lunes , 18 marzo 2024

Gobernantes obedientes

Farsa innegable

Denise Dresser (*)

Fuente: Diario de Yucatán

Para mis alumnas.

Pobre Claudia Sheinbaum. Tan lejos de las causas de las mujeres, y tan cerca de López Obrador. Tan lejos del feminismo y tan cerca de las prácticas del patriarca. Ella misma asume su condición de obediencia al tuitear como lo hizo: “Asistí a la toma de posesión de Evelyn Salgado, primera gobernadora de Guerrero. Por cierto, no hay nada más machista que referirse a una mujer como la hija de, la esposa de, etc; como si las mujeres fuéramos pertenencia de alguien. Felicidades Evelyn por su triunfo y capacidad”.

Así, casual. La jefa de gobierno de la Ciudad de México presumiendo, celebrando y normalizando lo que su partido ignoró sobre Félix Salgado Macedonio, y lo que Morena hizo para que su hija ocupara ese lugar. Sheinbaum denuncia al machismo pero se suma a quienes lo perpetúan, cuando es políticamente conveniente. Cuando un hombre —el Presidente— se lo pide. Más que una mujer feminista, Claudia se comporta como una tapadera lopezobradorista.

Porque no hay nada más machista que un partido que ignora las acusaciones de violación y acoso sexual de su candidato a la gubernatura, y después le da la candidatura a su hija. Ella no llega al poder por capacidad; asume por consanguinidad. Ella no tiene trayectoria política propia; arriba propulsada por su padre. A él le decían “El Toro”, y a ella la promocionan como “La Torita”. Durante la campaña, en todo momento se le vinculaba con él, se le relacionaba con él. Vota por Evelyn, para que gobierne Félix. Vota por una mujer, para que un hombre le diga qué hacer. Aunque haya ganado, la simulación es inocultable, la farsa es innegable. Morena se vanagloria de tener una mujer tomando decisiones, cuando en realidad habrá otra mujer tomando dictado.

¿Acaso Sheinbaum no sabe que la ex casa de campaña de Félix Salgado Macedonio se ha convertido en agencia de colocaciones del nuevo gobierno de su hija? ¿Que desde ahí, el aún senador de Morena —gozando su fuero— da a conocer nombramientos determinados por él? ¿Qué en su discurso de toma de posesión, Evelyn Salgado se refirió a su padre como “un gigante de la democracia”? Y Sheinbaum aplaudiendo, mientras la gente gritaba “Torita, Torita”, en franca contradicción a la carrera supuestamente meritoria y autónoma de una mujer que llega al poder precisamente por ser hija de quien es. Como si eso fuera un triunfo del feminismo, cuando en realidad lo contradice. De poco sirve encumbrar a alguien con vagina, si ha subcontratado el cerebro. Si, como Evelyn, para arribar a donde está, tuvo que pisotear o demeritar o desconocer la lucha de otras mujeres, como las que denunciaron —infructuosamente— a su padre. Si, como Claudia, tiene que demostrar lealtad política antes que sororidad femenina.

Sororidad no significa la provisión de apoyo irrestricto a cualquier mujer por el hecho de serlo. Sororidad no entraña la complicidad con quienes apuntalan los muros patriarcales, en vez de ayudar a derrumbarlos. No olvidamos que una mujer, Claudia Sheinbaum, llamó “provocadoras” a las activistas que pintaron puertas y monumentos. No olvidamos las vallas y los granaderos obstaculizando nuestra llegada al Zócalo aquel 8 de marzo, antes de que la pandemia nos encerrara y nos acallara. No olvidamos el “Muro de la paz” erigido para proteger al Presidente de los reclamos legítimos, que no empezaron hace dos años. Son demandas milenarias de justicia y equidad y #MeToo y #MiPrimerAcoso y el fin de la violencia en las calles, en las casas, en las camas, en el Metro, en las universidades. Son exigencias que provienen de jóvenes en la ciudad más progresista del país, a las que Sheinbaum se debe porque votaron por una mujer que creían autónoma, pero resultó ser obediente.

Todos los días, las morras y las activistas le dan lecciones de feminismo, como lo hicieron al erigir la escultura de “las mujeres que luchan” sobre el pedestal de Cristóbal Colón. Y todos los días Sheinbaum las desoye, las minimiza, cree que no necesita a las mujeres para ser presidenta. Basta la voluntad de un hombre. Basta que él levante el brazo, para que ella se arrodille. Usando su poder para complacer y obedecer, no para retar y empoderar. Con cada genuflexión, envía un mensaje a las niñas de México: “Sumisita te ves más bonita”. Y ese no es el mensaje que nuestras alumnas y nuestras hijas y las que protagonizarán el futuro de México merecer oír.

Ático

Claudia Sheinbaum desoye a las mujeres, piensa que no las necesita para ser presidenta; prefiere demostrar lealtad política que sororidad.— Ciudad de México.

denise.dresser@mexicofirme.com

Periodista

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