jueves , 2 mayo 2024
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Matanza del bienestar

  • Como argumenta Xavier Tello, “en el caso del desabasto de medicamentos, el gobierno decidió quitarle el corazón al paciente sin tener siquiera un donador”.

Denise Dresser *)

Fuente: Diario de Yucatán

Alguna vez tuve una hermana. Se llamaba Luisa Genoveva, en honor a una tía abuela que la familia amaba, y era un nombre elegante.

Llevaba años esperando que naciera para que yo dejara de ser hija única, solita. Ella, adorada. Ella, anhelada. Ella, mi muñeca, aprendiendo a gatear sobre la alfombra del estudio lleno de sol. Dormida en una canasta debajo del árbol de Navidad, el mejor regalo.

Murió cuando tenía siete meses y yo siete años. Murió porque en el pequeño hospital rural al que nos llevaron, después de aquel accidente automovilístico en el cual lo perdí casi todo, no tenían el equipo ni la experiencia para tratarla correctamente.

Murió cuando debió haber sobrevivido. He pensado en ella más que de costumbre, en estos días del desmantelamiento del INSABI, y su absorción por el IMSS-Bienestar.

He lamentado su deceso más de lo habitual, ahora que se hacen cortes de caja de lo que ha sucedido con el sistema de salud durante los últimos años.

Desorden y decesos

La cancelación del Seguro Popular, la transferencia de las compras consolidadas de medicamentos a la Secretaría de Hacienda, la transformación de la Cofepris, el pleito con las farmacéuticas, la cancelación del INSABI y la ordeña de recursos que nadie sabe a dónde fueron a parar.

Un desmadre, pues. Leí “La tragedia del desabasto”, del médico Xavier Tello, y se me encogió el corazón más que de costumbre. Leí el reporte de México Evalúa titulado “El ocaso del Fonsabi” —creado para financiar la atención de enfermedades de alto costo para las personas sin seguridad social— y me indigné más que de costumbre.

El caos ha tenido consecuencias, el desorden ha derivado en decesos, la improvisación ha producido una secuela de indignidades.

Ni una sola muerte prevenible se justifica, pero quizás las que más duelen son las de los niños. Porque se extingue la posibilidad, el camino a andar, tanto que podría haber sido y no fue.

Pienso en mi Luisa Genoveva y los libros que no leímos juntas, los aventuras que no tuvimos, los cafés que no bebimos, las conversaciones que quedaron pendientes, y cómo no conoció a mis hijos, ni los vio crecer, ni fue “tía”.

De ella quedan las fotos descoloridas en los álbumes que hojeo cuando estoy triste, e imagino que desde algún sitio me cuida.

Hoy en México hay demasiadas familias cargando con el peso de esas ausencias de hijas e hijos, hermanas y hermanos, porque al Presidente se le ocurrió “transformar” el sistema de salud. Y al igual que en muchos otros ámbitos, el ímpetu transformador se tradujo en destrucción, en improvisación, en la profundización de problemas heredados, más que en su solución.

En salud, hemos presenciado una espiral descendente. Hemos escuchado mitos y mentiras, pretextos y negaciones. Hemos visto a los culpables —como Hugo López-Gatell— culpar a las víctimas, sugiriendo que los padres de niños con cáncer y sin acceso a medicamentos oncológicos son “golpistas de la derecha”.

Consecuencias del INSABI

Bien lo ha escrito Jesús Silva-Herzog Márquez, el gobierno de López Obrador es uno “desatendido de las consecuencias”.

Y las consecuencias del INSABI no tardaron en manifestarse. La retórica del “combate a la corrupción” se tradujo en crueldad hacia los niños con cáncer, en el desabasto de medicamentos de alta especialidad, como los oncológicos, en la falta de metotrexato.

El gasto del Fonsabi cayó para todos los padecimientos, y el tratamiento más castigado fue el cáncer infantil, con un recorte de 97% frente al sexenio pasado.

Yo cargo con mi Luisa Genoveva. Otros, allá afuera de Palacio Nacional, cargan con sus propios nombres, con sus propios muertos. Carlos, Adonai, Ana Karen, Quianna, y miles más.

Como argumenta Xavier Tello, “en el caso del desabasto de medicamentos, el gobierno decidió quitarle el corazón al paciente sin tener siquiera un donador”.

A miles de familias de niños con cáncer les extirparon un pedazo del corazón, como a mí hace tantos años. Uno aprende a sobrevivir, a seguir respirando, a seguir andando. Pero la cicatriz ahí está.

Ahora, como parte de la carnicería constitucional que ocurrió en el Congreso, se extingue el INSABI. Su legado es mortífero. Aunque se le cambie de nombre, aunque sus funciones sean transferidas, lo que hizo y dejó de hacer registrado en cada acta de defunción de un niño que no debió haber fallecido.

Y por ello, debemos renombrarlo como el INMABI: el Instituto Nacional de Matanza del Bienestar.— Ciudad de México.

Correo: denise.dresser@mexicofirme.com

*) Académica y periodista

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