viernes , 26 abril 2024
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Cabra no tuvo un Picasso

  • Tres aviones soviéticos Tupolev SB-2 arrojaron sobre la ciudad unos 2000 kg de bombas

Franck Fernández Estrada*

Fuente: Diario de Yucatán

El 14 de junio de 1940 fue un día triste. No solo para París y toda Francia, sino para toda la humanidad. Ese día las botas nazis mancillaban las calles de la capital del mundo, París, bajo las órdenes de Adolfo Hitler. Muchos extranjeros vivían en la ciudad. Muchos de diferentes posiciones políticas y credos religiosos. La República Española hacía poco había caído y eran muchos los españoles republicanos que se encontraban en ese momento no solo en París, sino en toda Francia, en calidad de refugiados.

Para esas fechas ya Pablo Picasso vivía en París. Para nadie eran desconocidas las simpatías del malagueño por las ideas de izquierda. A pesar de ello, Picasso decidió permanecer en París, viviendo una vida bastante discreta, de perfil bajo. Picasso era un exponente máximo de lo que para los nazis era “el arte degenerado”, así que sabía el pintor que muchos observaban sus pasos. No por ello dejó de ayudar con dinero o refugio a personas perseguidas por los ocupantes nazis.

De esa época existen dos anécdotas. Una de ellas dice que un alto oficial vino a visitar a Picasso a su atelier, donde se encontró con el cuadro “Guernica”. Le preguntó el oficial a Picasso si eso no había hecho él. A lo que Picasso respondió: -No, lo han hecho ustedes. La segunda anécdota nos narra que otro oficial quien, en un acto de deferencia para con el artista, vino a traerle carbón para que se calentara durante el invierno. Picasso lo rechazó diciéndole: -Los españoles nunca sentimos frío. Los historiadores de Picasso están de acuerdo en que ninguno de los dos episodios fueron reales. No obstante, sí sirven de retrato para definir su punto de posición y sus criterios.

Pues bien, es precisamente de esta época el cuadro “Guernica”, que tanto ha dado que hablar y que fuera inspirado al pintor por la barbarie realizada por aviones alemanes contra un apacible pueblo vasco en un día de mercado, el 26 de abril de 1937. Ahora retomo palabras de mi padre, que decía que todas las guerras son feas, pero las civiles los son más porque se matan entre hermanos. En una guerra civil, queridos señoras y señores, no existen ni buenos ni malos, existen Caínes que matan a su propio hermano. Pero debemos hacer un poco de historia.

El 14 de abril de 1931 se realizaron elecciones en España en las que salió victorioso el bando que apostaba por una España republicana. Fue la Segunda República española. Al día siguiente Alfonso XIII salía de su país para nunca más volver y dos días más tarde, su esposa, Victoria Eugenia de Battenberg, con sus hijos. Todo iba muy bien hasta que algunos miembros del gobierno optaron por una república marcadamente en el estilo de la soviética, promocionando un acercamiento con ese país. Comenzaron a tomarse represalias contra religiosos y personas que no comulgaban con los nuevos principios de la República.

Esto no fue del agrado de parte de muchos españoles, hijos de un país que fundamentalmente era muy católico en aquellas épocas. Como en un juego de niños, los dos bandos comenzaron a darse golpes, cada uno más fuerte que el precedente. El descontento culminó allá, en las posesiones africanas en España, con un golpe de Estado a esta República. Fue dirigido por un grupo de oficiales al mando del gallego Francisco Franco Bahamonte. De ahí al comienzo de una guerra civil solo había un paso.

Sabido es que esta guerra civil española fue un ensayo general de la que vendría más tarde, ya con dimensiones internacionales, la Segunda Guerra Mundial. Ahí se ensayaron muchas de las armas y los métodos que se emplearían durante esta segunda contienda internacional. Las democracias del mundo, impotentes e indolentes, veían como dos campos antagónicos, antidemocráticos ambos, se disputaban el mundo. Por una parte, el comunismo de la Unión Soviética y, por la otra, el nazismo y el fascismo de Hitler y Mussolini. Claro, la República Española, donde abiertamente se enfrentaron Hitler y Stalin, no hizo mella en la firma de un acuerdo de cooperación y no agresión firmado por los dos dictadores tan solo dos  meses después de la caída de la República.

Para noviembre de 1938, en un momento muy álgido de la lucha entre los dos bandos, el frente se encontraba a la altura del río Ebro, es decir, a unos 1000 km de Cabra, pequeña ciudad a unos 50 km de Córdoba. Ya el 25 de octubre y el 28 de octubre de 1938, la aviación republicaba había bombardeado los pequeños poblados de Aguilar y Baena aunque afortunadamente no hubo que lamentar muchas pérdidas humanas. La mañana del 7 de noviembre de 1938 fue el turno de Cabra. A las 7:45, tres aviones soviéticos Tupolev SB-2 entraban al poblado por el noroeste y en solo cinco minutos arrojaron sobre la ciudad unos 2000 kg de bombas. Hubo cerca de 200 muertos y más de 200 heridos. Como en el caso de Guernica, también era día de mercado. En la plaza central de la ciudad se habían congregados propios y vecinos de las vecinas comarcas a vender sus productos y mercancías. Los pilotos de los aviones, españoles, creyeron que eran tiendas de campaña de la guardia nacional, como se hacían llamar los partidarios de Franco.

Y es que en este punto tampoco los historiadores se ponen de acuerdo. Si bien unos dicen que varias divisiones nacionales se encontraban en Cabra, otros alegan que eso no es cierto. Todos los muertos y heridos fueron civiles, dicen unos, mientras que otros alegan que la mayoría fueron soldados del bando de Franco y que los vecinos se alegraban de haber sido bombardeados porque esto produjo la muerte de muchos soldados.

Hay historiadores que alegan que el bombardeo de Cabra, por la cantidad de personas fallecidas, en nada se puede comparar con los estragos que hacían las tropas de Franco. Otros historiadores contraponen que en la ciudad se habría producido una presunta acumulación de militares golpistas, lo que hacía pensar que desde este poblado se abriría un nuevo frente de batalla contra los republicanos. En contrapartida, no faltan los que niegan esa información. También en cuanto a la cantidad de fallecidos hay discrepancias. Unos y otros aumentan o disminuyen la cantidad de muertos, según el lado que defienden.

En los últimos años, las autoridades en la ciudad de Cabra han querido recordar no el bien ni el mal del actuar de unos u otros. Cabra, amén de su tamaño, no puede dejar de compararse con Londres, Dresde, Guernica o Hiroshima. Los sucesos de Cabra son fruto de la maldad humana. Aquellos que insisten en recrear los terribles y dolorosos momentos de la guerra civil española, acusando a unos y excusando a otros, no hacen más que echar aceite al fuego del rencor que subyace en la conciencia española, a pesar de todos los años que han pasado desde entonces. Son insensatos que, por unos cuantos votos, alimentan el odio. No trato de justificar ni a unos ni a otros. No trato de acusar ni a unos ni a otros. Lamento la muerte de todos. Lo que sí fustigo fuertemente son los discursos que hacen que esta horrible herida no acabe de cicatrizar.

(*)Traductor, intérprete y  filólogo; correo electrónico:  altus@sureste.com

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