viernes , 26 abril 2024
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El Wilhelm Gustloff, el mayor naufragio de la historia

Por: Franck Fernández Estrada (*)

Fuente: Diario de Yucatán

  • Nunca se sabrá exactamente la cantidad exacta de personas fallecidas pero se considera que 9,343 personas perdieron la vida, seis veces más que la cantidad de víctimas del naufragio del Titanic

Todos hemos visto hasta la saciedad la famosa película “Titanic” estelarizada en 1997 por Leonardo DiCaprio y Kate Winslet. Sin embargo, las películas sobre ese suceso son numerosas. Existen más de 15, siendo la más temprana de ellas una filmada en el año 1929.

Otro muy conocido naufragio fue el del buque Lusitania, también británico. Pero ninguno de estos barcos tienen el trágico récord de ser los que más víctimas causaron.

Sabido es que la historia la cuentan los vencedores. Al contar la historia, los vencedores suelen enaltecer las cosas que hicieron bien y hablar poco de las que hicieron mal. Y de esto trata mi historia de hoy.

Existió un barco alemán, el trasatlántico Wilhelm Gustloff, cuyo hundimiento causó la mayor cantidad de víctimas en un naufragio de toda la historia. Todo comenzó el 30 de enero de 1933, cuando Adolfo Hitler ascendió al cargo de Canciller de Alemania a través de elecciones democráticas.

Para todos nos queda claro que un régimen populista lo primero que hace es ofrecerle cosas a la clase trabajadora, cosas que en muchos casos los que prometen saben nunca se podrán cumplir. Ejemplos de ello fueron el lanzamiento del coche Wolkswagen, que literalmente quiere decir “automóvil del pueblo”.

Hitler también se dio a la tarea de crear grandes autopistas que unirían las principales ciudades alemanas. Entre los proyectos para congraciarse con el pueblo estaba construir barcos de crucero con el fin de que la clase trabajadora pudiera disfrutar de los placeres de un crucero por los mares del mundo.

Fue así como surgió el trasatlántico Wilhelm Gustloff. El nombre se le dio por un alto dirigente del partido fascista nazi suizo que había sido ajusticiado por un joven croata judío. No es necesario decir que, a los ojos de Adolfo Hitler, era un mártir. Cuando el trasatlántico estuvo terminado fue la viuda del suizo la encargada de bautizarlo con la conocida botella de champaña en presencia del mismísimo Führer…

El primer viaje que realizó el Wilhelm Gustloff fue a Londres, con la intención de hacer votar a alemanes y austriacos residentes en la Gran Bretaña en el referendo celebrado para el famoso Anschluss, que en alemán significa “anexión”. De esta forma Adolfo Hitler anexa Austria, su tierra natal, a Alemania.

Posteriormente el Wilhelm Gustloff fue destinado a paseos por el Mediterráneo italiano e incluso hasta las Islas Azores. Así estuvieron las cosas hasta que fue declarada la Segunda Guerra Mundial y el Wilhelm Gustloff abandonó su vocación primera de crucero de placer. De inmediato el paquebote se asignó al servicio del ejército, fundamentalmente como barco hospital. En el momento de su construcción se previó que todos los camarotes del barco fueran equipados con tuberías de oxígeno para la atención de enfermos. Para ello, el barco fue pintado de gris sobre el blanco que tenía antes que indicaba su vocación de crucero de placer.

La guerra fue larga y consigo trajo un sinnúmero de tragedias, destrucciones y muertes. La guerra en Europa se desarrollaba con un frente oriental, donde los nazis se enfrentaban a sus antiguos aliados soviéticos. Los soviéticos pedían desesperadamente la creación de un segundo frente que fue creado inicialmente desde las tierras del norte de África invadiendo Italia por el sur de la bota italiana y posteriormente con el desembarco del resto de los aliados desde Inglaterra por las playas de Normandía. Sin embargo, hubo un punto de inflexión en esta guerra que marcó el inicio del fin y fue la sangrienta batalla de la ciudad de Stalingrado, así bautizada en honor al presidente soviético de ese momento. Antes era (y lo es en nuestros días) la ciudad de Volgogrado, la ciudad del río Volga.

A partir de esta histórica batalla, los soviéticos avanzaban, no sin grandes dificultades y pérdidas, hacia el occidente con el fin de llegar a Berlín y derrocar al odiado régimen nazi. En su avance, pasaban por tierras que habían pertenecido a Alemania en aquella época: Prusia Oriental, Prusia Occidental, Dánzig (la Gdansk polaca) y Pomerania. Los habitantes alemanes de estas regiones huían desesperados de las tropas soviéticas por la vía que se les presentara. Los soviéticos trataban por igual a soldados y civiles. No los podemos culpar. Estaban aplicando la vieja ley del Talión para, de alguna forma, vengar todos los horrores que en la Santa Tierra Rusa habían cometido los nazis. En el puerto de Gotenhafen (nombre alemán, actual Gdynia en polaco), se encontraba nuestro Wilhelm Gustloff y desde Berlín había llegado la orden de transportar hacia el occidente alemán la mayor cantidad posible de soldados y civiles como refugiados.

