lunes , 22 septiembre 2025
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Trump tropical al acecho

Denise Dresser (*)

Fuente: Diario de Yucatán

Ricardo Salinas Pliego no esperó al balcón presidencial. Prefirió organizar el suyo: luces, reflectores, banderas y un público cuidadosamente seleccionado.

Lo bautizó Movimiento Anticrimen y Anticorrupción (MAAC). Traducción política: autopromoción como el “anti-4T” bajo la fachada de ciudadanía indignada.

Aunque jura que no busca candidatura, sus gestos lo delatan. Se fotografía con intelectuales y periodistas, se rodea de figuras públicas que validan la puesta en escena. Construye una plataforma desde la cual capitalizar el descontento, polarizar y atraer a una oposición debilitada.

Pero hay una contradicción evidente entre el personaje que hoy se presenta como paladín del Estado de Derecho y su propio historial.

La trayectoria de Salinas Pliego está marcada no por el respeto a la ley, sino por su sistemática violación. La compra de lo que hoy conocemos como TV Azteca no fue ejemplo de iniciativa privada virtuosa: se financió con un préstamo de Raúl Salinas de Gortari, hermano incómodo del entonces Presidente.

Años después, organizó el “Chiquihuitazo”: la toma —vía un comando armado— de las instalaciones del Canal 40. Pisoteó la legalidad, dejó en claro su estilo y sentó un precedente: cuando la ley estorba, la arrolla.

Su prontuario incluye la investigación de la SEC en EE.UU., que lo acusó de defraudar inversionistas, triangular recursos y beneficiarse de manera indebida. El resultado: un pago de 7.5 millones de dólares y la prohibición de formar parte del consejo de administración de toda empresa durante 5 años.

En México, su relación con reguladores ha sido igual de turbulenta, y su fama de hostigar a quienes intentan sancionarlo es vox populi.

Cuando la autoridad buscó abrir la competencia en corresponsales bancarios, Salinas utilizó la pantalla de TV Azteca como garrote para desacreditar a funcionarios, desinformar a la audiencia y amedrentar a sus críticos.

Las irregularidades se han ido acumulando. En 2017, el banco estadounidense Lone Star fue multado por incumplimiento de las leyes de lavado de dinero, por mover cientos de millones de dólares en efectivo vía Banco Azteca, su banco corresponsal en México.

Salinas Pliego también arrastra medio billón de dólares en deudas con acreedores estadounidenses, que litiga en Nueva York y en arbitrajes internacionales como si el incumplimiento fuera deporte extremo.

Y en materia fiscal, acumula juicios perdidos y deudas millonarias. Ante ello, se victimiza: “el Estado me persigue”. Convierte su insolvencia en épica; no pagar se vuelve un acto de rebeldía; no respetar las reglas forma parte de una cruzada patriótica.

Pero su patriotismo es netamente utilitario. Deviene de su rompimiento con el gobierno que antes lo apapachó. AMLO inicialmente lo trató como aliado; un “empresario con sentido social”. Lo hizo miembro de su Consejo Asesor, le dio contratos, le otorgó a Banco Azteca la distribución de las tarjetas del Bienestar. Hubo cercanía, fotos de celebración y un discurso compartido.

El quiebre vino después, cuando Hacienda y el SAT endurecieron juicios por impuestos impagados. De proveedor consentido del bienestar pasó a deudor incómodo del fisco.

¿Acaso quienes hoy impulsan a Salinas Pliego no recuerdan que desafió el confinamiento durante la pandemia, mantuvo tiendas abiertas y minimizó el riesgo del virus? Eligió flujo de caja sobre salud pública. Ahora busca reinventarse con un nuevo traje: el del “ciudadano indignado” que lidera un movimiento anticorrupción.

Y la oposición, tan desfondada, corre el riesgo de plegarse a la lógica de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.

Pero cuidado con romantizar su perfil, tan parecido al de Trump: multimillonario criminal con cuentas pendientes, agresivo, polarizador, misógino que presenta la ley como obstáculo y no como límite.

Es legítimo el hartazgo frente a la 4T y sus abusos. Pero es irresponsable abrazar como alternativa a alguien que representa otro tipo de peligro para México.

El país no necesita un Trump tropical, ni un Bolsonaro con concesión televisiva, ni un Bukele disfrazado de libertador fiscal. No basta gritar “¡anticorrupción!” desde un balcón privado mientras se hace historia violando la ley.

Apoyar a Salinas Pliego entrañaría pasar de la corrupción actual al autoritarismo de un magnate con talante trumpista. Entrañaría saltar, como tantas veces en nuestra historia, de Guatemala a Guatepeor.— Ciudad de México.

denise.dresser@mexicofirme.com

(*) Académica y politóloga

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