viernes , 26 abril 2024
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La masacre de San Valentín

  • Los asesinatos ocurridos el 14 de febrero de 1929 marcaron un antes y un después en Estados Unidos

Por: Franck Fernández Estrada(*)

Fuente: Diario de Yucatán

El color rojo es asimilado a muchas cosas en la vida. A la Pasión de Cristo, a las ideas de izquierda, a las reivindicaciones sociales y al amor. El color rojo está muy presente cada 14 de febrero, día de San Valentín. Los enamorados se regalan flores rojas, objetos de color rojo y cajas de bombones de ese color. Pero hubo un momento en la historia en que, el 14 de febrero, el rojo no fue sinónimo de amor ni de pasión, sino de muerte.

Debemos remontarnos al inicio de la Ley Seca en los Estados Unidos. Dice el viejo refrán que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Una parte conservadora de la sociedad de los Estados Unidos consideraba que, al prohibirse el consumo del alcohol en el país, ya no habría más violencia doméstica, ya los hombres no irían a la cárcel por alterar el orden público y ya los cabezas de familia traerían íntegro su salario a la casa sin haberlo dejado antes en el bar. Pero lamentablemente no todo es color de rosa ¿o debo decir de color rojo?

Es cierto que el hecho de prohibir el alcohol generó una disminución de la violencia doméstica y aparentemente también de las personas encarceladas. Sin embargo, esto trajo en bandeja de plata a los mafiosos de ese país la posibilidad de traficar con el alcohol, al que muchos no querían renunciar. Antes de eso, la mafia se contentaba con temas como la prostitución y los juegos ilegales. Ahora le llegaba un nuevo producto para contrabandear: el alcohol.

La ciudad de Chicago de la época estaba dividida en varias bandas, siendo las dos más importantes la mafia de origen italiano. Johnny Torrio, era el mafioso responsable de la banda The Outfit, también conocida como The Organization. Operaba fundamentalmente en la zona sur de Chicago. Al ver Torrio las capacidades de un chico que ya se había ilustrado en Brooklyn lo llamó para que lo secundara y fuera su mano derecha. Era el joven Alphonse Gabriel Capone, ya muy versado en ese giro. Al llamado de Torrio se mudó a la ciudad de los vientos. Este joven italo-norteamericano también era conocido como Scarface, cara cortada, fruto de una reyerta de juventud que le había dejado como recuerdo una gran cicatriz en su mejilla izquierda.

El lado norte de la ciudad estaba en manos de la mafia irlandesa. Su jefe era George “Bugs” Moran. Huelga decir que las bandas rivales de italianos e irlandeses se hacían la guerra por el control completo de la ciudad. Capone, ya a cargo de la mafia italiana de la ciudad, cansado de ver a sus lugartenientes acribillados a balazos por los irlandeses, decidió, de una vez y por todas, eliminar a todos los cabecillas irlandeses, comenzando por el propio “Bugs” Moran.

Para ello idearon la estratagema de proponerles la venta de un gran lote de alcohol robado a través de un infiltrado que tenían en las líneas irlandesas. Fue un negocio redondo creando la confianza entre los irlandeses con el infiltrado. Eso los llevó al segundo paso de la operación: una segunda entrega de alcohol robado donde se debían dar cita los altos capos de los irlandeses en un sitio a la misma hora.

El lugar seleccionado fue un taller garaje al servicio de los irlandeses que lucía con la fachada de garaje de una empresa de mudanzas. Ese día “Bugs” Moran, el capo máximo de los irlandeses, no llegó puntual a las cita porque se había quedado dormido. Al lugar de la cita, el 2122 de North Clark Street, llegaron cuatro personas (cinco según otros testigos). Dos de ellos venían vestidos de policías. Fueron los primeros en entrar al garaje y desarmaron a los irlandeses. Los irlandeses creyeron que la intención de los policías solo era sacarles dinero. Cosa rara, ya les habían bien “untado” las manos días antes. El hecho es que no ofrecieron resistencia.

Una vez desarmados y llevados de frente contra una pared, entraron los otros dos o tres ocupantes del coche con armas largas. Durante unos 11 segundos dispararon indiscriminadamente contra los siete irlandeses. Cada cuerpo recibió unos 20 disparos. Los asesinos salieron sin prisa del garaje llevando los vestidos de civil las manos en alto encañonados por los falsos policías ante la vista atónita de los espectadores que se agolparon rápido frente la fachada del garaje.

A pesar de todas las sospechas, en realidad nunca se logró saber a ciencia cierta quiénes perpetraron esa masacre. Por momentos se llegó a pensar que incluso había sido una orden de la policía. Otros sostienen que fue obra de enemigos de uno de los asesinados y no directamente de la banda italiana. Mientras tanto, el jefe de los italianos, Al Capone, había tomado la precaución de viajar a Miami donde tenía una espléndida residencia en Palm Island que se encuentra en el intercost entre Miami Beach y el Downtown de la ciudad. Así no se le podía culpar de ser el autor del crimen.

Esta masacre del 14 de febrero de 1929, día de San Valentín, fue muy mal recibida por la opinión pública norteamericana. Hasta ese momento, los mafiosos traficantes de alcohol para muchos ciudadanos era los buenos, los Robin Hoods que, de alguna forma, luchaban contra el gobierno central que había impuesto una ley seca impopular para la mayoría. Antes de la masacre de San Valentín había muertos, es un hecho innegable, pero el norteamericano medio se decía que, en definitiva, eran entre mafiosos de bandas rivales los que aportaban los cadáveres. Hasta ese día no había habido una cantidad tan importante de muertos en una sola matanza, siete personas fallecidas. Esto fue un punto de inflexión para que ya el pueblo norteamericano no viera con buenos ojos este tipo de actividades.

Para el jefe de la CIA de esos momentos, Edgard Hoover, ya era demasiado. La mafia de Chicago había cruzado una línea roja. Contra ellos creó un grupo especializado cuya misión era atrapar a Capone. Se había convertido en el enemigo público número uno. A pesar de toda la gran cantidad de crímenes cometidos por este italo-norteamericano, la única forma en el que se le pudo llevar a la cárcel fue por fraude fiscal. No había pruebas de que él era el comanditario ni incluso el autor de esos crímenes. Sin embargo, el fastuoso ritmo de vida que llevaba y los pocos ingresos que legalmente percibía lo delató como evasor fiscal. Fue llevado a los tribunales y condenado a una pena de 11 años, la más alta que prevé la ley por fraude fiscal.

En la cárcel, Al Capone mantuvo un comportamiento muy disciplinado. En 1939 salió de prisión, antes de haber cumplido su condena. La sífilis contraída de su disoluta vida con prostitutas había hecho mella sobre su cuerpo y sobre su mente. Capone murió en su casa a consecuencias de esa enfermedad en 1947. Después de la masacre de San Valentín y las promesas de campaña del presidente Franklin Delano Roosevelt, finalmente se abolió en diciembre de 1933 la enmienda que imponía la Ley Seca.

Si está de visita en Chicago, no es necesario que visite el 2122 de North Clark Street. Allí ya no queda nada de los viejos inmuebles, mudos testigos de los hechos que les cuento hoy. Todo fue demolido en 1969. En el sitio exacto donde se encontraba el garaje de la empresa de mudanzas fantasma hoy se encuentra una urbanización, muy al estilo norteamericano, con amplios jardines,  grandes estacionamientos y una elegante urbanización.

(*)Traductor, intérprete y  filólogo; correo electrónico: altus@sureste.com

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