Al subir a bordo, comenzaron a escribir en un registro los datos de todas las personas, pero cuando estaban en el número 7,956 se agotó el papel. Se considera que unas 2,000 personas más subieron al Wilhelm Gustloff. Todos sintieron como una reconfortante sensación de alivio por haber logrado escapar del enemigo que le pisaba los talones. Las mujeres se relajaban y sus hijos corrían por pasillos y escaleras del transatlántico para conocerlo porque, a pesar de su nueva vocación militar, no había perdido su belleza de antaño.

Desde el puerto salieron de noche con cuatro capitanes a bordo. No lograban ponerse de acuerdo de cuál era la forma más adecuada para, en primer lugar, escaparse de los submarinos soviéticos que daban cuenta de cuanto barco se les pusiera por delante, en segundo lugar, evitar las minas marinas y, en tercer lugar, esquivar los bajos fondos que tiene el Báltico en esta zona sabiendo que el barco iba sobrecargado. Desde Berlín se les anunció que tenían bien vigilados a tres submarinos soviéticos y le dieron la buena noticia a los capitanes de a bordo que no serían un peligro, considerando la distancia a la que se encontraban.

Con lo que no contaban allá en Berlín es que había un cuarto submarino. Era un S 13, al mando del capitán Alexander Marinesko, que había ignorado la orden de zarpar prefiriendo irse con su tripulación a emborracharse en una taberna de Finlandia, saliendo realmente a su trabajo de cacería de buques alemanes con varios días de retraso.

La noche del 30 de enero salió del muelle nuestro trasatlántico Wilhelm Gustloff a un mar que, independientemente del oleaje propio de este mar del norte para estas fechas del año, también trataba de esquivar la gran cantidad de minas marinas, por lo que tuvieron que encender los reflectores de popa haciendo aún más visible el grandísimo crucero, el más grande de ese momento. Cuando el trasatlántico estuvo a la vista del S 13, el capitán Marinesko pensó que iba lleno de tropas, de hombres que habían mancillado la tierra de la Madre Rusia y que ahora estaban a la huida. Tampoco podía pensar otra cosa el capitán. El banco iba pintado de gris, color propio de un barco de guerra. 

Preparó cuatro torpedos. El primero “Por la patria”, el torpedo 2 “Por Stalin”, el tercero “Por el pueblo soviético” y el cuarto “Por Leningrado”. A la hora de disparar, el segundo torpedo, el que llevaba el nombre “Por Stalin” se atoró en el tubo dos. Exactamente a las 21:16 de esa fatídica noche estallaban los torpedos en el Wilhelm Gustloff, exactamente en el momento en que la radio nacional de Alemania finalizaba de difundir el himno nacional por el 12o. aniversario de la toma del poder de Hitler en 1933.

Es inútil narrar las escenas de pánico. Debido a las circunstancias, la cantidad de botes salvavidas era menor a la cantidad de pasajeros y tripulantes que se encontraban a bordo. Aquellos que lograban salir del barco veían destellos de las bocas de pistolas. Eran los oficiales que disparaban primero a sus familias y después ellos se suicidaban. En un momento determinado, el barco se inclinó aún más debido a la entrada de agua, lo que hizo que un cañón antiaéreo se soltara y cayera encima de uno de los botes que ya había logrado llegar el mar aplastando a todos los que iban a bordo. Como si de una fiesta se tratara, y antes de hundirse, el Wilhelm Gustloff se despide encendiendo completamente todas sus luces y sonando sus sirenas. Nunca se sabrá la razón por lo que esto ocurrió.

No podemos culpar a los soviéticos por esta masacre indiscriminada de inocentes civiles y de militares que huían. El propio Hitler días antes había declarado el Mar Báltico como una zona operativa, permitiendo que los buques de guerra alemanes dispararan contra cualquier cosa que flotara. Podemos considerar que, en estas condiciones, los soviéticos tenían los mismos derechos. Nunca se sabrá exactamente la cantidad exacta de personas fallecidas pero se considera que 9,343 personas perdieron la vida, seis veces más que la cantidad de víctimas del naufragio del Titanic. En total se salvaron 1,239 personas rescatadas del frío mar por barcos que llegaron al lugar del hundimiento.

Hoy  día, el Wilhelm Gustloff se encuentra a 12 millas náuticas de la costa polaca y en las cartas náuticas de esta zona aparece como el obstáculo de navegación número 73.

(*) Traductor, intérprete y filólogo; correo electrónico: altus@sureste.com

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