sábado , 11 octubre 2025
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El puente de los Cayos de la Florida

Franck Fernández (*)

Fuente: Diario de Yucatán

En el extremo más meridional de los Estados Unidos de Norteamérica, donde el Atlántico besa el Canal de la Florida y el Golfo de México se cuela entre manglares, se extiende una cadena de islas bajas, largas y caprichosamente dispuestas: los Cayos de la Florida.

Esta sucesión de islotes de coral y roca caliza, que se desgranan como cuentas de un collar roto, fue durante siglos el límite del mundo conocido para quienes miraban al Sur desde el continente. Y, durante mucho tiempo, llegar hasta el último de esos cayos, Cayo Hueso (Key West), implicaba una auténtica travesía marítima, entre arrecifes, mareas impredecibles, nubes de mosquitos y tormentas tropicales. Todo eso cambió en 1912… bueno, no tanto lo de los mosquitos.

Fue entonces cuando un tren, sí, un tren, llegó por primera vez rodando hasta el extremo de Cayo Hueso, tras recorrer más de 200 kilómetros de terraplén y puentes sobre el mar. Lo llamaron el “Overseas Railroad”, el Ferrocarril de Ultramar.

Y aunque hoy ya no corre ningún tren por esas vías, el legado de esa obra colosal permanece en lo que hoy es la Overseas Highway, la carretera que une los cayos con el resto de Florida y cuya historia es un capítulo fascinante de la lucha del hombre contra la geografía y parte de la grandeza del vecino del Norte.

La idea de construir un paso terrestre hacia los Cayos no fue un capricho moderno. Desde el siglo XIX se pensó en tender alguna conexión fija, pero fue Henry Morrison Flagler, magnate petrolero y cofundador de la Standard Oil, quien se obsesionó con esa posibilidad. Flagler, ya retirado de los negocios, había dedicado sus últimos años a convertir la costa este de Florida en un destino turístico de primera categoría. Fue él quien, con su ferrocarril, conectó Jacksonville con Miami. Una vez alcanzado Miami, se preguntó:

—¿Por qué no seguir más allá?—. No era una pregunta inocente.

Conectar tierra firme con los cayos implicaba enfrentarse a un terreno inestable, a zonas pantanosas, a canales profundos y, por supuesto, al océano. Se trataba de construir puentes donde nunca los hubo y hacerlos resistentes no solo a la acción del mar y del viento, sino también a los temidos huracanes.

Flagler no escatimó en recursos. El proyecto comenzó en 1905 y tardó 7 años en completarse. El resultado fue una obra prodigiosa para la época: el ferrocarril de ultramar, con sus tramos que parecían flotar sobre las aguas turquesas. Inmediatamente fue reconocida como la “Octava Maravilla del Mundo”. El más famoso de sus segmentos era el Puente de las Siete Millas (Seven Mile Bridge), que unía Knight’s Key con Little Duck Key. Aunque su nombre suena poético, no deja de ser literal: se trataba de casi once kilómetros de vía férrea sostenida sobre el mar, con una estructura de acero y concreto que desafiaba las olas y el salitre.

El 22 de enero de 1912, Henry Flagler —ya octogenario y frágil— viajó a bordo de un tren inaugural hasta Cayo Hueso. Dicen que lloró. Razones no faltaban. Había logrado lo imposible. Unía con rieles lo que había estado aislado. Pero como suele ocurrir con los grandes logros humanos, la naturaleza no tardó en querer recordar su supremacía.

En septiembre de 1935, justo cuando el mundo miraba con preocupación el avance del fascismo en Europa, los Cayos de Florida fueron azotados por uno de los huracanes más destructivos de la historia de Estados Unidos. Se trató del famoso Huracán del Día del Trabajo (que en ese país se celebra el 1 de septiembre). Una tormenta de categoría 5 que arrasó con todo a su paso. Sus vientos sostenidos de más de 300 km/h y su marea ciclónica de cuatro metros barrieron viviendas, barcos, vegetación… y también las vías del ferrocarril.

Uno de los momentos más trágicos del desastre ocurrió cuando un tren de evacuación enviado desde el continente fue atrapado por la marea y descarriló cerca de Islamorada. Más de 400 personas murieron, muchas de ellas veteranas de guerra empleados en los trabajos de construcción de carreteras federales. El ferrocarril nunca se recuperó. La compañía de Flagler, ya debilitada por la crisis económica que golpeaba al mundo por aquellas épocas, no pudo costear la reconstrucción. Fue el fin del sueño ferroviario. Pero no el fin del sueño de la conexión.

En 1938, el gobierno federal decidió aprovechar los antiguos tramos de ferrocarril, los mismos puentes y terraplenes, para construir una carretera transoceánica: la Overseas Highway. De esta forma, por primera vez, los automóviles pudieron viajar directamente desde Miami hasta Cayo Hueso. El trazado se fue modernizando con el paso de los años. En los años 80 se construyó un nuevo Puente de las Siete Millas, paralelo al original, más ancho y resistente, aunque el viejo puente aún se mantiene parcialmente en pie, como un silencioso testigo de la proeza del pasado.

Hoy en día, recorrer la Overseas Highway es una experiencia casi mística. El asfalto serpentea sobre el mar, conectando pequeños pueblos de pescadores, marinas, reservas naturales y moteles con sabor a los años 50. A un lado, los manglares y las aguas bajas del golfo. Al otro, el océano abierto. Y entre ambos, una carretera que parece flotar sobre las olas.

El trayecto está salpicado de historias. El puente Long Key, por ejemplo, fue uno de los primeros en usar vigas de hormigón pretensado en Estados Unidos. Otros puentes conservan segmentos del ferrocarril original, visibles aún desde la carretera. Y el viejo Puente de las Siete Millas, parcialmente restaurado, es hoy una vía peatonal que lleva a Pigeon Key, una pequeña isla que funcionó como base para los ingenieros del ferrocarril. También sirve como locación de ensueño para películas de aventuras.

Es curioso pensar que esta carretera, que se ha convertido en postal turística y ruta emblemática de motociclistas y soñadores, nació del esqueleto de un tren. Más curioso aún es recordar que antes de Flagler, antes incluso de los exploradores europeos, ya los pueblos originarios de la zona, como los calusa, navegaban entre los cayos con sus propias rutas y saberes.

La historia del puente que une los Cayos del sur de Florida es la historia de una obsesión, de un sueño llevado al límite por un hombre que no temía al océano. Es también la historia de un desastre que arrasó vidas y proyectos.

Cuando uno recorre hoy esa larga cinta de asfalto, bordeada por aguas transparentes y cielos infinitos, puede sentir que no está simplemente conduciendo, sino atravesando el tiempo. Si está de paso en Florida es tarea casi obligatoria recorrer, aunque sea parcialmente, esta hermosa extensión de asfalto sobre el mar que, sin lugar a dudas, quedará grabada para siempre como una de las más hermosas cosas hechas en su vida.

(*) Traductor, intérprete y filólogo.

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