una “extraordinaria publicación de expertos, revisada por pares, que incluye las perspectivas de algunos de los principales científicos del mundo, con la evidencia más actualizada”. De las más de 600 fuentes citadas, más de 200 son de 2019 y 2020.
Frecuentes
El reporte plantea que “pandemias en el futuro surgirán con más frecuencia, se propagarán más rápidamente, tendrán mayor impacto en la economía mundial y podrían matar a más personas que Covid-19”. Los autores estiman que entre 540,000 y 850,000 de virus desconocidos en la naturaleza aún podrían infectar a las personas.
El reporte nos recuerda que el Covid-19 “es la sexta pandemia global desde la pandemia de gripe de 1918, y aunque tiene su origen en microbios transportados por animales —como todas las pandemias— su aparición ha sido impulsada enteramente por actividades humanas”.
Se trata de “las mismas actividades humanas que impulsan el cambio climático y la pérdida de biodiversidad […] “Cambios en la forma en que usamos el suelo, la expansión e intensificación de la agricultura, y el comercio, la producción y el consumo insostenibles perturban la naturaleza y aumentan el contacto entre la vida silvestre, el ganado, los patógenos y las personas. Este es el camino que conduce hacia las pandemias”.
Los autores del reporte pronostican pandemias más frecuentes, mortales y costosas. También proponen una serie de medidas para evitar o mitigar el impacto de dichas pandemias. Entre ellas, crear un Consejo Intergubernamental para la Prevención de Pandemias; abordar los factores de riesgo, incluida la deforestación y el comercio de vida silvestre; así como una serie de impuestos a las actividades de alto riesgo pandémico, como “el consumo, la producción ganadera”.
Por otra parte, en un artículo de opinión publicado la semana pasada en el portal “Animal Político”, Miguel Rivas, doctor en Ciencias y director de las campañas de hábitat en Oceana México —una organización dedicada a la protección de los océanos—, escribe que los recientes huracanes “Delta” y “Zeta” nos recuerdan “nuestra vulnerabilidad ante las fuerzas de la naturaleza”.
“Los desequilibrios climáticos —escribe Rivas— han hecho que estos eventos sean cada vez más frecuentes y con mayor intensidad, como lo reportan numerosas investigaciones científicas”.
Por ejemplo, James P. Kossin y sus colegas, en un artículo publicado en la prestigiosa revista “Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America” el pasado 2 de junio de 2020, documentan la creciente intensidad de los ciclones tropicales en un mundo que se está calentando cada vez más.
Destrucciones
Al respecto, Rivas señala que “hemos destruido los ecosistemas que nos ayudan contra estos eventos catastróficos”. Particularmente se refiere a manglares y arrecifes, los cuales “son nuestros aliados a la hora de enfrentar estos huracanes frenando su velocidad y contribuyendo económicamente a que los costos de estos eventos sean más ‘baratos’”.
Así, mientras que los manglares “pueden detener la fuerza de los vientos y la entrada de las aguas a tierra firme”, los arrecifes también son “capaces de disipar las fuerzas de las mareas y con ello hacer que lleguen más calmas a la costa”.
En un estudio de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) de 2017 se registra que la península de Yucatán posee el 54.4% de los manglares del país. Lamentablemente, también se informa que Campeche es el estado con mayor pérdida de manglar, seguido por Quintana Roo y Yucatán (el primer lugar lo ocupaba Nayarit).
Del mismo, en un estudio elaborado en 2015, Edward Ellis, José Arturo Romero e Irving Hernández documentaban que “en los últimos 24 años, Yucatán ha perdido aproximadamente el 30% de su cobertura vegetal”. Aunque las áreas con mayor impacto se ubican alrededor de Mérida, es decir, en donde ha habido una mayor expansión urbana, “el mayor impacto global por su alcance territorial es la deforestación originada por la ganadería y la agricultura” (“Evaluación y mapeo de los determinantes de la deforestación en la Península de Yucatán”).
¿Aún así queremos desarrollos inmobiliarios y desarrollos turísticos por doquier, sin regulaciones?, ¿campos de monocultivos y granjas ganaderas cada vez más grandes por doquier? No necesitamos imaginar los aterradores escenarios descritos por David Attenborough. Parafraseando a Bob Dylan, la respuesta, amigas y amigos míos, vuela con los huracanes (y con las pandemias).— Mérida, Yucatán
rodrigo.llanes.s@gmail.com
Investigador del Cephcis-UNAM