sábado , 11 octubre 2025
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Pa’lante y pa’trás Por: Dulce María Sauri

Rutas fugaces

Dulce María Sauri Riancho (*)

Muchos años le costó a Yucatán asimilar el éxito de Cancún y la Riviera Maya como centros turísticos de talla mundial. Atrás quedaron aquellos años en que Mérida era la puerta obligada de acceso al mundo maya, a los vestigios arqueológicos y a la cultura viva que representan las comunidades y pueblos de la región. En la década de 1970 y más allá se formulaban reiterados reclamos al gobierno federal por no haber seleccionado la costa yucateca para realizar el exitoso proyecto. No pretendo recrear una discusión superada por los hechos desde hace años. Sin embargo, destaco que desde finales del siglo pasado, empresarios y gobierno del Estado comprendieron que el movimiento de los vecinos quintanarroenses podía ser utilizado en favor del desarrollo de Yucatán. La construcción de la infraestructura urbana y hotelera en Quintana Roo proporcionó empleo a muchos yucatecos de toda la entidad, en especial de la zona henequenera. Algunos decidieron radicarse en Cancún, que les brindó las oportunidades económicas que no encontraban en su estado. La estrecha interdependencia entre las dos entidades peninsulares es evidente: proveeduría, mano de obra, servicios múltiples, por la parte yucateca para satisfacer las necesidades de expansión y funcionamiento de un conglomerado urbano en el noreste de Quintana Roo que rebasa el millón de habitantes.

El actual gobierno yucateco apostó al turismo como factor de desarrollo, combinando la promoción de las bellezas naturales con el conocimiento de su cultura, representada por las zonas arqueológicas y l@s yucatec@s de hoy. Es un nicho nuevo de mercado, dirían los especialistas; son quienes buscan turismo de aventura en los cenotes y las reservas naturales de Dzilam y Celestún. Son los que exploran la gastronomía, acuden a los conventos y se recrean en las visitas a las antiguas ciudades mayas, no sólo a las mundialmente conocidas Chichén y Uxmal.

Los visitantes asisten a convenciones, celebran matrimonios en haciendas, hasta hace poco tiempo abandonadas.

El número de turistas ha aumentado también debido a la fama de lugar seguro que ha adquirido Yucatán en el río de violencia que sufren en otras partes del país. Un fin de semana en Mérida se ha vuelto una aspiración para quienes en sus ciudades de residencia no pueden salir de noche —y algunas veces de día— sin riesgo a sufrir algún asalto o tal vez algo más grave. El Centro Internacional de Congresos, los nuevos hoteles en construcción muestran una fundada expectativa de incrementar aún más esta corriente de visitantes que deja ingresos a toda la cadena de servicios turísticos. Se habla de hacer de Progreso un “home-port” para los cruceros, lo que significa que quienes lo aborden deberán arribar a Mérida para tomarlos. Un alto porcentaje de turistas llegan al estado por vía aérea. Las conexiones con el extranjero han aumentado, lentamente sí, pero ahora se puede volar de Dallas, Miami, Houston, Belice, Milán. Además, ya no es preciso pasar por Ciudad de México para viajar a Monterrey, Guadalajara, Tuxtla Gutiérrez, Veracruz, entre otros destinos. Cada vez que se inaugura un nuevo vuelo, acuden las autoridades, algunas veces hasta el gobernador, a dar la bienvenida. Transportan a quienes habrán de alojarse en los cuartos de hoteles recién construidos o remodelados; que irán a los restaurantes, demandarán vehículos de alquiler, entre otros negocios que se ven beneficiados con la disponibilidad de asientos suficientes y a buen precio para viajar a Yucatán.

¡Qué bonito y qué bien! Sin embargo, no todo lo que reluce es oro. Ni todos los vuelos a los que se les recibe con bombo y platillos, y en los que se invierte publicidad para su promoción por parte de las agencias de viajes y la misma aerolínea se mantienen. Y eso es negativo. Es cierto que las empresas aéreas son negocios privados, que se guían por su propia estrategia de maximizar las utilidades y minimizar las pérdidas. Pero algunas decisiones son claramente inexplicables para los simples mortales que observamos con interés y preocupación lo que ocurre en el cielo yucateco.

Apenas el 1 de julio de este año comenzaron a operar desde Mérida vuelos de Aeroméxico, directos y diarios, a Guadalajara y a Monterrey. Es cierto que dos líneas de bajo costo, Volaris y Viva, cubren el mismo itinerario, pero no lo hacen todos los días de la semana y tampoco cuentan con la red de conexiones que posee la ahora línea aérea más antigua de México. Cinco tristes meses habrán de durar los vuelos directos de Aeroméxico, cancelados a partir del 1 de diciembre. Quienes hayan comprado boletos para viajar después de esa fecha tendrán que pasar obligadamente por Ciudad de México y emplear un mínimo de 5 horas para llegar a su destino final, en vez de dos.

No entiendo la decisión de la aerolínea. No es un asunto de ocupación, pues opiniones de los despachadores del aeropuerto y mi propia experiencia de usuaria me indican que la determinación no responde a la baja demanda. Por el contrario, van y vienen prácticamente llenos o con alto porcentaje de ocupación.

Guadalajara y Monterrey son puntos de captación de visitantes para Yucatán. El gobierno estatal y los empresarios yucatecos invirtieron en su promoción. Si la nueva política de rutas abiertas entre México y Estados Unidos demanda más aviones para cubrir nuevos destinos, deben decirlo de manera responsable.

De otra manera, nos sentiremos bailando al ritmo de “un pasito pa’ lante; dos pasitos pa’ trás”.— Mérida, Yucatán.

dulcesauri@gmail.com

*Licenciada en Sociología por la Universidad Iberoamericana, con doctorado en Historia. Ex gobernadora de Yucatán

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